El día que Marcos pisó un aula, con apenas 20 años, para pararse frente a alumnos estuvo colmado de nervios. Estaba en su primer año del profesorado, aún no tenía materias aprobadas y ya inauguraba su primera suplencia como maestro en un colegio privado. “Al principio te ponés inseguro, no sabés para qué lado arrancar. Pero son los primeros momentos; después te vas aclimatando. La mayoría de los estudiantes de profesorado ya están trabajando”, asegura.
Lo mismo observa Laura B., estudiante de magisterio de 22 años. Es su primer año de estudios y ya tuvo más de tres ofertas laborales en distintas escuelas para estar al frente de un grado de primaria, incluso sin buscarlas. “Consiguieron mi número por recomendación y sin haber dejado currículum. Si aceptaba el trabajo, este lunes ya empezaba las clases”, afirma. Pero decidió declinar: “Aún no me sentía preparada”, explica.
Son apenas dos historias de las tantas que se repiten en el país al inicio de cada ciclo lectivo, desde hace casi una década. En las escuelas faltan docentes y, por eso, cada vez más cargos deben ser cubiertos por estudiantes de magisterio, incluso con poca experiencia.
Un sondeo realizado en 2010 en los distintos institutos de formación docente revela que, en todo el país, el 18% de los estudiantes de profesorado comienza a dar clases desde antes de recibirse. Pero en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires la situación se agudiza: el 30% es docente antes de terminar su formación. “Hay docentes que faltan, están saturados de trabajo o no les interesa el sueldo ofrecido, entonces los cargos los cubren muchos jóvenes recién recibidos del secundario”, explica Susana, quien desde hace 35 años se dedica a la docencia en escuelas técnicas.
Según advierten en los colegios, el déficit de maestros se tornó un problema latente en la Ciudad hace aproximadamente seis años. Los directivos reconocen que tienen más dificultades hoy para lograr reemplazar a los docentes que se jubilan, se van o piden licencia: donde antes había cinco aspirantes a un cargo, hoy hay uno o dos. “El tener que echar mano de estudiantes habla de la magnitud del problema”, señala a PERFIL Jorge Adaro, secretario general del gremio docente Ademys. Es que la situación comienza porque menos jóvenes eligen estudiar para ser maestros. Según cifras del Ministerio de Educación porteño, en 2001 había 8.239 nuevos inscriptos en las carreras estatales de profesorado. Diez años después, la matrícula se había reducido a 6.834. Las razones que esgrimen los profesionales son, por ejemplo, el salario –que alienta a los jóvenes a inclinarse por otro tipo de carreras– y la duración de la formación, que pasó de dos años a cuatro, igual que una carrera universitaria promedio.
Diferencias. Las condiciones no son las mismas entre los colegios estatales y los privados. Por la necesidad de cubrir cargos, la Ciudad tiene habilitadas inscripciones en listados de emergencia para aspirantes a la docencia que estén sin recibirse, pero con más del 70% de la carrera aprobada. Sin embargo, en el ámbito privado se toman estudiantes incluso entre los que recién empiezan. “Depende mucho de la política que tenga cada colegio para contratar”, indica Luz B., que cuando tenía 20 años y cursaba el segundo del profesorado comenzó como maestra auxiliar en una escuela primaria. En la mayoría de los casos, los jóvenes ingresan para cubrir una licencia y, a los pocos meses, quedan con cursos a cargo. “Es bueno porque adquirís experiencia. Observaba lo que hacía la maestra y trataba de hacer lo mismo”, explica.
Y a pesar de las críticas, algunos padres lo agradecen. Andrea Sequeira, por ejemplo, tiene a su hijo Enzo en primer grado de un colegio privado y asegura que las maestras jóvenes le inspiran “seguridad”. “Me da la sensación de que tienen más paciencia y empuje. Es algo que hablamos con las otras mamás: si joven estudia magisterio y pasa las prácticas en los colegios es porque le gusta lo que hace”, concluye.