PERIODISMO PURO
Entrevista

Kyle Chayka: “Ahora vemos cómo los principios de Milei se trasladan al gobierno de Estados Unidos”

El escritor estadounidense, autor del libro “Mundofiltro” y también columnista de la prestigiosa revista “The New Yorker”, donde escribe habitualmente sobre tecnología y cultura digital, reflexiona en esta extensa entrevista sobre los primeros meses de la segunda presidencia de Donald Trump, la fusión de la administración con los líderes tecnológicos de Silicon Valley, la implementación de la inteligencia artificial en la burocracia estatal y la extracción de datos de agencias gubernamentales y ciudadanos estadounidenses. En su último libro –previamente había escrito “Desear menos”–, explica su visión acerca de cómo los algoritmos transformaron la cultura y la dificultad de encontrar experiencias artísticas nuevas en un mundo dirigido por los datos.

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La tiranía del algoritmo. “Cultura algorítmica es mi frase para la era de la cultura donde los algoritmos influyen en todo. Casi toda la cultura llega a través de algún tipo de feed y es moldeada por recomendaciones”. | Marcelo Dubini

—Si hablamos de algoritmos, redes sociales y tendencias, no podemos dejar de hablar de la actualidad política. Hoy es innegable que las redes sociales son el pilar del auge de la ultraderecha en todo el mundo, ¿qué explicación le encuentra a esto?

—Definitivamente, hemos visto un aumento de la extrema derecha en todo el mundo, y eso ha sucedido al mismo tiempo que las redes sociales se han vuelto más efectivas. En la última década, hemos visto este movimiento político y hemos visto más y más gente subiéndose a X con Elon Musk y TikTok, y las redes sociales de Meta. Entonces, ¿están interconectados? Así parece. No sé si una cosa causa la otra, pero en las redes sociales es mucho más fácil que la gente se radicalice. Pueden consumir más contenido que existe en un nicho específico, como el contenido conservador, y pueden consumirlo continuamente. Pueden descubrir una nueva ideología, posiblemente una ideología tóxica, y profundizarla aún más. Y nunca se acaba, porque siempre hay más contenido en internet. La alimentación algorítmica acelera la radicalización, recomendando contenido nuevo y llevando a los usuarios hacia versiones más extremas de sus intereses. No sé si el impulso conservador, o el impulso a la violencia, o la xenofobia, o el prejuicio vienen de las redes sociales. Probablemente son muy anteriores. Pero la forma en que las redes sociales han reemplazado la infraestructura de los medios tradicionales significa que más gente consume contenidos más extremos y probablemente llega a tener creencias más extremas. Las redes sociales han afectado nuestro entendimiento de una realidad compartida y de verdades universales, o principios en los que estábamos todos de acuerdo, porque nos limita a nuestros propios prejuicios y confirma nuestros intereses ya expresados.

“El tecnofascismo es esa unión del poder del gobierno y la industria de la innovación tecnológica.”

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—Se cumplen dos meses de la toma de posesión de la segunda presidencia de Donald Trump, ¿qué le provocó ver a los magnates de Silicon Valley en la ceremonia de investidura?

—Fue una escena realmente dramática que mucha gente no esperaba. Porque, aunque Donald Trump ha sido una criatura de las redes sociales, ha ejercido mucho poder a través de su cuenta de Twitter y difunde su imagen en TikTok, y los votantes jóvenes lo abrazan a través de esos medios, nunca fue un amigo cercano de Silicon Valley. No es una mente maestra de la tecnología, digamos. Nadie lo considera un genio en tecnología de vanguardia o un experto en IA, o incluso en cómo usar esas herramientas. Ver a Mark Zuckerberg y el resto alineados detrás de él fue realmente impactante. Y eso me hizo comprender realmente, y a muchas personas también, cómo la política nacional y el gobierno federal se habían unificado con la vanguardia tecnológica, en cierto modo. No solo tenemos esta administración conservadora de extrema derecha en el poder gubernamental, sino que además fueron respaldados y cuentan con el apoyo de las empresas tecnológicas más vanguardistas, poderosas y globalizadas del planeta. Tenemos esta nueva unión entre política y tecnología, y entre política e industria, particularmente en el contexto de la IA, donde vemos a Mark Zuckerberg y Sam Altman, de OpenAI, haciendo arreglos con el gobierno federal y recibiendo apoyo en infraestructura a gran escala para construir centros de datos gigantes. De pronto, todos vemos los efectos de esta relación y cómo los CEO de tecnología están liberándose y empujando aún más los límites, desafiando lo permitido por el gobierno, para poner a prueba hasta dónde pueden llegar. Bajo la última administración, bajo Joe Biden, las empresas de tecnología fueron muy cuidadosas, no querían convertirse en un objetivo de las demandas antimonopolio. Estaban frustradas con la forma en que el gobierno las estaba frenando. Y ahora todas esas cadenas se han cortado, no hay restricciones y estamos empezando a ver cómo es eso.

—Una de sus últimas columnas en “The New Yorker” se titula “El tecnofascismo llega a Estados Unidos”, ¿qué piensa del rol que se le dio a Elon Musk y su programa DOGE de eficiencia del Estado?

