OPINIóN
EL LEGADO DE FRANCISCO

Tenemos una deuda con Bergoglio

El mensaje de Bergoglio era claro: no puede haber estabilidad ni desarrollo real en un país que posterga a la mayoría de su población en nombre de equilibrios macroeconómicos impuestos desde el exterior.

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Despedida. “Tuve la bendición de ser amigo de Jorge Bergoglio antes de que fuera Francisco”. | cedoc

En un momento en que la Argentina vuelve a debatirse entre acuerdos y condicionamientos del Fondo Monetario Internacional, resulta imprescindible recordar que no todas las advertencias sobre la deuda provienen del mundo de la política o las finanzas. En 2009, el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, pronunció la conferencia “La deuda social según la Doctrina Social de la Iglesia”, donde sostuvo que el verdadero endeudamiento de un país no es el financiero, sino el social: la exclusión, la pobreza estructural y la injusticia sistémica son las deudas más graves y peligrosas.

Bergoglio señalaba con claridad a los responsables de esta situación: “La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tienen sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos, en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos”. No hablaba desde una postura partidaria ni desde la economía ortodoxa, sino como pastor y ciudadano atento a una realidad que muchos en el poder preferían ignorar. Su mensaje era claro: no puede haber estabilidad ni desarrollo real en un país que posterga a la mayoría de su población en nombre de equilibrios macroeconómicos impuestos desde el exterior.

En su discurso “Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo”, pronunciado durante el Bicentenario de la Revolución de Mayo —momento emblemático del ciclo peronista—, Bergoglio reforzaba esta idea: un pueblo que no participa ni accede a la dignidad del trabajo, la educación y la salud es un pueblo debilitado y más fácilmente sometido. En aquella ocasión, expuso sus cuatro principios fundamentales: la realidad es superior a la idea; el todo, a la suma de las partes; la unidad, al conflicto; y el tiempo, al espacio. Estos textos, difundidos por el padre Carlos Accaputo desde la Pastoral Social de Buenos Aires, están disponibles para quienes deseen conocerlos.

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La dirigencia argentina desoyó estas advertencias. Lejos de escuchar a quien, desde una mirada profundamente latinoamericana y popular, alertaba sobre los riesgos de una Argentina fracturada, eligió confrontarlo o, peor aún, minimizarlo. Solo cuando Bergoglio se convirtió en el papa Francisco y adquirió un peso simbólico innegable, comenzaron los gestos de reconocimiento. Sin embargo, sus ideas no fueron incorporadas a la política. Por el contrario, el uso partidario de su figura dificultó incluso su visita al país.

De haberse internalizado el principio de que “la realidad es superior al conflicto”, hoy existiría un núcleo de consensos políticos y económicos que impediría que una funcionaria menor como Kristalina Georgieva condicionara las decisiones de los argentinos. La política no estaría judicializada y la economía no estaría sometida al vaivén de los mercados y al escrutinio del FMI. El trágico emergente de esta incapacidad colectiva es el fenómeno de Javier Milei: una respuesta anómica y desesperada de una sociedad harta de promesas incumplidas y disputas estériles.

Creer que Francisco tuvo un pensamiento y una práctica distinta a la de Bergoglio es un error histórico y político. Sus misas por los descartados comenzaron en Buenos Aires, no en Lampedusa. Es necesario revisar toda su prédica. Quizás aún estemos a tiempo de volver a esa raíz olvidada, de poner la deuda social y la unidad en el centro de la escena. Porque no hay pacto económico ni político que valga si se firma sobre el dolor, la exclusión y la fragmentación del pueblo. Debemos tomar el legado de Francisco. No hacerlo sería imperdonable.

* Legislador porteño y Licenciado en Letras.