Hoy estamos frente a una liberación del odio, en un mundo donde el insulto se convierte en el arma predilecta de una nueva derecha que está en auge. Para ejecutar la ira y los discursos de odio que deshumanizan a los distintos grupos sociales que no se amoldan a la vida medieval o de los años cincuenta, esta nueva derecha se escuda en lo que llama “derecho a ofender”. No obstante, cuando es confrontada, intenta evadir las consecuencias de sus actos y adopta una postura victimista, así como lo hace el autor canadiense Jordan Peterson, gurú de la nueva derecha, llorando que es “cancelada” porque no puede ser racista, transfóbica, nazi o xenófoba.
El argumento de que “nos persiguen porque no nos dejan ser abiertamente racistas” es como si Adolf Hitler hubiera protestado porque no lo dejaban ser antijudío o lo hubieran aplaudido en el nombre de la libertad de expresión. En este contexto, se victimizan, lloran y patalean, acusando ser cancelados por no poder maltratar al prójimo. Pero ojo, la situación cambia cuando se cuestionan sus dogmas religiosos de la “batalla cultural” (en realidad, una cruzada moral). La psicología social, mientras tanto, explica cómo la mayor visibilidad de las minorías genera una reacción victimista de los grupos dominantes que van perdiendo sus privilegios y lugares de poder.
Trump, Milei y la derecha anti-occidente
Con Milei, Trump o Bukele en el poder, muchos sienten una legitimación tácita para expresar abiertamente su odio, sin temor a represalias. Este fenómeno ha contribuido al alarmante incremento de los crímenes de odio en diversas sociedades (no olvidemos lo fácil que es que los discursos de odio se conviertan rápidamente en crímenes de odio). La sensación de estar “liberados” fomenta una peligrosa emulación, en la que incluso la transgresión de la ley, tal como la encarna Donald Trump, quien se autoproclama “rey”, se convierte en un ideal digno de admiración fanática por parte de sus seguidores (la mayoría varones jóvenes con problemas de autoestima, quienes parecen buscar una figura paterna que los valide). De esta manera, la agresión se convierte en su forma de interacción y relación con los demás. Como suele decirse, el odio es una especie de máscara o velo que cubre inseguridades.
Aunque el maltrato y la hostilidad no son algo nuevo, lo que marca la diferencia es el uso masivo de las redes sociales como vehículo para propagar odio, maltratar y hacer bullying, generando una viralización sin precedentes de estas dinámicas que se respaldan también en podcasters, influencers y la cultura del meme. Todo parece estar salpicado de odio y sed de venganza hacia todo lo que implica un avance en términos de derechos y libertades (estudios de género, crítica al racismo, denuncias a la violencia de género, defensa del feminismo, derechos reproductivos o derechos de las personas LGBTI+).
Toda esa bronca acumulada la canalizan a través de discursos de odio, bajo la falaz justificación de la “libertad de expresión”. Sin embargo, la libertad de expresión no implica la libertad de incitar al odio. El supuesto “derecho a ofender” del que habla la nueva derecha se usa para legitimar la maldad, organizarla políticamente y poner nuevamente a las personas y grupos afectados en el que se considera es “su lugar”, etiquetándolos como enfermos, locos, herejes, brujas, histéricas, feminazis, indeseables, todo en nombre de una religión de prejuicios personales. Para la nueva derecha, solo hay libertad de expresión racista y homofóbica, el resto es “pura cosa woke”. En su lógica, ser racista es visto como una forma de libertad. Hoy, ser cruel se presenta como un acto heroico, mientras que ser “woke”, es decir, estar consciente de las injusticias tanto históricas como actuales, se considera un insulto.
