Este pasado viernes concluyó en la Organización Mundial de la Salud (OMS) una nueva ronda de negociaciones del Tratado de Pandemias. Con solo una sesión restante antes de presentar el borrador final a la Asamblea Mundial de la Salud en mayo, surge la pregunta: ¿por qué este tratado debería importar a los ciudadanos del mundo y qué debemos esperar del mismo?
La experiencia del COVID-19 nos enseñó que ninguna nación puede enfrentar sola una amenaza de salud global. La pandemia evidenció la falta de preparación y la desigualdad en el acceso a vacunas, tratamientos y equipos médicos. Por eso, este tratado se plantea como una herramienta esencial para garantizar que la respuesta a la próxima crisis no sea fragmentada, sino coordinada y equitativa, sabiendo que la pregunta no es si habrá una nueva pandemia, sino cuándo.
A nivel general, el acuerdo contempla compromisos integrales para gestionar el ciclo completo de una emergencia, abarcando desde acciones preventivas—como la vigilancia—hasta la respuesta, recuperación y gobernanza.
A cinco años de la pandemia, lo que llegó para quedarse
Sin embargo, el eje central del tratado es el principio de equidad: asegurar que todas las personas, sin importar dónde vivan, tengan acceso asequible y rápido a contramedidas médicas en tiempos de crisis. No obstante, ¿cómo se cristaliza una equidad tangible? Para ello, los países en desarrollo que integran el llamado “Grupo para la Equidad” buscan negociar provisiones que diversifiquen la producción de insumos esenciales, fomentando la transferencia de tecnología y el know-how para impulsar la producción local y geográficamente diversificada.
Esto significa, descentralizar el monopolio de la investigación y el desarrollo de productos, y reducir la dependencia de países centrales y de unos pocos centros de fabricación. En contrapartida, los países desarrollados buscan incluir provisiones para reforzar la vigilancia de las enfermedades, los sistemas de alerta temprana, el control de las infecciones y otros programas de preparación, condiciones difíciles de cumplir para muchos países dada la falta de financiamiento y la capacidad técnica para implementarlas.
Otro pilar fundamental plantea la creación de un sistema global que permita a los países compartir datos vitales sobre patógenos con potencial pandémico a cambio de beneficios —como la donación o venta a precio de costo de un porcentaje de los productos resultantes— lo que es especialmente relevante para regiones con capacidades limitadas, como África.
Aunque las negociaciones en Ginebra son complejas y marcadas por tensiones geopolíticas, campañas de desinformación, y el reciente anuncio de Estados Unidos de retirarse de la organización, los Estados han ya identificado áreas de posible convergencia en I+D, producción local sostenible, logística, combate a la desinformación, fortalecimiento de agencias regulatorias y financiación sostenible.
Asimismo, en medio de estas complejas negociaciones, resulta crucial subrayar que el Tratado de Pandemias no implica una renuncia a la soberanía. El borrador actual reafirma claramente 'el principio de la soberanía de los Estados en el tratamiento de las cuestiones de salud pública', garantizando que nada en el acuerdo otorga a la OMS o a su Director General la autoridad para modificar legislaciones o políticas nacionales. De este modo, mientras se refuerza la cooperación global, cada nación conserva el control sobre sus decisiones internas.
A primera vista, las negociaciones en Ginebra pueden parecer distantes, pero sus repercusiones afectan directamente nuestro futuro y el de las generaciones venideras. La negligencia y el olvido de las lecciones del COVID-19 nos demostraron que la solidaridad y la cooperación internacional son indispensables.
Habiendo participado de cerca en este proceso, hoy escribo como un ciudadano preocupado por el futuro. Debemos exigir un tratado con provisiones realmente vinculantes, robustas e implementables que aseguren una responsabilidad compartida ante futuras pandemias.