La historia no suele repetirse, pero le encanta rimar, como dijo algún poeta que prefería la exactitud al optimismo. Y allí vamos otra vez, en Venezuela, en esa tierra que lleva décadas jugando al borde del abismo, donde la política es un teatro del absurdo, una tragedia con toques de sainete.
Hoy, mientras el mundo mira con más desgano que indignación, juró para su tercera presidencia consecutiva Nicolás Maduro, el hombre que hace de la permanencia en el poder su arte más refinado.
Mientras tanto, del otro lado de este juego, aparece la figura de Edmundo González Urrutia, presidente en el exilio, una especie de presidente electo por default, que parece más un actor secundario que un protagonista. Y entonces, el eco de la historia se vuelve ensordecedor: ¿es esto el "Cámpora al gobierno, Perón al poder" de la Venezuela del siglo XXI?
El paralelismo no requiere demasiados esfuerzos para ser trazado. El 11 de marzo de 1973, cuando Argentina finalmente salía de una dictadura para intentar una democracia tambaleante, se instaló aquella frase que resumía todo: "Cámpora al gobierno, Perón al poder".
Venezuela, al borde de la libertad
Para el inconsciente colectivo nacional, Héctor Cámpora no era otra cosa que un hombre de transición, un dócil operador que allanaría el camino para el regreso del verdadero jefe, Juan Domingo Perón.
Dicho y hecho, la presidencia de Cámpora duró apenas 49 días, suficientes para liberar presos políticos, abrir puertas y sufrir un autogolpe de Estado para que Raúl Alberto Lastiri, yerno de José López Rega, abriera paso para que con rapidez Perón volviera triunfal.
Ahora, en un 2025 que parece un mal chiste del tiempo, Venezuela podría estar protagonizando su propia versión de aquel episodio. González Urrutia, el supuesto ganador de unas elecciones cuestionadas hasta el hartazgo, aparece como el presidente “puente”.
Desde la clandestinidad, graba videos con tonos grandilocuentes y discursos que intentan ser incendiarios pero que terminan siendo humo. Habla de "la voluntad de ocho millones de venezolanos" como si fueran legión, pero su verdadera fuerza parece estar en ser el interlocutor de una figura mucho más potente: María Corina Machado.
El verdadero poder: María Corina Machado
María Corina Machado no necesita presentaciones en el escenario político venezolano. Es una mujer de verbo afilado y estrategias contundentes, que encarna la oposición dura a Nicolás Maduro desde hace años. Su capital político, alimentado por su discurso directo y por la desesperación de millones de venezolanos, la convirtió en una especie de salvadora de facto.
Si González Urrutia tiene algo de poder, es porque Machado se lo presta. Si su discurso resuena, es porque ella lo amplifica.
La relación entre ambos es un enigma disfrazado de alianza. Machado no hizo un esfuerzo por desmarcarse, pero tampoco parece dispuesta a cargar con González Urrutia por mucho tiempo. Es una dinámica de conveniencia: él le sirve para mantener una cierta legalidad frente a la comunidad internacional, mientras ella se reserva el derecho de aparecer cuando las condiciones sean propicias.
Situación calcada a cuando Perón manejaba los hilos mientras Cámpora firmaba decretos.
Una tragedia de repeticiones
Pero si en Argentina la historia de Cámpora y Perón tuvo su clímax y su desenlace, el drama venezolano parece atrapado en un bucle infinito. Nicolás Maduro sigue allí, desafiando el paso del tiempo y la lógica, mientras el país se hunde en la miseria y la desesperación.
La oposición, por su parte, sigue dividiéndose entre los que prefieren las estratégias institucionales y los que apuestan por un cambio radical. González Urrutia podría ser el hombre que firme su renuncia en favor de Machado, pero el camino está lejos de estar claro.
Venezuela, al igual que Argentina en los años 70, está atrapada en un juego de poder donde los nombres cambian, pero las dinámicas se mantienen. Y mientras tanto, los verdaderos protagonistas de esta tragedia, los millones de venezolanos que sueñan con un país distinto, siguen esperando que alguien los saque del laberinto.
Quizás no sea González Urrutia. Quizás ni siquiera sea Machado. Pero por ahora, todo apunta a que el destino de Venezuela está condenado a rimar, aunque nadie sepa la métrica exacta de este poema interminable.
NG