—Eso también fue una sorpresa. En la campaña para las elecciones del año pasado, estaba claro que Elon Musk estaba jugando un papel y que era una poderosa influencia. Pero nadie sabía que DOGE, su pequeña operación, llegaría a tomar tanto poder, y esencialmente ha corrido desenfrenadamente a través del gobierno federal y despidió a cientos, si no miles, de trabajadores federales y amenaza a aún más. En el contexto del tecnofascismo, Elon Musk es el avatar de la tecnología ahora en el gobierno de EE.UU. Y su cercanía al centro del poder, como su presencia en la Casa Blanca, demuestran hasta qué punto la ideología de Silicon Valley está ahora en el corazón del gobierno federal y en el corazón de la administración Trump. En mi columna, escribí sobre el tecnofascismo, esencialmente como esa unión del poder estatal y la industria de la innovación tecnológica y el poder del gobierno. Y ese no es el poder del gobierno de una manera positiva, sino el poder del gobierno para vigilar a la gente, para secuestrar a la gente, para rastrear todo lo que sucede en la comunicación. El tecnofascismo es la tecnología de vigilancia de Silicon Valley subyugada a los propósitos del gobierno y utilizada para llevar a cabo los deseos de la administración.

Kyle Chayka, con Jorge Fontevecchia en Periodismo Puro.
EL ALGORITMO Y LA POLÍTICA. “En las redes sociales es mucho más fácil que la gente se radicalice. Pueden consumir más contenido que existe en un nicho específico, como el contenido conservador, y consumirlo continuamente”. (FOTO MARCELO DUBINI)

—En Argentina también tenemos un gobierno ultra, usted debe haber visto a nuestro presidente, Javier Milei, regalarle a Elon Musk una motosierra en la Conferencia Política de Acción Conservadora. Ambos gobiernos se vanaglorian de echar funcionarios estatales de manera denigrante, ¿cuál es su reflexión al respecto?

—Antes del incidente de la motosierra, Javier Milei no estaba en la mente de muchos estadounidenses, y de repente se metió en la conciencia de muchos de nosotros. Pero él es parte de este movimiento de extrema derecha y ahora está conectado íntimamente con el gobierno de EE.UU. Vemos puntos en común entre estos diferentes políticos en nuestros diferentes países, como hablar mucho de austeridad y de recortar el gobierno federal. Al mismo tiempo, hay mucha conversación sobre dar rienda suelta a las empresas y privatizar partes del gobierno. O en el caso de Milei, corrígeme si me equivoco, trató de abrazar la criptomoneda también, ¿verdad? Estaba impulsando el bitcoin con poco efecto positivo. Ahora estamos viendo cómo los principios de Javier Milei se trasladan al gobierno de Estados Unidos. Es casi como si Argentina ya hubiera pasado por lo que estamos pasando nosotros, y en cierto modo fue un adelanto de lo que estaba ocurriendo en los Estados Unidos. Pero no es un ejemplo inspirador para mí personalmente. Liberar ese tipo de tecnología no es una buena estrategia para el gobierno, que se supone que es por naturaleza lento y cuidadoso y tiene algunas formas de equidad y democracia en mente.

“Todas las empresas de tecnología y el gobierno están cometiendo
los mismos abusos que TikTok.”

—Hay antecedentes en la historia de la fusión del poder estatal y el industrial, por ejemplo, el nazismo y la tecnología que le aportó IBM para el censo en el que se identificó a los ciudadanos judíos; en Estados Unidos, el fordismo; hoy los magnates de Silicon Valley cercanos al gobierno han extraído una cantidad inimaginable de datos de todo el mundo, ¿qué le sugiere esto?, ¿hasta dónde cree que podrían llegar?

—Es una buena pregunta. La tecnología tiene varias formas. Habitualmente la vemos como maquinaria o nuevos inventos que todos usamos. Y eso puede ser cierto en el caso de la IA. Por ejemplo, de repente todos tenemos acceso a generadores de imágenes y cosas así. Pero otro aspecto de esta ola tecnológica y versión tecnológica de la política es que funciona con datos. Todos hemos generado muchos datos sobre nuestras vidas, creencias, quiénes somos y hacia dónde vamos. Esos datos ya eran absorbidos por Silicon Valley. Como si ya estuviésemos siendo vigilados por Facebook, TikTok y cualquier sitio en línea. Pero ahora, el gobierno federal también está cooptando y abusando de esos datos. Vemos a Elon Musk pasando por el gobierno, no solo despidiendo personas y absorbiendo su poder o autoridad, sino absorbiendo todos los datos de una agencia como el IRS, que gestiona los impuestos, o como OMB, que gestiona el presupuesto del país. Los datos son realmente poderosos. Subestimamos lo poderosos que son. Me preocupa adónde van o se divulgan de alguna manera, y no podemos realmente depender más de la seguridad. En el futuro, cualquier empresa privada podría abusar de esa tecnología. Cualquier gobierno extranjero podría absorberla y abusar de ella. Y ese tipo de robo de datos y el abuso de los datos era exactamente lo que nos preocupaba con el gobierno chino en relación con TikTok. Sin embargo, nuestro propio país nos hace lo mismo a través de las plataformas digitales. En cierto modo, desmiente todos esos esfuerzos contra TikTok cuando todas las empresas de tecnología y el gobierno están cometiendo los mismos abusos.