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Así como no existe un “derecho a ofender”, tampoco existe, por ejemplo, un “derecho a matar”. Es sencillo: uno tiene el derecho de conducir un automóvil, pero no el de matar a alguien atropellándolo. Señalar esos daños no limita la libertad de movimiento, sino que busca prevenir el mal uso o los abusos de esa libertad. No podemos reducir la ofensa al ámbito físico. El lema “las palabras no pueden dolerte” ignora el hecho de que el lenguaje está vinculado al poder y puede ser utilizado como arma o herramienta de agresión: hay palabras que pueden doler tanto como un puñetazo y tener incluso peores consecuencias para un ser humano. Por ejemplo, quienes critican al movimiento woke suelen afirmar que el enfoque woke, con su uso cuidadoso del lenguaje está “limitando la libertad de expresión” (como sostiene el autor José Benegas, “se le llama woke a todo lo que irritaría a Adolf Hitler”).
Como señaló Michael Kimmel en Angry White Men: American Masculinity at the End o fan Era (Nation Books, 2015), “estas nuevas legiones de hombres blancos enfadados tienen una característica peculiar: aunque siguen siendo los que ostentan casi todo el poder y el control en el mundo, sienten que son víctimas”. De hecho, algo que se repite es que los hombres sienten que se ha llegado demasiado lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres, hasta el punto de que ahora se les está “discriminando” a ellos. Se nota a la legua que no son mujeres.
Por otro lado, al discutirse conceptos como “racismo invertido” y “homofobia invertida”, se genera un intento de victimización que distorsiona el verdadero propósito de las luchas por la igualdad. Esta reacción busca desviar la atención, argumentando que quienes luchan contra la discriminación racial o la homofobia son, en realidad, los agresores. Se trata de un cinismo que intenta invalidar el esfuerzo legítimo por defender los derechos de las minorías, etiquetándolo como una forma de odio. Este enfoque refleja una actitud de resistencia frente a la inclusión y la justicia social, donde cualquier intento de reivindicar los derechos de los grupos históricamente marginados se percibe como una amenaza. De esta manera, se ignora el poder estructural que sostiene las desigualdades, presentando la lucha por la igualdad como si fuera, en sí misma, una forma de discriminación.
La nueva derecha y su oligarquía tecnológica, que es dueña de las principales plataformas de redes sociales, favorece a los agresores para agredir, a los abusadores para abusar, a los estafadores para estafar, a los maltratadores para maltratar y a los bullies para hacer bullying. Ellos definen qué constituye agresión y qué no, qué es ofensa y qué no: si te metes con su religión, sus valores tradicionales o haces una interpretación artística de la historia, ahí sí que es “agresión”.
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Ellos pueden burlarse de las personas trans, pero uno no puede siquiera señalar los tonos o versículos violentos que se encuentran en la Biblia. Si quienes denuncian sus injusticias se organizan, lo llaman “cultura de la cancelación” y lo ven como una “dictadura progre” (cuando en realidad son ellos quienes no tienen problema en defender y reivindicar dictaduras como las de Pinochet, Franco o Videla). La diferencia entre la segregación que ellos practican y la cancelación que temen ellos es que la primera la imponen ellos bajo prejuicios personales y religiosos, mientras que la segunda es una reacción contra su racismo, sexismo, homofobia, machismo, transfobia, misoginia, etcétera.
Detrás del discurso del “derecho a ofender” se encuentra una clara intención de legitimar y ponerse del lado de los que atacan y se dedican a destruir al prójimo en nombre de su mesías Jesús. Ofender es una forma de atacar. No somos solo cuerpos, no somos solo carne y hueso, por lo que circunscribir el respeto a los derechos únicamente al plano material o estrictamente físico es una forma de habilitar agresiones que, aunque no sean físicas, pueden ser serias y abrir la puerta a consecuencias más graves una vez que el repudio se ha instalado de manera pública y colectiva. El derecho a ofender incita la violencia. Si no fuera cierto, acciones que no constituyen ofensas directas, sino que impactan en aspectos externos al individuo, como el robo o el fraude, no deberían tener consecuencias legales.
Lo más llamativo es que los que promueven el “derecho a ofender” son los mismos que van a misa y escuchan los sermones sobre “poner la otra mejilla”, la “misericordia” y “amar al prójimo”. Un nuevo mandamiento se ha creado: “Tira piedras y ofende al prójimo”.
(*) Autora y politóloga argentina