El gran duque Juan Gastón (1671-1737) fue el último gobernante de la dinastía Médicis en Toscana y uno de los personajes más peculiares de esta saga de príncipes italianos conocidos por su refinamiento, su esplendor, su ambición y su perversidad.
Juan Gastón de Médicis pasó la mitad de su vida desinteresado por los asuntos de gobierno, y sin embargo los florentinos lo recuerdan como un gobernante benévolo que se acordó de los pobres. La otra mitad de su vida se dedicó a comer dulces, a beber alcohol y a los juegos sexuales con adolescentes en prácticas que recordaban a las del emperador Tiberio.
Según numerosos historiadores, Gastón de Médicis también fue víctima de una locura que lo sumergió en largos períodos de depresión y lo llevó a pasar casi una década en una cama maloliente, donde organizaba orgías que duraban hasta el amanecer.
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Juan Gastón de Médicis, el príncipe italiano que pasó los últimos años de vida en la cama
La vida y el gobierno de Juan Gastón nunca estuvieron realmente en sus manos. El príncipe nació en 1671 y su existencia fue eclipsada por sus hermanos mayores hasta que la muerte de uno de ellos lo puso en línea sucesoria para gobernar el gran ducado de Toscana, una posición que nunca había deseado.
Cuando todavía era pequeño, Juan Gastón y sus hermanos fueron abandonados por su madre, la princesa francesa Margarita Luisa de Orleáns, y la historia sugiere que el menor fue el más afectado por esto. Más tarde abandonaría su propio matrimonio para ir a París en busca de su madre, aunque nuevamente fue rechazado.
En Florencia, Juan Gastón también fue descuidado por su padre Cósimo III, que prefería a su hija Ana María Luisa, su favorita. El desprecio familiar impactó severamente en la psiquis de Juan Gastón y el resultado fue un hombre adulto torturado por depresiones que se repitieron a lo largo de su vida, volviéndose particularmente feroz en sus años mayores.
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Su matrimonio, políticamente estratégico, fue arreglado por su padre y su hermana. La elegida fue una viuda alemana, la Ana María Francisca de Saxe-Lauenburg, famosa en su tiempo por ser "fea, desgarbada, de formas macizas". Juan Gastón la despreció desde el día que la conoció y no pudo perdonar a su hermana por forzar esa unión.
"El matrimonio había sido organizado por su hermana, una malhechora que, después de arruinarle la existencia con la elección de esta horrible esposa, empezó a contarle sus dudosas diversiones al gran duque, su padre", escribió el biógrafo Norman Douglas. "¡Cuánto la debió de odiar! ¿Quién sabe? Si Juan Gastón hubiera encontrado una compañera afín, todo el curso de su vida podría haber sido diferente y la noble raza de los Médicis aún no se habría extinguido".
Juan Gastón y Ana María Francisca fueron infelices juntos y él la abandonó rápidamente. El príncipe regresó a casa de su esposa solo ocasionalmente, ante la insistencia de su padre para que produjera un heredero, pero el matrimonio no tuvo éxito, lo que, en consecuencia, desterró la opción de un heredero de los Médicis.
Un gobernante perezoso, poco ambicioso y amante de los placeres terrenales
Juan Gastón, el último de la dinastía Médicis que gobernó en Toscana, se convirtió en gran duque a los 53 años, después de la muerte de Cosimo III, aunque desde 1705 rara vez salió del Palazzo Pitti, en Florencia, y vivió prácticamente recluido. A esta edad, ya era un hombre perezoso y las historias sobre su perversión sexual eran conocidas por todos.
Como hombre, Juan Gastón tuvo poca ambición, pero como gran duque entendía que debía usar su poder sabiamente. Se negó a imponer la pena de muerte, redujo el precio del grano para aliviar la vida de los pobres y eliminó las restricciones legales que atacaban específicamente a los judíos y otros grupos vulnerables en Florencia.
Pero su adicción al juego y al alcohol, además de otras dolencias, impidió al gran duque florentino aprovechar al máximo sus talentos, en particular su inagotable cultura musical y científica, sobre todo en sus últimos años. Era tan culto, de hecho, que se decía de él que era "iluminado y sin prejuicios", pero desaprovechó la oportunidad de brillar.
"La vida cotidiana del gran duque no seguía exactamente los ritmos esperados de una de las cortes más refinadas del mundo", dice un relato de la época. "A Juan Gastón de Médici no le gustaba socializar y no tenía ambiciones ni objetivos. Su trabajo lo agotaba y mostrar su rostro en público le parecía una tortura".
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La faceta más escandalosa de la vida de Juan Gastón fue la existencia de un amante y compañero masculino, Giuliano Dami, un joven de orígenes humildes a quien llevó consigo de Bohemia, y que después fue conocido como uno de sus más famosos "ruspanti", los cientos de jovencitos nombrados así por las monedas (ruspi) con las que Juan Gastón les pagaba por su compañía y entretenimiento.