—¿Cree que está en riesgo la institucionalidad en los Estados Unidos con esta segunda presidencia de Trump y lo que hemos visto en estos dos meses de su gobierno, desafiando al Congreso y a la Justicia?

—Sí. En Estados Unidos notamos esta crisis existencial y vemos que el gobierno está cambiando drásticamente su modo de trabajar. Los republicanos llevan mucho tiempo hablando de reducir el gobierno, recortar agencias, devolver más poder a los estados. Pero esto es como una ejecución radical de esos principios en un grado que creo que nadie esperaba antes. La integridad del gobierno ciertamente está amenazada, incluso tan degradada como tal vez ya estaba la credibilidad del gobierno. Esto es muchísimo peor. Y ahora los estadounidenses han reducido la confianza en su gobierno, como si se bajara la expectativa de lo que el gobierno pudiera hacer por sus ciudadanos, ya sea la gestión de impuestos, o asegurarse de que las escuelas funcionen, o atender la próxima pandemia. Todas esas capacidades se ven amenazadas por recortes al estilo DOGE. Estamos muy preocupados. No sé qué pasará después, por ejemplo, si la segunda administración de Trump termina rápidamente y cambia el poder. Me preocupa cómo se restablecerán los amplios sectores del gobierno y la relación de la gente con él. Creo que esto daña nuestra confianza y nuestra percepción del valor del gobierno.

—¿Ve a un Donald Trump más agresivo y desafiante en esta segunda presidencia respecto de la primera?

—Las acciones del Gobierno lo comunican. Trump mismo parece más disciplinado, más capaz de mantener el mensaje, y operar como un político. Quiero decir, en cierto modo, él parece casi como un señor de la guerra o un líder autoritario. Esa no es la impresión de la primera administración Trump. En la primera administración, fue extremadamente desordenado. Todo era una catástrofe gigante. Esta vez, se siente que hay más intención y más enfoque, lo cual es una amenaza para los valores de la democracia. Sí, creo que es más agresivo, pero también puede que no sea el propio Trump quien crea o ejecuta alguna de estas cosas, sino la gente que ahora lo rodea y lo apoya, y el entusiasmo que tiene de la industria tecnológica.

—En esta misma serie de entrevistas, el filósofo italiano Bifo Berardi dijo sobre los líderes de extrema derecha como Trump, Milei o Meloni que “la libertad de la que hablan señores como Milei es la de mercantes de esclavos”, usted en una de sus columnas dice algo similar, habla de que el deseo de Silicon Valley “sería automatizar la vida de sus súbditos y convertirlos en siervos gestionados de forma semibenigna por la inteligencia artificial” ¿Qué explicación le encuentra?

—Creo que hay distintas motivaciones. Una fuerza que vemos en el gobierno de Estados Unidos y a nivel internacional en este momento es la creencia en la IA por sí misma. Sam Altman y OpenAI se apresuran en inventar la inteligencia general artificial (AGI), que debería ser más inteligente que un humano y capaz de actuar independientemente. Y creen que eso será tan poderoso y tan beneficioso que todo puede y debe ser sacrificado por ese objetivo. Como que el salvador de la humanidad será esta IA mejor que los humanos. Están dispuestos a sacrificar cualquier cosa por ese ideal, incluso los principios de la democracia. Desestimarán una sociedad justa y al gobierno federal de EE.UU., pues una vez que alcancemos la AGI, todo será perfecto y utópico. En cierto modo, están optando por esa tecnología por su propio bien, como si persiguieran una visión de innovación tecnológica que el resto de nosotros somos demasiado tontos para comprender. Pero en otro nivel, también existe esta ideología de Silicon Valley como los señores benévolos, nacidos para gobernar, que son los más inteligentes en nuestra sociedad, que pueden y deben decidir cómo funciona la vida de los demás. Consideran que nadie más es lo suficientemente capaz y deben tomar decisiones por nosotros. Los CEO de tecnología y la relación de Silicon Valley con el gobierno siguen esa idea: como somos los mejores, los más inteligentes, debemos decidir cómo funciona el gobierno y cómo debe vivir la gente, no solo en este país, sino esencialmente en nuestra realidad en el siglo XXI.

—Le pido su visión sobre la inteligencia artificial y el uso que Elon Musk hace de esta tecnología en la gestión gubernamental, ¿cuáles cree que podrían ser las consecuencias?

—Ahora mismo, Elon Musk está aprovechando la IA en la eliminación de las agencias gubernamentales. Así como DOGE recorta personal y desmantela departamentos, la idea es que chatbots, modelos de IA entrenados y software automatizado realicen el trabajo de los burócratas humanos, acelerándolo y haciéndolo más eficiente, tomando decisiones correctas sin sesgo humano, que los tecnócratas piensan es un sesgo liberal. No sé si eso está funcionando. La IA está en un punto en el que confiamos mucho más en ella para hacer una imagen divertida que para que tome decisiones en nuestras vidas. Dudo que la tecnología de IA más avanzada esté lista para gobernar a los humanos. Tampoco es que realmente queramos que lo haga. El sueño de una IA gubernamental es también una excusa para absorber todos esos datos, aumentar el poder y centralizar aún más las cosas. En cierto modo, la IA actúa como una excusa con el fin de acelerar la destrucción y poner más poder en manos de Musk y Trump.

—¿Qué dice de la democracia estadounidense el poder que está adquiriendo la oligarquía tecnológica?

