¿Quién decidió que una historia dura 24 horas? En algún momento, alguien—probablemente un grupo de ingenieros en alguna oficina muy minimalista—determinó que ese era el tiempo perfecto para que lo que compartimos tenga impacto. Ni más, ni menos. Sin preguntarnos. Sin dejarnos elegir. Y ahí estamos, muy obedientes, aceptando esa regla como si fuera una ley natural. Pero, ¿qué significa que nuestras historias expiren al día siguiente?
Tal vez 24 horas sean la metáfora perfecta del mundo en el que vivimos: un espacio donde todo es urgente, donde la relevancia se mide en likes y donde, si no producís algo nuevo mañana, desaparecés. Porque eso son las redes. Una cinta transportadora de contenido que nunca se detiene, que consume y descarta antes de que tengamos tiempo de preguntarnos qué sentido tiene lo que compartimos.
Confieso que no sé si quiero que mis historias duren 24 horas. Hay días en los que preferiría que desaparecieran en 10 minutos. Otras veces, siento que podrían durar una semana porque, para mí, lo que publiqué importa. Pero esa decisión no me pertenece. Instagram ya decidió por mí. Y yo, como todos ustedes, lo acepté.
Y el problema no es que las historias duren 24 horas, es que nunca nos preguntamos por qué. ¿Por qué no podemos elegir cuánto dura lo que compartimos? Porque el sistema está diseñado para que volvamos. Si tu contenido desaparece al día siguiente, te sentís obligado a generar algo nuevo. Y si generás algo nuevo, seguís alimentando el ciclo. Es un diseño que se nutre de nuestra necesidad de ser vistos, de no quedar afuera.
Lo aceptamos sin cuestionarlo y la tecnología nos acostumbró a eso. Nos enseñó que el tiempo es algo que ellas definen: cuánto dura una story, cuántos segundos tiene un reel, cuántos caracteres puede tener un tweet. Pero esas reglas no son inocentes. Están moldeando nuestra relación con el tiempo, con la visibilidad, con la conexión humano.
Porque las 24 horas no son solo un límite arbitrario. Son una forma de control. Nos hacen acordar que no tenemos el control que creemos. Nos hacen depender de un sistema que no diseñamos y que, en muchos casos, ni siquiera entendemos del todo. Si no publicás hoy, te olvidan. Si no consumís ahora, te lo perdés. Es un ciclo que explota nuestra ansiedad y nuestra necesidad de pertenencia.
Pero, ¿qué pasaría si empezáramos a cuestionarlo? Si decidiéramos no aceptar estas reglas como inamovibles. Porque detrás de cada “así es como funciona” hay una decisión que alguien tomó. Una decisión que moldea nuestras vidas digitales y, por extensión, nuestra percepción de nosotros mismos.
Porque las historias pueden durar 24 horas, pero lo que hacemos, lo que construimos, lo que somos, debería durar mucho más. Cuestionemos más. Es el primer paso para dejar de ser solo usuarios y empezar a ser protagonistas.