Horas después de que se confirmara el fallecimiento del Papa Francisco, la Santa Sede dio a conocer las causas de muerte del jesuita argentino de 88 años: un derrame cerebral que le provocó un coma y un colapso cardiovascular irreversible. La información se desprende del parte médico realizado por el profesor Andrea Arcangeli, director de la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano.
El motivo del deceso fue comprobado mediante un electrocardiograma tanatológico. “Declaro que las causas de la muerte, según mi conocimiento y conciencia, son las arriba indicadas”, escribió Arcangeli. El documento médico también indicaba que el pontífice tenía antecedentes de insuficiencia respiratoria aguda en neumonía bilateral multimicrobiana, bronquiectasias múltiples, hipertensión y diabetes de tipo II.
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Bergoglio falleció apenas 90 minutos después de despertar, consignaron medios italianos. A las 6:00 sonó su alarma, se sintió mal poco después de las 7:00 y murió a las 7:35. Sus médicos informaron que el pontífice "falleció pacíficamente" en su residencia de la Casa Santa Marta.
Según el Instituto del Corazón de Texas (Texas Heart Institute, en inglés) un ictus o accidente cerebrovascular (ACV) es "un tipo de enfermedad cerebrovascular, es decir, una enfermedad que afecta a los vasos sanguíneos que riegan el cerebro". Se trata de una lesión cerebral que se desencadena cuando el flujo sanguíneo hacia una parte del cerebro se ve interrumpido o cuando se produce una hemorragia dentro o alrededor del tejido cerebral.
El cerebro, compuesto por miles de millones de neuronas, funciona como el centro de operaciones del organismo. Desde allí se regulan funciones esenciales como la visión, el habla, el movimiento, los sentidos y también procesos más complejos como las emociones, la memoria, el juicio y la conciencia. Por ese motivo, sufrir un ACV también puede afectar gravemente al funcionamiento del cuerpo.
Para que todas estas funciones se desarrollen con normalidad, las células nerviosas del cerebro requieren un suministro constante de oxígeno y glucosa, elementos transportados por la sangre. Cuando ese flujo se ve obstruido, el oxígeno deja de llegar a ciertas zonas del cerebro, provocando una condición conocida como isquemia. La falta de oxígeno daña y, eventualmente, destruye las células afectadas. Cuanto más tiempo transcurre sin restablecer el flujo sanguíneo, mayor es el daño. El área cerebral que muere por esta interrupción se denomina infarto.
El ACV puede producirse de dos formas: cuando un coágulo de sangre obstruye una arteria del cuello o del cerebro, impidiendo el paso del flujo sanguíneo (lo que se conoce como ACV isquémico); o cuando una arteria debilitada en el cerebro se rompe, provocando una hemorragia (en este caso, un ACV hemorrágico). Ambas situaciones impiden que el oxígeno llegue a las células cerebrales, lo que genera un daño potencialmente irreversible.
Debido a que el cerebro controla todas las funciones del cuerpo, un ACV puede provocar parálisis o pérdida de capacidades motoras y sensoriales. Si el episodio afecta al hemisferio derecho del cerebro, es el lado izquierdo del cuerpo el que puede quedar paralizado, y viceversa.
Las consecuencias de un accidente cerebrovascular varían ampliamente. Algunos pacientes experimentan efectos leves y transitorios, mientras que otros enfrentan secuelas graves y permanentes. El pronóstico depende de múltiples factores: la zona del cerebro afectada, la magnitud del daño en las células nerviosas, la rapidez con la que se restablece la circulación en la zona lesionada y la capacidad del cerebro sano para adaptarse y asumir las funciones perdidas.
Las causas y factores de riesgo de un ictus o ACV
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que, cada año, 15 millones de personas en todo el mundo sufren un ACV. De ese total, cinco millones pierden la vida y otros cinco millones quedan con secuelas permanentes, lo que representa un fuerte impacto no solo para los pacientes, sino también para sus familias y comunidades.
Aunque los ictus son poco frecuentes en personas menores de 40 años, cuando ocurren en ese grupo etario suelen estar vinculados a la hipertensión, subraya la OMS. Además, se estima que aproximadamente el 8% de los niños con anemia de células falciformes también pueden sufrir un episodio de este tipo.

Entre los principales factores de riesgo modificables se destacan la hipertensión arterial y el tabaquismo. Según estimaciones, cuatro de cada diez muertes por ACV podrían haberse evitado con un adecuado control de la presión arterial. En el caso de los menores de 65 años, el consumo de tabaco está directamente relacionado con dos quintas partes de los decesos por esta causa. Otros factores de riesgo relevantes incluyen la fibrilación auricular, la insuficiencia cardíaca y el infarto de miocardio.
Si bien el organismo internacional reconoció que en muchos países desarrollados la incidencia del ACV está en descenso gracias a mejoras en la prevención y reducción del tabaquismo, el número absoluto de casos continúa en aumento, principalmente por el envejecimiento global de la población.
