La violencia de género es el rostro más avanzado de otros modos de agresión concomitantes. Es una forma de relacionamiento nociva, que genera vínculos dañinos, que provoca sociedades que, lejos de alcanzar la cultura del diálogo como vector de la resolución de conflictos, se disgregan y no progresan.
El 3 de junio del año pasado fuimos testigos de una multitudinaria movilización de la sociedad civil que le dijo basta a la violencia de género. El concepto Ni Una Menos es un claro llamamiento no sólo a terminar con este flagelo, sino también a reflexionar en virtud de una reconversión de los valores que rigen nuestra vida cotidiana.
No podemos permitir ni una muerte más. La violencia destruye familias, deja heridas y degrada nuestro tejido social. Combatirla no debe quedar simplemente en una declamación. Es un ejercicio de todos los días, tenemos que comprometernos con ideas superadoras, implementar políticas activas y acompañar a cada una de las personas que sufren por haber sido avasalladas.
Acabar con este mal supone también repensar la relación entre hombres y mujeres, los sistemas de producción, la educación en la materia y la primacía del hombre que alimenta una cultura machista.
Decenas, cientos, miles de mujeres marcharon y contaron por primera vez sus historias de sufrimiento, muchas de ellas calladas por miedo o vergüenza. "No a la violencia de género" y "Basta de femicidios" fueron algunas de las consignas que exclamaron para visibilizar la lucha contra un flagelo creciente en este tiempo.
Con nuevas consignas, con nuevos lemas, pero con la misma búsqueda de igualdad, miles de mujeres, madres, hijas, abuelas, hermanas, primas, amigas, volverán a movilizarse hoy.
Quiero apoyar fuertemente esta iniciativa y reitero mi deseo de construir una sociedad pacífica, unida y plural. Estamos convencidos que juntos podemos lograr esa transformación social que tanto anhelamos, para que todas las mujeres puedan vivir una vida de igualdad, y que el pedido “#NiUnaMenos” se convierta en una realidad.