—La democracia estadounidense se ve amenazada por diversas razones, quizá principalmente debido a la falta de confianza y apatía de la gente. Existe la sensación de que los avances en innovación y cambios en nuestras vidas no provienen del gobierno, y que los proyectos de infraestructura carecen de inspiración o son inexistentes. Silicon Valley ha tomado ese manto de la fuerza que cambia la vida de las personas y nos trae lo nuevo. Como ahora Elon Musk ayuda a la NASA a lanzar cohetes, como si él fuera el hombre de los cohetes y el gobierno hubiera fracasado en ello. Cada vez más gente cree en el poder de esos CEO y de la tecnología de Silicon Valley para cambiar sus vidas, para realmente hacer que las cosas sucedan en el mundo. Y confían menos en el gobierno, que ha estado estancado y ha sido bastante improductivo. El Congreso ha estado estancado entre republicanos y demócratas. No hay un consenso real sobre la dirección en la que deberíamos ir. Incluso la elección de Trump esta vez se decidió por unos pocos puntos porcentuales y tal vez cientos de miles de personas. Esta falta de dirección frustra a la gente y ven una dirección que viene de las empresas de tecnología y de estos empresarios, que proporciona algo en que creer.

—¿Qué piensa de estas narrativas utópicas de Silicon Valley, como la idea de Elon Musk de salvar a la humanidad con la conquista de Marte, y que a la vez son grandes corporaciones que reproducen lógicas capitalistas cada vez más salvajes, y la idea de no Estado?

—La parte del espacio también es extraña. El sueño de Elon Musk siempre ha sido ir a Marte y colonizarlo. Está muy impulsado hacia ese objetivo. Silicon Valley ha estado persiguiendo la idea de un Estado de red o islas-Estado o construyendo sus propios gobiernos y municipios autónomos, como una especie de Estado techno, supongo. Y nunca ha funcionado realmente. Se han hecho muchos esfuerzos. Ha habido muchos intentos burbuja en este sentido. Estamos empezando a ver que ocurre un poco. Hay alguna ciudad que se supone que se construirá en California que ahora se enfrenta a demasiadas regulaciones del gobierno, por lo que no pueden construir una ciudad donde quieran. Para mí, la pregunta es: ¿alguien quiere vivir en estas sociedades aparte de los ingenieros y empresarios de Silicon Valley? Estoy feliz de que construyan una sociedad para sí mismos y tengan su casa, su club y su complejo aislados, pero simplemente no veo el atractivo para cualquier ser humano normal que no está impulsado a tal dominación o maquiavélicos principios crueles como los suyos. Elon Musk podría llegar a Marte. La pregunta es: ¿quién va a seguirlo? ¿Quién quiere vivir en la ciudad de Marte de Elon Musk? Personalmente, no me ofrecería como voluntario.

“La alimentación algorítmica acelera la radicalización, recomendando contenido nuevo.”

—El título de su último libro es “Mundofiltro”. ¿Qué significa? ¿Por qué “Mundofiltro”?

—“Mundofiltro” era mi palabra para el entorno holístico de recomendaciones algorítmicas en el que vivimos ahora. Para el título del libro, quería encontrar un único término o frase que captara cómo estamos rodeados de recomendaciones todo el tiempo. Siempre que estamos viendo Netflix, Facebook o un feed de TikTok recomendado, estamos siendo empujados a contenidos que se supone que se ajustan a nuestros deseos y a lo que nos gusta. Sin embargo, eso actúa como un filtro que nos rodea y que media e influye en todo lo que vemos dondequiera que vayamos, en la gente con la que interactuamos. Eso es Mundofiltro, el estado tecnológico en el que existimos en línea ahora.

—En el libro dedica varias páginas a hablar sobre el gusto, ¿qué es el gusto?

—El gusto es definitivamente abstracto. Históricamente, el gusto, como las ideas sobre el gusto, comenzaron en el siglo XVIII en la filosofía francesa y británica. Y la idea era que el gusto era casi un reconocimiento moral de lo que es bueno. Así que lo que era bueno dentro de ti gravitaba hacia las cosas que eran buenas fuera de ti, hacia otras personas buenas o hacia el buen arte o la buena música. Podías reconocer la bondad innata de algo. A lo largo de los siglos, como muchas otras cosas, el gusto se ha convertido más en una forma de consumismo donde el gusto se refiere a lo que nos gusta, como lo que nuestro yo individual prefiere, nuestra propia sensibilidad, nuestro propio estilo tal vez. Los algoritmos y las redes sociales han sustituido muchas de nuestras ideas sobre el gusto porque nos bombardean con recomendaciones y cosas que se supone que ya nos gustan, como si hubiéramos externalizado nuestro gusto y nuestra toma de decisiones culturales a estas ecuaciones que dictan lo que vemos. En el libro, quería traer ese sentido más profundo del gusto para decir que no tenemos que permitir que las máquinas se hagan cargo de esto por nosotros. El gusto se supone que es una capacidad innatamente humana, se trata de ti, el individuo que responde a su entorno. No es algo que alguien o algo más puede hacer por ti.

Libros de Kyle Chayka.

—¿Y qué significa tener “buen gusto” o “mal gusto”? ¿Cómo se determina o quién lo define?