Por su parte, el portal médico Medline Plus subrayó que algunas personas presentan malformaciones o debilidades en los vasos sanguíneos del cerebro que incrementan el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular. Entre estas anomalías se encuentran los aneurismas (zonas debilitadas en la pared de una arteria que pueden formar una protuberancia o bulto), las malformaciones arteriovenosas (MAV), que generan conexiones anómalas entre arterias y venas, y la angiopatía cerebral amiloide (ACA), una condición en la que se acumulan proteínas amiloides en las paredes de los vasos cerebrales.
Los ACV hemorrágicos también pueden producirse en personas que toman anticoagulantes como dabigatrán, rivaroxabán, apixabán, edoxabán o warfarina (Coumadin), o en quienes presentan trastornos hemorrágicos. La presión arterial extremadamente alta puede provocar la ruptura de vasos sanguíneos, lo que a su vez desencadena un accidente cerebrovascular de tipo hemorrágico. En algunos casos, un ACV isquémico puede evolucionar hacia uno hemorrágico si se produce sangrado en el área afectada.

Otros factores de riesgo además de la hipertensión son la diabetes, antecedentes familiares, ser hombre, el colesterol elevado, la edad (especialmente a partir de los 55 años), la obesidad y el origen étnico (las personas afrodescendientes tienen un mayor riesgo de mortalidad por esta causa). También existe una mayor probabilidad de sufrir un ACV en personas con enfermedades cardíacas o problemas circulatorios en las piernas derivados de arterias estrechadas.
Estilos de vida poco saludables también pueden provocar un ictus: tabaquismo, consumo excesivo de alcohol, uso de drogas, dietas con alto contenido graso y sedentarismo. Además, ciertos perfiles hormonales o genéticos aumentan el riesgo, como en el caso de mujeres que usan anticonceptivos orales (en especial mayores de 35 años que fuman), embarazadas, quienes reciben terapia de reemplazo hormonal o aquellas con una condición conocida como persistencia del agujero oval (PFO), que implica la existencia de una apertura entre las aurículas del corazón.
Síntomas de un ictus
Según Medline Plus, la mayoría de las veces los síntomas se presentan de manera súbita y sin aviso. Sin embargo, también pueden ocurrir intermitentemente durante el primero o segundo día. Por lo general, son más graves cuando el accidente cerebrovascular acaba de suceder, pero pueden empeorar lentamente.
En tanto, la Mayo Clinic de Estados Unidos enumera los siguientes síntomas de un ictus:
- Dificultad para hablar y entender lo que otros están diciendo. Una persona que tiene un accidente cerebrovascular puede sentir confusión, arrastrar las palabras al hablar o no entender el habla.
- Entumecimiento, debilidad o parálisis de la cara, del brazo o de la pierna. A menudo, esto afecta solo un lado del cuerpo. La persona puede intentar levantar los brazos por sobre la cabeza. Si un brazo comienza a caer, puede ser un signo de accidente cerebrovascular. Además, un lado de la boca puede caerse cuando trate de sonreír.
- Problemas para ver en uno o ambos ojos. La persona puede tener visión borrosa o ensombrecida repentina en uno o ambos ojos. O bien puede ver doble.
- Dolor de cabeza. Un dolor de cabeza repentino e intenso puede ser síntoma de un accidente cerebrovascular. Con el dolor de cabeza puede tener vómitos, mareos o un cambio en el estado de consciencia.
- Problemas para caminar. Una persona que tiene un accidente cerebrovascular puede tropezar o perder el equilibro o la coordinación.
Tratamiento del ACV
La Mayo Clinic también destaca que, ante la sospecha de un accidente cerebrovascular, es fundamental prestar atención al momento exacto en que se inician los síntomas. Esto se debe a que ciertos tratamientos resultan más efectivos si se aplican dentro de un corto período desde el comienzo del episodio. Por esa razón, actuar con rapidez puede marcar una diferencia clave en la evolución del paciente.
"Llama de inmediato al 911 o al número local de emergencias. No esperes a ver si los síntomas desaparecen. Cada minuto cuenta. Cuanto más tiempo se demore en tratar un accidente cerebrovascular, mayores serán las posibilidades de daño cerebral y discapacidad", subrayan desde el centro médico estadounidense.
En tanto, el Instituto del Corazón de Texas explica que, gracias a los avances médicos y a los programas de rehabilitación, una gran cantidad de personas que padecen un accidente cerebrovascular logran volver con sus familias y retomar sus actividades cotidianas. Las opciones de tratamiento pueden incluir el uso de anticoagulantes, atención hospitalaria especializada, rehabilitación intensiva y, en casos puntuales, intervenciones quirúrgicas.
Sin embargo, la forma más eficaz de enfrentar un accidente cerebrovascular sigue siendo la prevención. Identificar los síntomas a tiempo y mantener bajo control factores de riesgo como el tabaquismo, la presión arterial elevada, la diabetes y las enfermedades cardíacas puede disminuir significativamente las probabilidades de que ocurra un episodio.
MB/ CP