Llegados a Pennsylvania, un grupo de activistas de izquierda demócrata nos dan una lectura simple y realista de la situación: por un lado, los sectores dinámicos juveniles abandonaron la campaña de Kamala Harris, la postura indolente con los ataques israelíes en Gaza y las protestas en las universidades han alejado un apoyo importante de los jóvenes, sumado a que los árabe-estadounidenses difícilmente concurran a las urnas el día de la elección, y por otro, nos muestran un folleto republicano que señala que las calabazas de Halloween han aumentado un 30% de un año a otro.
Bien sabemos los argentinos, que eso que nos dicen los economistas sobre la inflación (“que es el aumento sostenido de bienes y servicios”) en el llano, no es otra cosa que uno no pueda comprar lo de antes, ergo, uno está peor. “En Washington no tienen registro de lo que sucede, el haber excluido las iniciativas de Bernie Sanders los dejó indefensos para enfrentar a Trump”, dice uno de nuestros interlocutores.
Camino a Ohio vamos escuchando distintas intervenciones del candidato republicano. Una dice: “Soy su guerrero, soy su justicia... Para aquellos que han sido agraviados y traicionados... Soy su retribución”. Esta frase no brota de un discurso enardecido de Malcom X en los sesenta, sino de Donald John Trump en uno de sus mítines.
Decir que el triunfo del expresidente canalizó el enojo de una sociedad que está más enojada que nunca (sobre todo, si sos hombre blanco de más de 40 años) no aporta nada nuevo. Pero quizás, ese enojo solo sea la parte visible de un movimiento de placas tectónicas más profundo.
El apoyo a Trump es el grito ahogado de aquellos que se resisten a que el sueño americano los abandone. Tanto de los blancos que lo vivieron, como de los latinos que lo fueron a buscar a la tierra de las promesas. Si sos blanco con bajo nivel de escolaridad y tenés entre 40 y 55 años, tus chances de morirte han aumentado constantemente desde 2005 (suicidios, drogas y alcoholismo explican este aumento). Si no hay sueño americano para mí, que no haya paz para las élites del pantano (como se denomina a Washington DC) parecen decir los resultados de la elección del pasado 5 de noviembre.
“Trump apela al cerebro reptiliano”, nos dice un asesor de la campaña republicana, refiriéndose a que los mensajes están dirigidos a activar el instinto de defensa y supervivencia. “Los demócratas no saben hablarle al cerebro reptiliano”, dice con una sonrisa. “En definitiva, no pueden decirte cómo van a protegerte a vos y a tu familia”.
Uno de cada tres estadounidenses está agobiado por deudas, según datos de la propia FED, el endeudamiento es un indicador de la pobreza estadounidense que no se ve. Si ser de clase media allá y acá nos habla, no solo de una posición económica, sino también de una clase que es portadora de los valores mayoritarios, de una idea cultural que nos habla de las sociedades en concreto, una clase media endeudada, precarizada y rota nos habla de la decadencia de esa sociedad.
Por eso la nostalgia de “Hacer América Grande de Nuevo” es efectiva. Trump ha logrado, aunque sea transitoriamente, darle esperanza a los ahora relegados que alguna vez fueron la gloriosa “middle-class” americana. La angustia vivida en su metro cuadrado ahora tiene una explicación, un modelo creado en Washington por privilegiados, que no es capaz de darle forma a una sociedad. Una sociedad donde es más fácil que te den un reanimador para sobredosis de fentanilo que un trabajo decente.
“Provengo de una familia pobre del Rust Belt, una vieja región industrial de Ohio maltratada por una dramática hemorragia de puestos de trabajo”. Habíamos perdido de vista que el compañero de fórmula de Trump, J.D. Vance es autor del best-séller Hillbilly Élégie (algo así como elegía de los habitantes de las áreas rurales apalaches), una autobiografía que cuenta el declive del sueño americano en su tierra de nacimiento, y el contraste con su estancia en la Universidad de Yale.
Vance empata con las críticas a las élites progresistas, formadas en las universidades y considera que el “estilo universitario” carece de comprensión y empatía hacia las realidades de las comunidades trabajadoras rurales, y ve que los valores hillbilly ofrecen una resistencia y autenticidad, que son a menudo subestimadas o incomprendidas por las élites educadas.
Resuenan en nuestras mentes el “deplorables” de Hillary Clinton en 2016 para referirse a los votantes de Trump.
¿Y si Trump allá y Milei acá son la respuesta a la inseguridad social, resultado de modelos económicos que no funcionan y la inseguridad cultural ligada a la pérdida de jerarquía de la clase media como ordenadora de valores? El argumento escuchado en Argentina de que “el que cobra planes, vive mejor que yo, que me rompo el lomo trabajando” es igual al que cuenta Vance cuando trabajaba como cajero en una tienda de comestibles y observó que algunos beneficiarios de asistencia social utilizaban teléfonos celulares que él, a pesar de estar empleado, no podía permitirse.
Hace cuatro años Biden ganó una elección apelando a rescatar el alma de la nación, las muertes de la pandemia se sintieron como las muertes de una nación que había dejado norteamericanos atrás. En esta elección no había posibilidad de “pararse por arriba de la polarización”. Kamala Harris fue al barro, a discutir la libertad de decisión ejemplificada en el derecho al aborto en riesgo. Fue a polarizar en una elección donde no había lugar para otra cosa y perdió.
Acá y allá la muerte lenta y constante de la clase media, es sinónimo de la muerte lenta y constante del cemento que construye cohesión social. Acá y allá las dirigencias pretenden discutir desde la nostalgia de “glorias perdidas” o desde “agendas inmateriales” de derechos, que no aseguran una vivienda, que no aseguran una vida medianamente acomodada. Acá y allá, la muerte lenta y constante de la clase media, entierra la posibilidad de opciones que se planteen proyectos para toda la sociedad.
Las clases medias en decadencia han encontrado en los outsiders un poder blando para impugnar y cuestionar proyectos progresistas, que no los consideran el arquetipo de sociedad, a la cual aspirar como fue en el siglo XX. Nos dice el consultor republicano que, la última vez que la sociedad norteamericana se encontró así de polarizada, terminó en la tragedia de una guerra civil. Acá en Argentina vamos con delay, quizás, estamos a tiempo de evitar nuestra propia tragedia.
*Consultor. Abogado y Empresario Pyme.
**Consultor. Sociólogo e Investigador Undav.