El funeral del papa Francisco, que falleció el lunes 21 de abril a los 88 años, fue diferente a los de sus predecesores porque él se encargó de dictar nuevas normas sobre cómo deben ser enterrados los pontífices.
Lo hizo con la intención de plasmar lo que venía predicando: una Iglesia “pobre y para los pobres”. Desde el comienzo de su nombramiento, en marzo de 2013, ya implementó este camino al elegir para vivir un departamento privado en el Vaticano en lugar del cuarto en la residencia de Santa Marta.
A mediados del año pasado, Jorge Bergoglio aprobó la nueva edición del libro litúrgico para las exequias del Papa, llamado el Ordo Exsequiarum Romani Pontificis (“Rito de las exequias del romano pontífice”). Allí expuso cómo deben ser los funerales de los jefes de la Iglesia católica.
Les quitó mucha pompa, a lo que eran proclives los pontífices anteriores. En el libro sostiene que se debe simplificar y adaptar algunos ritos para “mostrar que el funeral del romano pontífice es el de un pastor y discípulo de Cristo, y no el de un poderoso hombre de este mundo”.
Uno de los cambios más relevantes es la eliminación del uso de los tres ataúdes, algo frecuente en la liturgia clásica. Los pontífices eran inhumados en un ataúd de ciprés, que encajaba en otro de plomo y finalmente en uno de roble.
La idea básica de este procedimiento, que ya tenía todo un simbolismo por los materiales utilizados, era que el cadáver del sumo pontífice tuviera una cubierta hermética.
Francisco decidió terminar con ese procedimiento y utilizar los féretros comunes para cualquier mortal. De hecho, el papa argentino fue sepultado en un ataúd sencillo de madera revestido de zinc.
Otro de los cambios tiene que ver con la forma en que se exponía el cuerpo. Hasta ahora se trasladaba el cadáver del pontífice a la Basílica de San Pedro y se lo ubicaba en un catafalco, una plataforma elevada cubierta con terciopelo.
A Bergoglio no le gustaba esto, ya que era muy parecido a los antiguos funerales de los emperadores romanos. Así que ordenó que se eliminara el catafalco y el ataúd fuera depositado en una base común.
También eliminó la presencia del báculo. El Papa fue expuesto en el ataúd sin su báculo, para que los fieles pudiesen despedirlo a simple vista.
Finalmente introdujo una última modificación, que si bien es un deseo personal, no deja de ser significativa. El lugar de la sepultura.
Todos los papas, desde el inicio del siglo XX, fueron sepultados en las grutas que se encuentran bajo la Basílica de San Pedro, un lugar solemne e imponente.
Bergoglio, en cambio, prefirió que su cuerpo descansara en la Basílica de Santa María la Mayor, ubicada fuera de los límites del Vaticano, en la ciudad de Roma.
“Mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal los he confiado siempre a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por tanto, pido que mis restos mortales descansen esperando el día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor”, escribió en su testamento.
“El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”, agregó el papa argentino, que desde el comienzo buscó transformar la Iglesia.