—Es una buena pregunta. Los gustos personales, como todas estas preguntas, son nuestras ansiedades en torno a los gustos personales. Como: ¿qué me gusta?, ¿cómo me hace sentir algo?, ¿tiene resonancia con mis gustos?, ¿va en contra de mis gustos? En ese sentido, espero que no esté hecho por nadie, que no se imponga a nadie una versión de los gustos. Espero que cada uno pueda experimentarlo por sí mismo y decidir por sí mismo cuáles son sus gustos. Pero creo que eso es muy difícil en la práctica, la mayoría de las veces nuestros gustos se basan en los diferentes curadores culturales y personas cercanas que nos muestran cosas. El gusto se construye a partir de las preferencias de otras personas. Puede que te guste una canción que te ha recomendado un amigo, o puede que te encuentres con un gran artista o un gran escritor en una nueva revista literaria, y entonces construyes tu gusto sobre eso. Los gustos también pueden ser sinónimo de éxito cultural. Tener buenos gustos se asemeja a la buena cultura o lo que se considera cool. De este modo, puede resultar restrictivo y generarnos ansiedad si nuestro gusto no está de moda. ¿Será que no soy lo suficientemente cool para tener buenos gustos? Pero en mi libro y en mi escritura, quiero animar a la gente a tomar de nuevo la responsabilidad y solo pensar en cómo algo te hace sentir, en lugar de estas fuentes externas de validación, como: ¿a quién más le gusta? O, literalmente, ¿cuántos “me gusta” tiene en las redes sociales?

—Hablando del gusto, usted cita de Montesquieu, que dice: “El gusto natural no es un conocimiento teórico. Es una aplicación rápida y exquisita de reglas que ni siquiera conocemos”. ¿El algoritmo vino a reemplazar esas “reglas que ni siquiera conocemos”?

—Creo que sí. Es decir, esa línea, “una regla que ni siquiera conocemos”, podría aplicarse a los propios algoritmos, porque no sabemos cómo funcionan. Sus operaciones están ocultas para nosotros. El algoritmo ha reemplazado ese sentido de sorpresa y deleite y sentimiento que Montesquieu estaba describiendo, porque para él era un reconocimiento de la belleza que te llega inesperadamente en un instante. Puedes no entender nada sobre una pintura, pero de repente te conmueve y encuentras la belleza en ella. Y eso sabe a que has identificado la bondad en algo más. No creo que eso ocurra tanto en internet ahora, en gran parte porque estamos bombardeados con muchas cosas diferentes. Y hay tanto ruido y conmoción y opiniones de otras personas que nos desalienta experimentar algo por nuestra cuenta.

—Uno de los temas centrales del libro, y que usted describe muy bien, son las diferentes maneras en que los algoritmos están cambiando los gustos, ¿podría profundizar esta idea?

—Los algoritmos se han convertido en un filtro para la cultura, como mediadores de lo que vemos, de cómo consumimos las cosas. Cómo lo hacen se basa en cómo están diseñados, qué ecuaciones codifican las plataformas digitales que determinan lo que vemos. El gusto para un algoritmo se basa esencialmente en la popularidad. La mayoría de los feeds algorítmicos juzgan las cosas basándose en lo que es popular, lo que produce más clicks y atención, ese tipo de cosas se promueven aún más. Entonces, si tu gusto personal se basa en lo que es bueno o en lo que te hace sentir algo, el gusto del algoritmo sería lo que llevó a las personas a hacer más clics o a prestar atención durante más tiempo. Podemos apreciar la diferencia entre estas dos cosas. Por un lado, estás hablando de cambiar tu mente, cambiar tu vida, inspirar nuevos pensamientos. Por otro lado, estás hablando de una especie de estado hipnótico, aburrido, banal de consumo pasivo.

—El subtítulo del libro es “Cómo los algoritmos han aplanado la cultura”, ¿qué quiere decir con “aplanamiento”?

—Quería usar la palabra aplanamiento porque implica diferentes significados. Parte de ello es la homogeneización, todo se vuelve estéticamente similar en cada género en el que existe. Aplanamiento también sugiere pobreza o embotamiento de la experiencia de la propia cultura. Nuestros encuentros con la cultura se aplanan porque experimentamos todo a través de los mismos canales banales de la pantalla de nuestro iPhone, todo es aplanado y empujado a través de ese mismo molde. Y también me gustó aplanado porque se refiere al sentido de la globalización, como si el mundo fuera plano. En esta era de plataformas digitales globales y los algoritmos que funcionan a través de ellas, todo se está globalizando mucho más profunda y rápidamente que nunca. Ese es el tipo de aplanamiento de la cultura en la era algorítmica. Es el aplanamiento de que el K-pop sea popular en todo el planeta, es el aplanamiento de Netflix en todos los países.

—Las comunidades cerradas de internet y las plataformas nos ofrecen un universo accesible, aspiracional y cada vez más clónico. Y, siguiendo el dictado de los “me gusta”, los algoritmos borran las diferencias e identidades y nos transforman en usuarios pasivos. ¿Estamos perdiendo personalidad?

