Emergente de un reclamo social mayoritario y rotundo, el ex outsider y actual presidente Javier Milei intenta edificar un relato restaurador de antiguas supuestas glorias de la Argentina potencia
Javier Milei firmando el Pacto de Mayo. |
Oficina del Presidente
Escenificación símil 1816 en la Casa de Tucumán. Firma de un acta “refundacional” con 18 gobernadores. Desfile y exhibición militar grandilocuente en Buenos Aires. Javier Milei consiguió este 9 de Julio un hito central en lo que busca construir desde que asumió el poder: simbolizar y liderar un cambio de época.
Emergente de un reclamo social mayoritario y rotundo, el ex outsider y actual Presidente intenta edificar un relato restaurador de antiguas supuestas glorias de la Argentina potencia. Ahí están los textos y las palabras de historiadores con rigor para desmentirlo. Pero qué importa. Se trata de darle narrativa, por más que sea ficcional, a una parte de la sociedad ávida de creer, tras extensos y sucesivos fracasos gubernamentales.
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El Pacto de Mayo cayó como anillo al dedo en esa lógica político comunicacional, que con astucia moldea el asesor premium Santiago Caputo. Poco importa que los diez puntos sean un decálogo de buenas intenciones abstractas, reiteraciones de ideas ya avaladas por nuestra Constitución Nacional o enunciados inconsistentes. Lo que interesa es darle formato de épica.
Hay que reconocerle algún mérito político, claro. Porque lo tiene. Sin ni un gobernador libertario ni presencia legislativa de fuste (en cantidad y calidad), Milei consiguió dos leyes claves para sus apetencias de gestión y que el 75% de los mandatarios provinciales le pusieran la firma al acuerdo de Tucumán, casi la mitad de ellos peronistas.
Semejante respaldo ofrece múltiples interpretaciones, que exceden a este texto. La más directa e intrigante es que lo hacen a cambio de fondos, o promesa de ellos. La reducción drástica de la coparticipación (por la cancelación de parte del impuesto a las Ganancias que retorna ahora y la estrepitosa caída de la actividad) y de las recaudaciones distritales ha puesto a las provincias en un brete. Se suma a ello un sistema de reparto centralista de la Nación afilado por el kirchnerismo, emparentado usualmente con la arbitrariedad o la extorsión.
Es cierto que los compromisos de obras públicas, el regreso de Ganancias y la asistencia a las quebradas cajas jubilatorias provinciales, entre otros juramentos de la Casa Rosada, resulta tentador para convencer a cualquier mandatario en este tiempo de vacas flacas. Puede ser un argumento válido.
También lo es algún tipo de identificación ideológica con los postulados de La Libertad Avanza, que se convirtió a partir de los resultados de la primera vuelta y a la vista de la oferta electoral en el balotaje, en la única que implicaba una representación cabal del cambio.
Se vincula, en ese sentido, una doble evidencia expresada por varios gobernadores y parte de la oposición que apoyan el arranque de esta administración. Por un lado, sostienen que deben darle gobernabilidad, al haber sido votado por la mayoría del electorado. Por el otro, tomaron nota que en la mayor parte de sus distritos Milei obtuvo amplia ventaja en las urnas.
A veces, la necesidad y el mandato popular tienen cara de hereje. Lo saben los gobernadores. Lo sabe Milei. Unos y otros asumen que no es para siempre. Nunca lo fue.
