El gesto de Elon Musk de los últimos días en la asunción de Donald Trump captó la atención del mundo. El debate tomó dos vías principales. Entre los sectores más convencidos, el eje de discusión se centró en la influencia del elemento fascista en los movimientos de derecha que ganan cada vez más terreno. Por otro lado, la mirada se colocó en la naturaleza del gesto e, hilando fino, en su parecido (o no) con los símbolos nazis. Sin dudar de la intencionalidad provocativa del magnate, me interesa algo que abre este último punto y que fue menos debatido: el “terraplanismo social” como un elemento movilizador de las derechas radicalizadas.
No es por casualidad que la atención sobre este gesto confluyó temporalmente con los dichos del presidente sobre la homosexualidad como una perversión y la "ideología de género" como un vehiculizador de la pedofilia.
Los "datos", por cierto, nunca faltan. Un reducto descontextualizado de evidencia empírica se pone al servicio de la posverdad para alimentar discursos que encuentran resonancia en una sociedad corrompida por el odio y la sobreinformación. Al igual que el participante de Gran Hermano argumentaba sobre la planitud de la Tierra porque "sino se vería la curvatura de la Tierra desde un avión", Milei apela a un caso único (por cierto, repudiable) para generalizar y profundizar el revanchismo sobre la agenda de LGBITQ+.
Por su parte, Musk postea imágenes aisladas de otros políticos para cuestionar la naturaleza de su gestualidad y alimentar el algoritmo que lo coloca como trending topic. Hay más: una cuadrilla de libertarios salió en estas semanas a borrar el número 139 con el argumento de que estaban “tapando mentiras”.
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El elemento común a todos esos episodios es el desfondamiento de la verdad; la evidencia se válida por una especie de afinidad emocional. “Tengo que dejar de creer en lo que me dicen y empezar a pensar por mí mismo” decía Claudio de GH e ilustraba muy claramente este fenómeno. El individualismo que hoy arraiga fuerte en las subjetividades se constituye como principal condición de posibilidad de este terraplanismo social.
Es curioso que los libros y las conferencias de uno de los gurúes del movimiento de extrema derecha a nivel local subviertan, casi como una copia fiel que suplanta nombres, décadas de hallazgos sociológicos. Ya no se trata -solo- de una apropiación de conceptos marxistas como el de hegemonía.
Según Laje, es más profundo: la crisis global sería efecto de la agenda progresista, alimentada incluso por las grandes corporaciones. El fundamento es que hoy las empresas dominan el mundo y por eso el progresismo avanza. Se ignoran las múltiples luchas de los movimientos sociales para visibilizar demandas que el capitalismo siempre pateó hacia el tablero de “lo privado”. Donde las izquierdas ven greenwashing, las derechas ven wokismo. Es como si todo fuera igual, pero mirado completamente desde el otro lado.
Cuando la relativización se extrema, el peligro es enormemente superior. Se corre el riesgo de retroceder años en investigaciones científicas que permitieron, paradójicamente, la globalización sobre la cual avanzan esos discursos. Con esto no afirmo que las extremas derechas efectivamente crean que la Tierra es plana. Lo que asumo es que cada vez se alimentan más de creer que la sociedad sí lo es.
Me interesa empezar a pensar en el concepto de "terraplanismo social" para entender este fenómeno sociológico cada vez más extendido que implica la descreencia en la evidencia sobre lo social. Es efecto de la sobre-información y es potenciado por los propios sectores que se nutren de esto. Si el terraplanismo social gana terreno, el peligro es el de un avance inminente del odio y la violencia en nuestras sociedades.