—En cierto modo sí. Me gustaría que no estuviera sucediendo, pero mucha gente, especialmente los jóvenes con los que hablé en el curso de este libro, tenían una ansiedad que casi no sabían lo que realmente les gustaba, no conocían sus propias preferencias. Y la construcción de sus identidades se reducía al proceso de elegir una estética u otra, como elegir qué tendencia de TikTok vas a seguir, y eso se convierte en tu personalidad durante unos meses, y luego la cambias por la siguiente. En ese sentido, creo que estamos perdiendo nuestra personalidad. Pero eso no quiere decir que no exista. Siempre podemos alejarnos un poco de estas vertiginosas autopistas de contenidos y retomar nuestra personalidad.

—Usted dice en “Mundofiltro”: “Vivimos en una era de cultura algorítmica”. Háblenos de la ansiedad algorítmica y de cómo se contagia.

—Cultura algorítmica, esa era mi frase para la era de la cultura donde los algoritmos influyen en todo. Casi toda la cultura llega a ti a través de algún tipo de feed y es moldeada por recomendaciones. Así que toda la cultura actual, en cierto modo, es cultura algorítmica. Y la ansiedad algorítmica es este término para el desajuste que sentimos entre lo que el algoritmo nos da y lo que realmente deseamos. O es que la ansiedad viene de luchar con el algoritmo, y a veces estás luchando contra él para conseguir lo que quieres, o a veces estás molesto porque no te está dando algo que deseas, y te está malinterpretando o entendiendo mal. Tenemos esta ansiedad de que la cultura se ha vuelto demasiado algorítmica, y nosotros mismos, nuestro sentido del yo, se ha vuelto demasiado algorítmico. De ahí viene la ansiedad, de encontrarnos con la alienación del algoritmo.

—En el libro usted comienza hablando de las cafeterías genéricas, ¿qué sucede con estas “cafeterías genéricas” y la cultura homogénea?

—La cafetería genérica fue la primera señal que vi sobre esta globalización y homogeneización que estaba sucediendo. Eran cafeterías de todo el mundo que no estaban dictadas por una corporación matriz como McDonald’s, pero de alguna manera todas habían logrado adoptar la misma estética de azulejos blancos de metro y muebles de madera recuperada y arte barista en sus tazas de cerámica, donde sirven tostadas con palta. Era una plantilla, una estética para un espacio que existía dondequiera que fueras, ya fuera Beijing, Berlín, Los Ángeles, Reikjavik o Buenos Aires. No importa dónde vayas, hay una cafetería que se parece a esta. Y argumenté que la causa era la aparición de plataformas como Instagram a mediados de la década de 2010, donde de repente a todo el mundo se le recomendaban contenidos similares. De repente, los baristas de todo el mundo se vieron bombardeados con imágenes de cafés con leche perfectos, y todo el mundo podía ver la tostada de palta a la que haces una foto y compartes con tus amigos. Creo que la cafetería genérica vino de todas estas personas en todo el mundo gravitando hacia el mismo sentido del gusto, básicamente. Y luego, una vez que se establece, la cultura algorítmica crea este círculo vicioso con el fin de tener éxito, tienes que copiar lo que ya está ahí fuera y unirte a esta estética que ya existe. De lo contrario, la gente no va a venir a ti. No va a parecer de buen gusto. O te unes a ella o mueres. Y el proceso se ha repetido, no solo en una cafetería o un Airbnb, también en la música y la literatura y todas las demás formas de cultura.

—En el libro, usted habla de la curaduría, que es un término que proviene del arte, de los museos, ¿qué sucede con esta práctica en las redes sociales y el algoritmo?

—La curación se ha convertido en la palabra de moda, es tan popular que ya no tiene sentido. Se utiliza demasiado en internet. Pero un curador es alguien que elige con un criterio los elementos básicos que recogen la cultura que es buena, seleccionan lo que es bueno y vale la pena prestar atención. Pero en el libro quería volver a las definiciones anteriores de los curadores, que eran personas que asumían la responsabilidad de las cosas, ya fuera el río en la antigua Roma o las almas de una iglesia en la Inglaterra del siglo XV. Ser un curador era cuidar de algo, hacerlo constructivo y apoyar su desarrollo, fuera lo que fuera. Hemos perdido un poco eso en internet, donde la cultura es curada porque todo el mundo tiene que elegir algo, pero no es curada de un modo que profundiza en su significado. No aporta más contexto. No se le da más historia. No se extrae de sí mismo. En su lugar, se aplana a través de estas presiones de tráfico y compromiso, como hemos descripto antes.

—¿Qué cree usted que nos define como consumidores de cultura? ¿Qué elementos nos definen?

—Creo que lo que nos define es lo que consumimos, en cierto modo, creo mucho en el consumo cultural. Es lo que elijo para pensar y escribir todo el tiempo. Y es lo que me importa. Como: ¿qué libro estás leyendo?, ¿qué música escuchas?, ¿qué película quieres ver? Creo que esas cosas son realmente importantes. El problema es que nos hemos vuelto demasiado pasivos y no las elegimos por nosotros mismos. Al igual que nuestro consumo cultural, está demasiado dictado por la tecnología en lugar de las cosas que nos rodean. Una gran conclusión a la que llegué después de escribir este libro fue simplemente que debemos consumir la cultura de donde vivimos. Deberíamos ir a ver a los grupos locales, ir a la galería de arte de la esquina. No debemos centrarnos únicamente en las cosas que son populares en internet, que probablemente están muy globalizadas y son inaccesibles. La cultura está a tu alrededor, solo tienes que levantar la vista del teléfono e ir al restaurante o ir al concierto y pensar en ello.

