El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla,
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del pan, del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos o las medicinas
dependen de las decisiones políticas. (Bertolt Brecht)
La economía es como un automóvil, se puede romper seguido si no se cuidá, pero así también se puede reparar más o menos rápido y salir andando. Sus desperfectos pueden ser graves, pero lo que se daña y lo que se repara no es de demasiada profundidad. Así son los planes económicos.
Por otro lado, la política es como un submarino. Sus desperfectos se sienten en lo más profundo y producen desgracias muy sostenidas y de difícil reparación. Así son las Constituciones de los países y las naciones. Esto nos lleva a una conclusión que se desarrollará al final de la nota.
Este momento para la política es ideal, ya que, si se admiten dos supuestos que parecen ser irrefutables, más por la extrema necesidad que por la virtud, es posible montar un sistema que estabilice el andar de la Nación Argentina. Esos supuestos son:
- es necesario volver a alguna forma de federalismo que implique la renuncia al recurso poblacional del AMBA para condicionar fuertemente la elección de los presidentes.
- es necesario desarrollar alguna forma para ajustar los recursos financieros plasmados en la ley de coparticipación que son manifiestamente desfavorables a la jurisdicción que más aporta en términos de PBI y poblacionalmente más grande, Buenos Aires.
Es necesario desarrollar brevemente de qué estamos hablando. Comencemos:
La crisis de la representación política es un fenómeno extendido en las hoy supuestas democracias capitalistas, que equivaldrían como se decía en los años 70 del siglo pasado, al “sistema demo-liberal”. Siempre se creyó que había un solo tipo de democracia en Occidente, negándole tal categoría a los sistemas de partido único, llamados correctamente totalitarismos, ya que tenían un tipo “total” de basamento en la ideología; y efectivamente, no cumplen con las formalidades fundadas en el pluralismo y un cierto respeto por las minorías requerido como condición para admitir una forma democrática.
Ahora bien, cuando el mundo occidental ha llegado a una configuración democrática basada ya no en la ideología, sino en la más despiadada concentración económica, y que ya no responde sino a la posesión de lo más valioso en los tiempos informáticos, vale decir, la información; cuando violan las mismas formalidades fundadas en el pluralismo y no dejan paso a las ideas, las bloquean en sus plataformas, que aparecieron originariamente como la mayor garantía de “poder del demos” y hoy las vemos erigirse como las mayores supresoras de esas garantías, lo que tenemos es a unas verdaderas “fuerzas del averno”, con su democracia de las corporaciones y con los empresarios reemplazando a los políticos. En definitiva, la vocación por el interés personal dominando a la vocación por el bien común.
Ante este estado de cosas es importante hablar de las formalidades. Las mismas son esenciales en el sistema democrático, casi que es su fundamento. De cómo se elija, de cómo se vote, resulta un tipo de configuración del poder del gobierno y del Estado. Casi que es la forma igual al fondo de la representación y en Occidente está en crisis. Pero en la Argentina está destrozada, deshecha.
Los imitadores bufos del primer mundo que por aquí abundan, orgullosos de la imitación alberdiana de la constitución norteamericana, nunca ponen el acento en una de los institutos que soportan la estabilidad del sistema pensado por el tucumano: nos referimos a la elección indirecta de su poder ejecutivo, los colegios electorales, verdaderos garantes del modelo federal más estable y exitoso por estos pagos americanos.
El colegio electoral eliminado en la Constitución de 1994 (desgraciado producto de nuestro más elevado momento de convivencia democrática) era el modo formal de sostenimiento de la estructura federal del estado nacional (y esencial para una democracia como vimos), sabiamente copiado por Alberdi.
Sin embargo, las desgraciadas reformas electorales del ´72 y del ’94, hechas desde la perspectiva del “autopercibido” minoritario partido de la oposición, eliminaron los colegios electorales para la elección presidencial consagrando la formalidad de una mayoría tramposa limitada por el opaco sistema del “ballotage”.
El cual presupone que se pueden hacer gobiernos de “conveniencia”, mal llamados coaliciones, postelectorales en las cuales el segundo y el tercero, o sea las minorías, conformen una entidad articulada al solo efecto de burlar la auténtica mayoría.
De todos modos, el punto es el siguiente: el asunto en esa reforma era consagrar el criterio inefable y funesto de fundar una mayoría postelectoral (con el diario del lunes, literalmente) sobre la base ¿matemática? de que dos minorías equivalen a una mayoría.
O sea, fue birlado el criterio federal de los colegios electorales y esto desbalanceó a favor del AMBA las chances de consagrar candidatos competitivos, con el aditamento de la estafa del ballotage. Así llegamos al adefesio institucional que vive nuestra maltratada república.
Hasta acá una de las reformas y sus consecuencias, pero ¿qué pasó con la coparticipación federal? La reforma constitucional de 1994 incorporó al texto constitucional la figura de la coparticipación federal de impuestos, que es la transferencia de fondos desde el gobierno nacional a las provincias (distribución primaria) y el reparto de fondos que las provincias realizan entre ellas, llamada “distribución secundaria”.
Cabe destacar que este último punto, la distribución secundaria, es un tema de continua discusión en función a la heterogeneidad de las provincias. En este sentido, el problema central es la demanda de casi todas las provincias de mantener o acrecentar su participación secundaria que siempre desfavorece las aspiraciones de Buenos Aires.
El problema entonces, pone a Buenos Aires en el centro, puesto que la distribución secundaria vigente la perjudica duramente, ya que tiene un coeficiente de distribución muy bajo que no guarda ninguna relación con indicadores objetivos dado que recibe 20% por todo concepto cuando la habita el 38% de la población, genera el 35% del PBI nacional y tiene un 40% de los habitantes más pobres de la Argentina.
También aporta la mayor parte del fondo redistribuidor ya que en la provincia de Buenos Aires se origina el 38% de la recaudación de impuestos nacionales. Esto impide las posibilidades de desarrollo de la provincia, ya que no logra prestar mayores niveles de servicios sociales, puesto que se ha convertido en la provincia con menor gasto público per cápita del país, un 40% por debajo del promedio de provincias.
En oposición a lo anteriormente expuesto, las provincias de menores recursos, atentas a esta situación, prefieren el statu quo, ya que ante un criterio de distribución basado en indicadores objetivos perderían gran parte de sus fondos.
Ahora bien, el nuevo marco fiscal se debía haber sancionado el 26 de diciembre de 1996. Sin embargo, hasta el día de hoy no se ha logrado llevarlo a cabo y han pasado 28 años de incumplimiento de la Constitución Nacional.
Así es como el partido del ballotage estableció la fortaleza de Buenos Aires para montar presidencias y con la coparticipación se la debilitaba al infinito.
Por último, la conclusión prometida en la primera parte de esta nota:
En el barrio seguro que conoce mecánicos, algunos buenos, otros no tanto. Logran que el coche arranque y, aunque sea ratoneando, ande. Es como lo de la economía, se desbarata rápido, pero se arregla, aunque sea de apuro, rápido. Con alguien del barrio.
Lo de la política se desarregla lentamente, los materiales se desvencijan con un ritmo a veces inobservable, pero nadie lo puede reparar de apuro ¿Conoce en el barrio a alguien que arregle submarinos?