Era el verano de 1912, más precisamente un 4 de diciembre, cuando Buenos Aires se sacudió con la captura de Cayetano Santos Godino, más conocido como "el Petiso Orejudo", que en ese momento tenía 16 años y había desatado una serie de crímenes atroces en los barrios más pobres de la ciudad. Más de un siglo después, su figura sigue siendo un caso paradigmático en la criminología argentina, el relato de un monstruo forjado por la miseria y el abandono.
En las sombras de Buenos Aires, alejado del “centro”, donde la pobreza era moneda corriente y la vida valía poco, Godino no era un extraño. Allí, entre conventillos abarrotados y calles de tierra, nació en 1896, hijo de inmigrantes italianos. Desde pequeño, su conducta presagiaba lo peor: maltrataba animales, incendiaba casas y se fascinaba con la violencia.
Allí, en ese barrio donde las chimeneas de fábricas escupían humo y los carros de tracción animal eran el transporte común, la familia Godino sobrevivía con dificultad. Su padre, un alcohólico violento, apenas mantenía a sus hijos. Cayetano, el menor, cargaba con orejas prominentes, un cuerpo diminuto y una personalidad que lo hacía blanco de burlas constantes.
El pedófilo que afirma haber asesinado a JonBenét Ramsey “desapareció de la faz de la tierra”
Desde los 7 años, su tendencia al crimen se manifestó con incendios menores y ataques a otros niños, pero nadie sospechaba la magnitud de lo que estaba por venir. Para 1912, su nombre sería sinónimo de horror.
El extraño comportamiento de Cayetano Santos Godino
Consultado por PERFIL, el Investigador Forense y Profesor de Criminología y Criminalística, Raúl Osvaldo Torre, explica: “El Petiso Orejudo cometió varios de sus crímenes a una muy corta edad, lo cual lo situaría hoy en una situación de inimputabilidad. Hay que aclarar que Godino fue condenado por crímenes cometidos a los ocho años”.
Respecto a los comportamientos psicológicos de Godino, el especialista es tajante: “Estamos en presencia de un individuo disocial, que es el paso previo a la personalidad antisocial”.
“El contexto social indudablemente tiene algo que ver. Hay que recordar que Godino provenía de esa inmigración proletaria pobre que venía de Europa en busca de “hacer la América”. El contexto familiar también es complicado para Godino. Su padre era bebedor, golpeador y enfermo de sífilis. Su madre, en tanto, era lo que podemos llamar una totalmente abandónica. De hecho cuando a Godino lo internan en un instituto de menores en Marcos Paz, es a pedido de los padres que lo hacen”.
El Petiso Orejudo pasó una temporada recluido en ese instituto de menores durante dos años. Sin embargo, su personalidad no cambió. Por el contrario, reafirmó sus peores rasgos violentos.
La primera llama: Reyna Vainicoff
El 29 de marzo de 1906, Reyna Vainicoff, una niña de tres años, fue encontrada envuelta en llamas en un almacén del barrio. La policía concluyó que había sido un accidente, pero años después, Cayetano confesó haberla rociado con alcohol y prendido fuego. Fue su primer asesinato conocido, y a pesar de ello, pasó desapercibido.
Severino González Caló: un estrangulamiento a plena luz del día
Otra de las víctimas del “Petiso Orejudo” fue Severino González Calo, un niño de 22 meses que fue estrangulado con una cuerda que Godino encontró en la calle. El infanticidio ocurrió en pleno Almagro, cerca de la casa del asesino, y pasó inadvertido hasta que él mismo lo confesó.
Entre incendios y ataques fallidos
Godino no solo mataba. También se dedicaba a incendiar propiedades y atacar a niños que, en algunos casos, sobrevivieron para contar su calvario. Una de sus víctimas, un niño golpeado con una piedra, logró escapar y proporcionó un testimonio que encajaba con los relatos posteriores del propio Godino.
Arturo Laurora: una piedra y el crimen que lo delató
El caso que marcó el principio del fin para Godino ocurrió el 3 de diciembre de 1912. Arturo Laurora, de 13 años, fue hallado violado y sin vida en un baldío. Su cráneo destrozado por una piedra evidenciaba la brutalidad del ataque. Testigos vieron a Cayetano cerca de la escena, y al día siguiente, la policía lo detuvo. En los interrogatorios, no solo admitió este crimen, sino que relató con espeluznante detalle una serie de asesinatos y ataques previos.
La captura y un interrogatorio que heló la sangre
El 4 de diciembre de 1912, la policía finalmente lo arrestó. Frente a los agentes, confesó con la frialdad de un adulto y la inocencia retorcida de un niño. "Me gustaba ver cómo se apagaba la vida en sus ojos", declaró en una frase que definiría su personalidad psicopática.
El caso conmocionó a la sociedad porteña. En una época en la que el psicoanálisis apenas comenzaba a emerger, Godino fue diagnosticado como psicópata e inimputable. Lo enviaron al Asilo de Menores y, posteriormente, al Presidio de Ushuaia, conocido como el "Fin del Mundo".
Qué hubiera pasado si los crímenes del Petiso Orejudo ocurrieran en el presente
Raul Torre explica que, sin dudas, con los avances tecnológicos en el campo de la criminología y de los estudios forenses, los crímenes del Petiso Orejudo hubieran sido detectados, abordados y resueltos con mucha más celeridad.
“De todas maneras, con los rudimentos de aquella época la policía y la Justicia llegaron a resolver absolutamente todos los crímenes, a excepción del asesinato de Arturo Laurora, de quien yo creo que es un delito que se le ha endosado al Petiso Orejudo, y que muy probablemente haya sido responsabilidad de un pedófilo de la zona, que no era pobre, sino más bien de una clase acomodada”, comenta Torre.
Los motivos: “Esta persona, que fue individualizada por la Policía Federal, había sido vista saliendo de la escena del crímen utilizando polainas, chaleco de seda natural y bastón. Un look que claramente no pertenecía a la clase social de Godino ni de los vecinos del barrio de Parque Patricios, que era donde el Petiso Orejudo vivía y asesinaba”.
Un final violento en la cárcel
En Ushuaia, Godino se convirtió en el blanco de otros presos, quienes lo despreciaban por su sadismo. En 1944, murió tras recibir una feroz golpiza por parte de otros reclusos. Tenía 48 años, sin embargo, su figura sigue congelada en la memoria colectiva como la de un niño monstruoso.
A 112 años de su captura, el "Petiso Orejudo" es más que un nombre en los archivos criminales. Es un recordatorio de cómo la pobreza extrema, el abuso y la indiferencia pueden crear un monstruo. Almagro, su escenario, cambió rotundamente y hoy es el lugar en el que viven familias de clase media, media alta, pero las marcas invisibles de sus crímenes persisten en la criminología argentina y mundial.
NG/LT