—¿Hay una manera de derrotar a los algoritmos y recobrar un poco de nuestra humanidad?

—No es una causa perdida ni mucho menos. Puede que ya hayamos pasado el momento del pico del algoritmo, solo porque las personas se dieron cuenta de que estos feeds no han sido necesariamente buenos para ellos. Y se vuelven más molestos y frustrantes aparentemente cada año. Por eso veo que la gente ya se aleja de ellos. Podemos escapar cambiando nuestros hábitos personales, saliendo de las plataformas digitales, desconectándonos de las redes sociales, y simplemente redoblar ese sentido de gusto personal como lo que te gusta, a lo que tu alma responde. ¿Qué te hace sentir esa sensación de belleza y el bien en el mundo? Algo en lo que pienso a menudo en este contexto es que puedes encontrar algo más sorprendente e interesante yendo a cualquier museo o galería en cualquier lugar que abriendo tu feed de Instagram. Porque Instagram en este momento solo te da más de lo que esperas y más de lo que es popular online. Mientras que lo que existe en la vida real podría ser totalmente diferente. Podría ser al azar y sorprendente y extraño, y la gente en línea no está hablando de ello.

—La libertad de expresión es uno de los pilares de la democracia estadounidense, el presidente Trump y muchos de sus partidarios, desde Elon Musk hasta políticos populistas como el vicepresidente J.D. Vance, se han presentado durante los últimos años como defensores de la libertad de expresión; sin embargo, han demostrado ser sistemáticamente intolerantes con las palabras, ideas y perspectivas con las que discrepan, ¿como periodista siente que en Estados Unidos se ha erosionado la libertad de expresión?

—Sí, sin duda. Desgraciadamente, creo que esto se ha visto claramente en las últimas semanas, cuando el gobierno estadounidense ha secuestrado a estudiantes universitarios que han manifestado su apoyo a los palestinos en Gaza o que han ejercido su propia libertad de expresión. Esos secuestros y extradiciones han frenado completamente la libertad de expresión. Y sé que una serie de personas, desde activistas a periodistas, temen las consecuencias que esto pueda tener para ellos. Musk, Vance y otros se presentan como partidarios de la libertad de expresión, pero en cuanto están en el extremo contrario, se vuelan por la ventana. Se siente como una mentira completa en este punto.

—¿Qué piensa sobre la maniobra de la oficina de prensa de la Casa Blanca sobre seleccionar cuidadosamente a los medios que cubren al presidente Donald Trump?

—Realmente no tiene precedentes. Es decir, muestra cómo la administración Trump solo quiere hablar con las personas y publicaciones que simpatizan con ella. Refuerza esta división de los medios de comunicación que vimos durante la campaña electoral que muchas audiencias están derivando hacia YouTube y podcasts en lugar de los medios tradicionales. Aunque no estoy seguro de que sea un verdadero ejercicio de transparencia hacer las conferencias de prensa, al menos fue un gesto de transparencia. Ahora eso ya no existe. Nos pone a los periodistas y los medios de comunicación en una posición más de oposición, simplemente porque no tenemos ese acceso. Y ni siquiera tenemos la ilusión de transparencia. En cierto modo, podría alentar más periodismo duro y más trabajo de nuestra parte.

—Elon Musk compró Twitter describiéndose a sí mismo como un “absolutista de la libertad de expresión” para convertirlo en “una plaza pública digital común, donde se pueda debatir una amplia gama de creencias de forma sana”. Según su visión como especialista en tecnología y cultura digital, ¿en qué se ha convertido X?

—Twitter, ahora X, se ha convertido en un reflejo de las preocupaciones y la política de Elon Musk. Nunca hemos visto una red social tan dominada por una persona y sus ideas. Y Facebook e Instagram reflejan a Mark Zuckerberg. Pero no creo que Zuckerberg esté poniendo su pulgar en la balanza todos los días de manera que lo beneficie personal y directamente. Aún tengo una cuenta X, probablemente debería borrarla, y todavía entro de vez en cuando. Pero mi único propósito es entender lo que la ideología muskiana, todo el lado de Silicon Valley y los conservadores piensan acerca de algo. No encuentro ningún valor en compartir o publicar nada.

—¿A qué atribuye usted que las audiencias confíen más en informarse a través de las redes sociales que por los medios tradicionales?

—Internet nos dio esta gran habilidad de conectarnos directamente con otras personas, uno a uno, sin los medios tradicionales. Y los consumidores se han acostumbrado más a consumir una cara y una voz y han llegado a confiar más en la gente que conocen online que en las instituciones mediáticas. Ya no hay un presentador de noticias universal en la televisión todos los días a las cinco de la tarde. Cada uno elige su canal y la voz que le gusta seguir. Y no creo que eso sea intrínsecamente malo, pero es un cambio radical para los medios de comunicación y para la fluidez de la gente en las noticias, porque esa nueva generación de voces no sigue los mismos principios periodísticos que tendría un canal de noticias. Puedo ver el atractivo de esta especie de relación parasocial y de la voz personal única que te da información. Pero al mismo tiempo no es una información de buena calidad, como cabría esperar en el pasado.

“Ver a Mark Zuckerberg y el resto alineados detrás de Trump fue realmente impactante.”

