OPINIóN
Espectáculo

Superhéroes

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Milei. ¿Cuál es la narrativa que refleja la autodestrucción de elegirlo? | AFP

Creo que es en El largo adiós donde Marlowe llega muy tarde a su casa, desastrado y con poco aliento, y la única cosa que hace es sentarse frente al tablero de ajedrez en el que juega contra sí mismo. “Es increíble el alcance de la inteligencia humana, se la puede advertir en cualquier actividad, menos, claro está, en una agencia de publicidad”, suelta mirando el dibujo de las piezas.

Volví a pensar en este pasaje al comenzar a leer la última novela de Mick Herron, El país de los espías, el quinto o sexto título de la saga de una docena de espías ingleses confinados en un tugurio llamado La Ciénaga, después de haber sido expulsados del MI5 por errores sin retorno. Los expulsados del servicio son llamados “caballos cansados” y en cada una de las novelas la trama siempre gira sobre un mismo nudo: la guerra eterna contra la nave nodriza de la que han sido desterrados y nunca, jamás, para lo que se supone que sirve un cuerpo de servicios secretos: combatir a los emisarios del mal. El mal son los propios espías.

 Cuando leés una sencilla novela de espías o un policial, buscás, como apuntaba Marlowe, además de una pausa moderada del tedio ambiental, un destello de inteligencia, de artesanía mínima. Herron no es Le Carré y vive lejos del cosmos de Greene, pero compensa sus carencias con una mirada aguda y sombría.

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Es sabido que Onetti pasó sus últimos años en Madrid, leyendo un policial tras otro sin salir de la cama. No mataba el tiempo. Se entretenía con las tramas, sí, pero porque detrás de un buen argumento policial está también la verdad de las palabras que delatan el comportamiento humano.

Graham Greene en El factor humano o Patricia Highsmith en El temblor de la falsificación derraman la duda, despliegan la contradicción hasta límites en apariencia inconcebibles. John le Carré lo lleva al terreno de los espías en la Guerra Fría y consigue destellos notables cuando se pregunta de qué lado están sus personajes ya que se pierden moralmente en medio de la contienda. Es allí donde quitan la mirada fija en el Muro de Berlín y la ponen sobre sí mismos. George Smiley rechaza el comunismo, pero no se siente nada cómodo en el sistema en el que vive; no es su casa.

Sí, como aseguraba Piglia, el policial es el género que emerge con el capitalismo, la novela del dinero, ¿cuál es la representación del marco que impone el hipercapitalismo, este estadio actual que no es un cierre sino una vía nueva de crecimiento? Cuál es la narrativa que refleja la autodestrucción que implica erigir personajes como Javier Milei o Donald Trump. ¿Acaso Elon Musk es la versión del Dr. No de Ian Fleming? Por este camino se debería volver a la lectura que del pato Donald hizo en los años setenta Ariel Dorfman ya que la representación parece residir en los personajes pop de Marvel.

Es otro el marco, entonces, porque en la constelación de los superhéroes de Marvel es lógico el uso de una motosierra para gobernar y la conquista de Marte mientras se masca un chicle. Es sin duda el triunfo de la fase final de lo espectacular en los términos que lo definía Guy Debord. El mero espectáculo que se impone como género absoluto.

Debord describía el totalitarismo como un marco espectacular concentrado y el consumo masivo como lo espectacular difuso, sin el control que ejerce un sistema cerrado dictatorial. La superación de ambos marcos lleva hacia lo espectacular integrado. Una autocracia sin periferia. Quizá lo que narra Marvel.

Smiley colapsó titubeando entre los dos lados del Muro. Los espías de Herron, cuando dejen de liarse entre sí, tal vez vengan a buscarnos, ya que al parecer hemos optado por acabar con nosotros mismos, en manos de los villanos. Marlowe no saldría de su asombro.

*Escritor y periodista.