Según un relato de la época, todo había comenzado en Praga: "Praga estaba llena de apuestos estudiantes provenientes de Bohemia y Alemania, con tan poco dinero que iban de puerta en puerta pidiendo ayuda. En ese reservorio amoroso, Giuliano siempre conseguía a alguien para presentarle al futuro gran duque. Había además muchos palacios pertenecientes a nobles ricos. Y en ellos abundaban los criados y lacayos de baja condición social. Giuliano alentaba a Su Alteza a buscar entre ellos a quien más le agradara para tener un rato de diversión".
Juan Gastón llegó a tener a su servicio a unos 370 ruspanti, que tenían que acudir al aposento del gran duque cuando él lo requería. La juvenil belleza y la delicadeza de estos servidores contrastaba poderosamente con Juan Gastón, que a medida que avanzaba en edad se convertía en un hombre gordo que no conocía las mínimas normas de higiene personal.
Juan Gastón tenía la costumbre de probar personalmente a los nuevos ruspanti, que eran buscados por el fiel Giuliano Dami en las zonas más pobres de la Toscana. Primero les examinaba la dentadura, que debía ser blanca con buen aroma, y después de que los seleccionó los invitaba a sentarse en su cama.
Los ruspanti debían obedecer en todo lo que el gran duque les pedía, incluso si aquel les pedía que lo humillaran, insultaran o golpearan, en orgías sadomasoquistas que se realizaban durante largas noches y a plena luz del día en el palazzo.
"El Gran Duque insistía en que lo llamaran hijo de puta, bastardo, cara de bacalao, nalgón, cornudo fornicario…", relató Douglas. "Deseaba vehementemente que todos lo trataran así; los inducía y obligaba a pronunciar las blasfemias más abominables. De estos detalles extraía un deleite infinito, impulsado por la ociosidad y el ocio, e incitado por el maligno e infame incentivo de su amado Giuliano".
En 1730, Juan Gastón ya era un hombre viejo y enfermo. Se lastimó un tobillo y los médicos le dijeron que hiciera reposo, consejo que se tomó muy en serio. De hecho, excepto muy raras ocasiones, el príncipe no se levantó de la cama por el resto de su vida.
"Para Juan Gastón, era normal almorzar en su cama a las cinco de la tarde y cenar a las dos de la madrugada; sus perros dormían en la cama con él; apestaba a vino y tabaco", relató un visitante de la corte florentina; "A veces vomitaba y orinaba en la cama; se le ocurrían ideas extravagantes, como dejar entrar en su habitación a un burro, a unos acróbatas o a unos osos. En una ocasión, el gran duque tuvo que ser rescatado de las manos de una compañía de acróbatas polacos a los que había enfurecido tirándoles un vaso a la cara cuando estaban borrachos".
Para los funcionarios y los diplomáticos extranjeros, ser recibidos en audiencias por el gran duque que no salía de la cama era una especie de tortura. "Es imposible reproducir mucho de la vida personal del gran duque, que debido a la indolencia, no se vistió como es debido durante los últimos trece años de su vida ni salió de la cama durante los últimos siete", escribió el barón Pollnitz.
El conde de Sandwich comentó también las "mugrientas" costumbres del florentino, afirmando que fueron empeorando cada año. Para disimular el desagradable olor que salía de la cama, relató Lord Sandwich, sus sirvientes ponían rosas recién cortadas por toda la habitación, pero eso no ayudaba mucho.
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De a poco, Juan Gastón de Médicis comenzó a verse como una caricatura de sí mismo. Obeso, sucio, con olor a alcohol, no se afeitaba, no se cortaba las uñas, no se bañaba, no hacía nada útil más que dormir, comer y beber, y una vez un visitante lo vio limpiarse el vómito de la cara con su propia (y sucia) peluca.
"Como se había extendido por Florencia la noticia de que, debido a esas lamentables condiciones, el gran duque estaba al borde de la muerte, decidió demostrar que no era así", relató Luigi Gualtieri en un libro sobre los Médicis.
"El duque pidió que lo llevaran por la ciudad en un carruaje durante la fiesta de San Juan Bautista. Para vencer el miedo que siempre le infundían las multitudes, Gian Gastone bebía aún más de lo habitual y de vez en cuando se asomaba del carruaje para vomitar. Los florentinos lo veían, con su peluca descuidada que usaba como servilleta, destrozado por el alcohol y, probablemente, afectado por una de las enfermedades mentales que se extendían por la familia Medici. Pero a pesar de todo esto, todavía lo aclamaban".
Los bellos ruspanti fueron, al parecer, la única diversión de los últimos años de vida de Juan Gastón, quien murió en 1737, poco después de haberse reconciliado con su hermana, a la que había expulsado del Palazzo con la orden de no volver. En sus últimos momentos, la hermana estuvo a su lado en su fétido lecho de muerte. Fueron los dos últimos descendientes del prestigioso linaje de los Médicis.