—¿Cuánto han fomentado las redes sociales la desinformación y por qué cree que, si muchos de los usuarios de redes somos conscientes de esto, seguimos utilizando las redes para informarnos?

—Deberíamos cambiar nuestro propio comportamiento. Hay un porcentaje tan alto de desinformación y contenido generado por IA, que estamos obligados a navegar por nuestra cuenta, al igual que todo el mundo. Creo que seguimos ahí porque se ha vuelto la principal fuente de medios e información. Las redes sociales, en especial TikTok, son donde todo sucede. Mientras la gente ponga atención en estos canales, las cosas seguirán ocurriendo ahí. No sé si se puede poner al genio de nuevo en la botella, pero pienso que las redes sociales podrían ser más beneficiosas para todos.

—¿Qué sucede con la creatividad en esta era caracterizada por el bombardeo digital?

—La creatividad, la creación de cualquier tipo de cultura en este momento... estás constantemente pensando en cómo algo se reproducirá en línea. Estás pensando en qué pasará cuando publiques la foto de tu cuadro o qué pasará cuando subas tu canción a Spotify. Y existe esta doble conciencia o hiperconciencia de la popularidad y del engagement de audiencias online aleatorias. Ha sido muy malo para la cultura. Creo que en otros períodos y durante otros períodos, lo que el artista piensa no es, ¿será popular? Están pensando en, ¿me gusta? ¿Esto satisface mi propia visión creativa antes de llegar al público o a los oyentes? Hemos perdido ese sentido de un artista trabajando en su propia cabeza y llegando a la siguiente gran idea genial solo, que luego la muestra al mundo. Esa conciencia de generar clicks y popularidad ha hecho que el arte y la cultura sean más aburridos y menos experimentales que en el pasado.

—La mayoría de las personas desconocemos cómo funciona el algoritmo y por lo tanto no tenemos manera de controlarlo o evitarlo. ¿Hay una manera de escapar del mundo virtual y de la tiranía del algoritmo?

—La mejor manera de escapar es probablemente estar menos en estas plataformas y desconectarse más. Si no queremos experimentar la influencia de los algoritmos, no deberíamos estar en plataformas que se rigen por estos métodos. Y eso no significa salir de internet. Incluso desde que escribí el libro, o en el proceso de escritura, he visto nuevas plataformas aparecer en internet, nuevos sitios web y servicios de streaming, y son menos algorítmicos. La cuestión es que solo tienes que elegirlos. Elegir Blue Sky, en lugar de X, o el canal Criterion, que transmite películas de arte, en lugar de Netflix. Se necesita la elección del consumidor para alejarse de ellos. Pero sin duda se puede escapar. Siempre pienso en ello como comprar alimentos orgánicos. Puedes cambiar tus hábitos de compra si solo compras productos ecológicos en lugar de los fabricados en masa.

—En su primer libro, “Desear menos”, usted dice que el minimalismo se ha convertido en un “commodity”, ¿qué quiere decir con esto?

—Es curioso pensar eso porque lo escribí hace siete años. El minimalismo, para mí, se convirtió en una mercancía porque el estilo del minimalismo se convirtió en una mercancía. Se veían todos estos accesorios y ropa y maquillaje anunciados en internet que se suponía que eran minimalistas o abrazaban el minimalismo. Y, sin embargo, eran solo más productos y más cosas que seguían este código estético particular del minimalismo. En la tendencia del minimalismo, creíste ser minimalista al adquirir objetos austeros, blancos y de aspecto limpio. Sin embargo, solo estabas comprando más cosas. Esto dista de ser verdaderamente minimalista.

—¿Cómo cree usted que podemos sobrevivir a un entorno homogeneizado, acelerado y descontextualizado, donde ser proactivo y mantener la curiosidad y el espíritu crítico exige cada vez más esfuerzos, donde los algoritmos mezclan información, desinformación y contenidos patrocinados en un mismo espacio?

—Sí, esa es la cuestión. El entorno es así de caótico, confuso y manipulador. Creo que ponerlo todo junto en una frase realmente capta lo loco que es. La cuestión de cómo sobrevivimos o cómo navegamos por él es realmente importante. En cierto modo, el primer paso es ser un consumidor más consciente y saber de dónde vienen las cosas y saber cómo la cultura está llegando a ti y entender cómo estás siendo influenciado por los algoritmos. Tener ese reconocimiento es definitivamente el primer paso. Y luego romper esa influencia y buscar espacios y canales que no se rijan por esas mismas cosas y que funcionan de manera diferente. Para mí, solo inspira este deseo de salir de internet tanto como pueda y buscar cosas en la vida real y cómo reconstruir estas comunidades culturales que son de persona a persona, que existen en la vida real, a diferencia de en línea. Una pequeña comunidad en lugar de una comunidad de millones o miles de millones de personas. En cierto modo hacer hincapié en lo local, combatir todas estas cosas pide un enfoque en lo local y lo que está a tu alrededor, lo que puedes tocar con tus manos y entender por ti mismo, que no es una red social con tres mil millones de personas. Eso es inhumano, vasto, confuso. Nunca entenderemos sus resultados. Pero sí entendemos un hilo de mensajes de texto con nuestros amigos. Y creo que esa es la escala y la relación a la que espero que volvamos.

Producción: Sol Bacigalupo.

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