Se han cumplido ya más de cuarenta años de la plena vigencia de la democracia en nuestro país. Una democracia que no sólo hace al funcionamiento de las instituciones sino también a la convivencia entre las personas, donde existe la libertad de expresión, son respetadas las diferencias y como decía aquel viejo periodista, un país en el que se pueda vivir dignamente y progresar aunque esté gobernado por nuestros opositores.
Por supuesto que la nuestra no es una democracia perfecta. A lo largo de estos cuarenta años hemos sufrido una serie de avatares en los que corrimos riesgo de volver al autoritarismo. Prácticas que no han desaparecido del todo. Circunstancias en las que se atacó abiertamente a las instituciones democráticas o en la que ciertas prácticas autoritarias se escondieron bajo el ropaje del respeto a esas mismas instituciones. Sin embargo nuestra democracia sigue vivita y coleando.
La voluntad popular es respetada y a pesar de que algunos grupos siguen encerrados en la lógica amigo/enemigo, la gran mayoría de la sociedad vive pacíficamente, más allá de sus diferencias políticas, religiosas, culturales y estilos de vida. Se ha avanzado significativamente en la aceptación de la diversidad.
Como ocurre siempre, frente a situaciones de cambio, en particular cuando se juegan valores y principios, hay quienes se resisten, quienes los aceptan pasivamente, quienes manifiestan su aprobación, quienes las promueven y quienes, por el contrario, las consideran demasiado tibias o que no van al fondo de las cosas. Fulbito para la tribuna, dicen.
Intelectuales contra la cultura de la cancelación
Son también los que, en una actitud dogmática, muchas veces impregnada de fanatismo, van mucho más allá. No aceptan que haya quienes no estén de acuerdo con algunos de esos cambios y lo pongan de manifiesto. No sólo no los aceptan, sino que pretenden suprimir las voces de todos aquellos que no coincidan con sus ideas. Los custodios de lo políticamente correcto, que se consideran a sí mismos moralmente superiores.
Esta actitud, que tuvo algunas manifestaciones en nuestro país cuando se discutieron temas como la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la ley del no binario, se asemeja bastante a lo que a nivel internacional, se llama el movimiento woke que en términos idiomáticos, puede traducirse como “despierto” pero que en términos políticos significa “estar alerta”. Estar alerta frente a qué? Frente a cualquier acción, gesto o manifestación que pueda ser interpretada como una divergencia, desaprobación, rechazo o cuestionamiento a lo que son sus banderas de lucha.
Si bien se trata de un término al que ya en 1917 el Diccionario Oxford, le agregó el significado de “estar conscientes de temas sociales y políticos, como el racismo”, en una de sus acepciones, su utilización comenzó a generalizarse en la década del cuarenta en los Estados Unidos entre los que, precisamente, luchaban contra la segregación racial. Con el tiempo fue incorporado a la lucha contra cualquier tipo de discriminación, en especial en cuestiones de género y sexualidad. Se fue dogmatizando y fanatizando.
Dejó de ser algo cultural asociado a la integración de las diferencias para convertirse en una expresión asociada a los movimiento políticos e ideológicos vinculados a la izquierda más radicalizada. Lo que en la Argentina llamaríamos la práctica del escrache se convirtió en su modus operandi, al punto tal de que sus partidarios pasaron a ser considerados por sus críticos como la “policía de la palabra”, donde todo se reduce a la interpretación de lo que ellos consideran que es el significado o el sentido de las expresiones de los demás, y que dio lugar a la denominada cultura de la cancelación. Algo más que una autocensura.
En la práctica consiguió instalar el temor de que cada uno tiene que tener mucho cuidado de lo que va a decir o hacer, especialmente cuando se trata de los periodistas, los influencers, los funcionarios, los artistas, los académicos, los líderes religiosos, los científicos, los escritores y los intelectuales de todo cuño. Inclusive hay varios humoristas que temen que hasta el humor corra peligro.
Su vigencia se ha extendido también a Europa, al punto tal de que muchos consideran que se encuentra fuera de control. Hasta hay empresarios que les temen y se ha desarrollado lo que se denomina un capitalismo woke que no sólo evita cualquier hecho que pueda generar una denuncia en su contra, sino que inclusive trata de congraciarse con el wokismo para evitar problemas.
