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Opinión

Ernesto Tenembaum y los escraches a la justicia: "Si antes no funcionó, ¿por qué lo haría ahora?"

El Gobierno vuelve a avanzar sobre la Corte Suprema de Justicia como en el segundo mandato de Cristina Kirchner. Solo que ahora es mucho más débil que en aquel entonces.

En los últimos días tengo la sensación de estar viviendo un déjà vu, como la sensación de que estoy viviendo algo que ya viví. A ver, lo tuve por primera vez el sábado, cuando leí, junto con muchas otras personas, que una diputada nacional del oficialismo, Vanesa Siley, había decidido presentar un pedido de juicio político contra el presidente de la Corte, Carlos Rosenkrantz. Y después, esta mañana lo volví a sentir cuando escuché a Leopoldo Moro decir que el problema no es con uno solo de los miembros de la Corte, sino con los cinco. Que el ciclo de esta corte está agotado, así dijo Moro.

Y después me acordé de que el presidente de la Nación, Alberto Fernández, dos veces habló despectivamente respecto a la Corte. Dijo que la Corte está lenta, que la Corte no aplica como corresponde los procedimientos de la ley Mikaela, que él mismo armó una comisión de reforma de la Corte integrada, entre otros, por el abogado personal de Cristina Fernández de Kirchner. Hebe de Bonafini dijo que la Corte siempre estuvo del lado de la sangre. Una colaboradora muy estrecha de Cristina Kirchner, Graciana Peñafort, amenazó a la Corte diciendo que el pueblo argentino iba a escribir la historia con la palabra o con la sangre. En un contexto, un hilo de tuits donde le reclamaba a la Corte que aprobara las sesiones remotas, que ese hilo de tuits fue retuiteado por Cristina y que en plena campaña electoral, Cristina dijo que no creía en la independencia del Poder Judicial.

Tras el per saltum, el oficialismo pidió el juicio político de Rosenkrantz

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Entonces ahí empecé a sentir que esto lo vivimos. Y lo vivimos en el segundo mandato de Cristina, que en ese momento ya estaba muy lejos de la época en la cual ella creía que habían construido la Corte Suprema ejemplar e independiente. Estaba muy enojada con la justicia. Estaba enojada porque empezaban a avanzar algunas causas en las cuales se investigaba por corrupción o por una masacre, la de Once, a sus funcionarios. Estaba enojada porque unos proyectos que a ella le resultaban muy importantes, como la Ley de Medios, se trababa en la justicia. Entonces puso en marcha un mecanismo muy parecido al actual. Empezaron a escrachar a jueces. Lo que le hicieron a Carlos Fayt en ese momento era increíble y armaba una comisión en la Cámara Diputados para analizar su salud psiquiátrica; armaban marchas donde lo mostraban gagá, boqueando en las escalinatas de tribunales. 

Después trataron de implementar una reforma judicial en la cual los jueces iban a ser electos en la lista de candidatos de los partidos políticos. O sea, iba a haber jueces peronistas, radicales, de cambiemos. Como si eso tuviera algo que ver con la independencia judicial. Bueno, aquello no funcionó. Funcionó horrible. No solamente no pudieron aplicarlo, sino que además fue una derrota política porque convenció a muchos sectores independientes que tenían que alejarse del kirchnerismo, porque el kirchnerismo quería copar la independencia del Poder Judicial. Disciplinarlo, domesticarlo, dominarlo.

Bueno, ahora el kirchnerismo es más débil que entonces, ¿por qué iba a funcionar? Y si no va a funcionar, ¿por qué la ponen en marcha? Bueno, es la fábula del escorpión, aplicada una y otra vez a la relación entre kirchnerismo y política. Es la vocación permanente por ser derrotado. Hay gente que nunca, nunca, no importa lo que pase, aprende.