Jorge Lanata no solo marcó una era en el periodismo argentino; dejó una lección que trasciende su profesión y toca lo más profundo de la condición humana. Sus palabras, cargadas de reflexión y crudeza, nos invitan a mirar aquello que solemos evitar: nuestra vulnerabilidad. Fue un hombre que nos recordó que la fragilidad nos enfrenta con nuestra verdad más desnuda y, paradójicamente, nos fortalece.
“No hay mayor distancia que la que separa la mano del enfermo de la mesa de luz”, dijo. Esa imagen, tan cotidiana como simbólica, ilustra la impotencia de la enfermedad. Esa distancia, corta en apariencia, simboliza soledad y lucha interna por aceptar los propios límites. Pero Lanata fue más allá, señalando que la enfermedad, más que una carga, es un espejo: “La enfermedad muestra la verdad de uno en ese momento”. Ese aprendizaje, aunque doloroso, nos obliga a abrazar la autenticidad.
Vivió el periodismo como una búsqueda constante de esa verdad. Quizás su vocación nació, como él mismo sugirió, de un vacío personal: “A lo mejor yo me dediqué al periodismo porque mi mamá no podía hablar”. Ese silencio maternal lo impulsó a dar voz a otros. En su carrera, así como enfrentó realidades incómodas –guiado por su compromiso con la verdad–, fue un periodista que también supo incomodar; y marcó un antes y un después en la conversación pública argentina.
Su legado trasciende lo profesional. En sus reflexiones nos deja una enseñanza universal: en los momentos de mayor debilidad emergen nuestra autenticidad y fortaleza. En una sociedad que idolatra la perfección, abrazar nuestra vulnerabilidad no es derrota, sino coraje. No solo mostró esa valentía en su vida personal, sino también en su manera de enfrentar los conflictos que surgían de su trabajo, incluso cuando esos conflictos eran incómodos para sus propios espectadores.
Por supuesto, no siempre hemos estado de acuerdo con todo lo que Lanata hacía o decía. En ocasiones, lo que comunicaba nos afectaba directamente, y sentíamos que faltaba información o que era necesario escuchar la otra campana. Pero también esa capacidad de interpelarnos forma parte de su legado. Su estilo polémico y su manera de abordar temas difíciles provocaban reacciones encontradas, pero siempre lograba que lo importante estuviera en boca de todos. Nos recordaba que la conversación pública no busca unanimidades, sino un intercambio que enriquezca la visión colectiva.
La búsqueda de la verdad es esencial en la conversación pública. En una sociedad fragmentada, la conversación pública permite enfrentar diferencias, construir consensos y avanzar hacia la verdad. Al hacerlo, nos exige la valentía de aceptar que no siempre tenemos todas las respuestas, pero que cada voz puede aportar un matiz necesario. Y Jorge Lanata fue un actor clave en los debates trascendentales de las últimas décadas. Su habilidad para llevar temas incómodos al centro del diálogo reflejaba su compromiso con la transformación social.
Y la fragilidad que mostró al hablar de su enfermedad no es distinta de la vulnerabilidad necesaria para participar en una conversación genuina. Abrirse al diálogo implica aceptar nuestras limitaciones y estar dispuestos a cuestionar certezas. Como bien nos enseñó con su vida y su trabajo, la verdad, aunque incómoda, es siempre liberadora.
Hoy, al recordarlo, no solo homenajeamos al periodista que marcó generaciones, sino al hombre que nos enseñó que verdad y vulnerabilidad son caras de la misma moneda. Gracias, Jorge, por mostrarnos que en la fragilidad encontramos la fuerza para ser libres y que, en la conversación pública, guiada por la búsqueda de la verdad, se construye una sociedad más auténtica y justa.
* Director de Comunicación de la Universidad Austral.