Muchos perdieron sus puestos de trabajo o sus cátedras en las universidades víctimas de la cultura de la cancelación, tal como le pasó al filosofo argentino, Leonardo Orlando, en la mayor escuela de Gobierno del mundo, la Science Po, de Paris, cuando dos programas que iba a desarrollar fueron cancelados unos días antes porque se apoyaban en las teorías de Darwin negadas por los que sostienen la ideología de género, una de las banderas más importantes del wokismo, según una investigación realizada al respecto.
No son pocos los analistas que interpretan que el triunfo de las derechas conservadoras en Europa y en particular el triunfo de Trump en los Estados Unidos, que se manifestó públicamente en contra de la agenda, la cultura y el movimiento woke, es consecuencia en parte del cansancio de amplios sectores de la población con la acción de estos “policías de la palabra”, que tratan de eliminar todo vestigio de los valores tradicionales de la cultura occidental.
Muchos perdieron sus puestos de trabajo o sus cátedras en las universidades víctimas de la cultura de la cancelación, tal como le pasó al filosofo argentino, Leonardo Orlando, en la mayor escuela de Gobierno del mundo, la Science Po, de Paris"
Frente a los que se resisten a los cambios y a los que pretenden imponerlos a capa y espada, nosotros, como destinatarios del legado del padre Jorge Bergoglio, hoy Papá Francisco, encontramos en el tercer principio del Documento Historia y Cambio, “Universalismo a través de las diferencias”, una propuesta superadora a la disyuntiva planteada.
En primer lugar, si se parte de las diferencias es porque se reconoce que las diferencias existen y si se propone el universalismo es porque se afirma la existencia de una instancia superior, el universalismo que nos iguala a todos, a pesar de esas diferencias, en nuestra condición de seres humanos. Como se dice en “Una relectura de la Carta de Principios de la Universidad del Salvador a la luz del Magisterio del Papá Francisco”:
“Las diferencias son enriquecedoras y deben ser superadas por la integración y no por la supresión. Al estilo de la pedagogía de Jesús, los principios rectores deben ser propuestos para ser creídos, no impuestos para ser acatados”. Este pequeño párrafo encierra toda una doctrina.
Por un lado reconoce las diferencias como un factor de enriquecimiento para el conjunto de la sociedad, con lo cual rechaza toda tentación de eliminarlas y por otro afirma rotundamente que ninguna posición debe ser impuesta para ser acatada. O sea que no se pretende eliminar las diferencias ni tampoco imponerlas a capa y espada.
La Iglesia, sin renunciar a su postura en contra del aborto, el matrimonio igualitario y el ejercicio de la homosexualidad, la misericordia y el perdón – como perdonó Juan Pablo II a su atacante apenas dos días después de que estuvo a punto de perder su vida - son la esencia misma de su estar en el mundo. Una cosa son nuestros actos y otra nuestra condición de seres humanos.
“Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Seguramente muchos recordaran las palabras del Papa Francisco ante un grupo de periodistas durante su vuelo de regreso de Brasil a Roma cuando manifestó “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” O la decisión de que los sacerdotes puedan bendecir a las parejas gay, las uniones civiles y las uniones de hecho, siempre y cuando no sean confundidas con una ceremonia de la liturgia religiosa.
Si bien muchos se preguntaron si estas palabras no significaban un cambio de posición de la Iglesia respecto de estos temas, tal vez interesados en que así sea, no entendían cuál era realmente el mensaje cristiano. Para la Iglesia todos somos hijos de Dios, pecadores o no y si Cristo murió en la Cruz fue precisamente para redimirnos a todos de nuestros pecados y el Papa no hace otra cosa que ser fiel a ese mensaje, pero eso no significa un cambio de la posición de la Iglesia ante a estos temas.
El papa Francisco, con su Universalismo a través de las diferencias nos marca el camino. Un camino nunca fácil de recorrer frente a quienes no aceptan la apertura de la Iglesia frente a los marginados de todo tipo, sin renunciar por eso a sus principios y valores fundamentales y frente a quienes quieran imponernos su visión y cancelar todo lo que disienta con su interpretación de la vida y la realidad.