El papa Francisco ya descansa en la Basílica Santa María la Mayor. Lo suyo es un legado imborrable, cuyo impacto y herencia se verá con más claridad cuando avance el cercano cónclave cardenalicio, y en el marco de las plegarias globales de este sábado con el Vaticano como vértice, tuvo en Buenos Aires su capítulo con una emotiva misa en la Catedral presidida por el arzobispo porteño, Jorge García Cuerva. Conmovido, el prelado llamó a los los sectores a honrar al papa Francisco "asumiendo el compromiso de abrazarnos, y lograr de una vez la ansiada fraternidad de los argentinos"
La multitudinaria celebración, cargada de simbolismo y dolor por la pérdida del jefe de la Iglesia, se llevó a cabo frente a la Catedral Metropolitana, el mismo lugar donde Francisco, entonces Jorge Bergoglio, sirvió como arzobispo antes de asumir el pontificado.
García Cuerva comenzó su homilía citando el Evangelio de Marcos (16, 9-15), que narra las apariciones de Jesús resucitado y la incredulidad inicial de sus discípulos. “Los que habían acompañado a Jesús estaban afligidos y lloraban”, destacó García Cuerva, conectando ese pasaje con el sentir actual de los fieles: “Como nosotros hoy, lloramos porque no queremos que la muerte gane, lloramos porque se murió el padre de todos, lloramos porque ya sentimos en el corazón su ausencia física, lloramos porque nos sentimos huérfanos, lloramos porque no terminamos de comprender ni de dimensionar su liderazgo mundial, lloramos porque ya lo extrañamos mucho”.
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Recordando las palabras del propio Francisco, el arzobispo evocó un discurso del Papa en Manila en 2015: “Al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Sean valientes. No tengan miedo a llorar”.

En este contexto, García Cuerva afirmó: “Por eso hoy lloramos a Francisco, lo hacemos desde lo más profundo del corazón, sin vergüenza, porque también el dolor nos une como pueblo; que nuestras lágrimas rieguen nuestra Patria, para hacerla fecunda en reconciliación y hermandad”.
El arzobispo también resaltó la predilección de Francisco por los más vulnerables, comparándolo con la figura de María Magdalena en el Evangelio: “Jesús se le apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había expulsado siete demonios. Aquella mujer… imaginemos su vida antes de encontrarse con Jesús; una mujer marginada, enferma, excluida, dejada de lado”. Subrayó que “Francisco, como buen padre, fue padre de todos, pero especialmente se ocupó de los más frágiles, tuvo predilección por los últimos, por los marginados, por los enfermos, por los descartables de esta sociedad; un corazón de pastor al modo del corazón de Jesús, siempre disponible para la escucha y el perdón”.

Citó al Papa: “No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”.

García Cuerva enumeró algunos de los “demonios” que Francisco combatió durante su pontificado. Sobre el “demonio de la guerra”, recordó sus palabras: “Como hombre de fe creo que la paz es el sueño de Dios para la humanidad. Sin embargo, constato lastimosamente que por culpa de la guerra este sueño maravilloso se está convirtiendo en una pesadilla. El dinero ganado con la venta de armas es dinero manchado con sangre inocente. Hace falta más valor para renunciar a una ganancia fácil y preservar la paz que para vender armas”.
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También mencionó el “demonio de la exclusión”: “Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Los excluidos no son solo explotados sino también desechables y sobrantes”. Otro “demonio” señalado fue el de “la fragmentación y el desencuentro”, frente al cual Francisco advertía sobre “formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la buena fama del otro”. Finalmente, citó el “demonio del siempre se hizo así”, al que el Papa llamó “el veneno de la Iglesia”, diciendo: “A causa de ese acostumbrarnos ya no nos enfrentamos al mal y permitimos que las cosas sean lo que son, o lo que algunos han decidido que sean”.

El arzobispo destacó el testimonio de Francisco como “un faro que iluminaba la oscuridad, una voz profética que resonaba ante tanto silencio cómplice, un referente mundial frente a tanto desconcierto, un animador de sueños y esperanzas en un mundo desalentado y con miedo al futuro”.
Sin embargo, reconoció la incredulidad inicial de muchos, incluso entre los argentinos: “Nos costó creer cuando lo vimos salir vestido de blanco en el balcón de la basílica de San Pedro; nos costó creer cuando empezamos a tomar conciencia de lo que significaba un Papa argentino; nos costó creer cuando lo vimos reunido con los líderes más importantes del mundo y al mismo tiempo, abrazando y dedicando tiempo a los más pobres, a los presos, a los enfermos”.

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Inspirado en el mandato de Jesús a sus discípulos —“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”—, García Cuerva llamó a los fieles a seguir el ejemplo de Francisco: “Vayan, seamos la Iglesia en salida que siempre nos propuso Francisco, una Iglesia inquieta, que se moviliza, que no se queda arrinconada, seamos cristianos en camino, que no viven su fe encerrados en cuatro paredes”. Recordó las palabras de Bergoglio antes de ser Papa: “Evangelizar supone en la Iglesia la audacia de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.

El arzobispo instó a “anunciar la Buena Noticia de la misericordia, de un Dios que no se cansa de perdonarnos, de un Dios que nos ama con locura, que abraza nuestra fragilidad, que nos da siempre otra oportunidad”. También habló de “la Buena Noticia de la alegría”, citando a Francisco: “La alegría del Evangelio que no es euforia fácil ni decir que está todo bien; esa alegría que es para todo el pueblo, y que no puede excluir a nadie. Por eso, ¡no nos dejemos robar la alegría!”.
Finalmente, resaltó “la Buena Noticia de la fraternidad”, recordando el sueño del Papa: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”.
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En un pasaje conmovedor, García Cuerva propuso mirar el frontispicio de la Catedral Metropolitana, donde se representa el encuentro entre Jacob y José como símbolo de reconciliación nacional: “Hoy quisiera que volvamos allí nuestra mirada e imaginemos el abrazo que nos debemos los argentinos, el abrazo que negamos al que piensa distinto, o al que tiene otras costumbres o modo de vivir, el abrazo que no compartimos con los que sufren, incluso los abrazos que no nos pudimos dar durante la pandemia”.
Citó las últimas palabras del testamento de Francisco: “El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos”.
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El arzobispo cerró su homilía con un llamado contundente: “Por eso, como pueblo queremos darle a Francisco un gran abrazo y decirle: gracias, perdón y te queremos mucho. Pero también sabemos que nos debemos muchos abrazos entre nosotros; por eso hagámosle el mejor de los regalos al Papa, el padre de todos, comprometiéndonos a hacer un pacto de concretar como Iglesia y sociedad su magisterio, y así, definitivamente vivir la tan anhelada fraternidad entre los argentinos”.
