No podían concebirse dos personalidades más disímiles: uno, un compositor serio, sensible y metódico; el otro, un tirano brutal y cínico. Y, sin embargo, sus vidas estuvieron extrañamente ligadas.
A pesar de ser un intérprete y creador reconocido en Occidente, Serguéi Prokófiev dejó su exitosa carrera en Europa y Estados Unidos para volver a su tierra natal, bajo la feroz égida del Hombre de Hierro. “Mi inspiración no se beneficia con lo extranjero; yo soy ruso y vivir en el exilio no me sienta”, dijo entonces.
Prokófiev era hijo de un ingeniero agrónomo y una mujer descendiente de campesinos, quien tenía una sólida formación musical. A los cinco años, Serguéi compuso su primera obra, que su madre transcribió al pentagrama.
De esa época data el inicio de su otra pasión: el ajedrez. A los 20 años, derrotó al maestro Capablanca y, quince años más tarde, al campeón Mijaíl Botvínnik.
A los 9 años, después de haber asistido a un teatro en Moscú, escribió su primera ópera, El gigante. Maravillados por su talento desbordante, sus padres decidieron darle a Serguéi una esmerada educación.
'Mi inspiración no se beneficia con lo extranjero; yo soy ruso y vivir en el exilio no me sienta' (Serguéi Prokófiev)"
En 1904, madre e hijo se presentaron ante el compositor Aleksandr Glazunov, quien quedó impresionado por el talento del joven y lo instó a ingresar al Conservatorio de San Petersburgo. Durante su permanencia en esa casa de estudios, Prokófiev tuvo una difícil relación con compañeros y maestros, a quienes enrostraba sus errores, que registraba en minuciosas estadísticas.
Era, sin dudas, un superdotado, dueño de una memoria privilegiada, terriblemente racional y de rigor inclaudicable ¿Habrá sido un Asperger? Este diagnóstico explicaría las dificultades para socializar que tuvo a lo largo de su vida.
Concluidos sus estudios en el Conservatorio, compuso su Primera sinfonía, conocida con cierta ironía como “Clásica” por evocar, con libertades modernistas, la obra de Haydn.
Como era un excelente concertista, realizó una serie de presentaciones como pianista en San Petersburgo, donde ejecutó algunas de sus obras más avanzadas, en las que era evidente su disonancia politonal.
En 1912, estrenó su primer concierto de piano, que causó un escándalo. “Los gatos en el tejado hacen mejor música”, gritaban los concurrentes.
Después de la muerte de su padre y con el advenimiento de la Revolución, continuó su carrera en el exterior. Sin embargo, a diferencia de los demás artistas rusos que se consideraban exiliados, él no cortó lazos con su país.
Los crímenes de Iván el Terrible
Antes de partir, el comisario político para el arte soviético, Anatoli Lunacharski, le dijo: “Eres un revolucionario en la música, como nosotros lo somos en la vida”, y le permitió salir del país porque intuía que Serguéi volvería ... Quien no volvería de su obsesión por la pureza ideológica fue Lunacharski, quien llevó adelante un juicio contra Dios por genocidio. Hallado culpable, un pelotón de fusileros disparó al cielo de Moscú...
En Francia, Serguéi Diáguilev le encomendó la composición de un ballet. De este encargo surgió El bufón, estrenado en 1921 y calificado por Maurice Ravel como “la única pieza de música moderna que podía escuchar con placer”.
Ese mismo año estrenó El amor de tres naranjas, quizás su ópera más famosa. Durante su estreno en Chicago tuvo un enfrentamiento con Ígor Stravinski, quien no quiso terminar de escuchar la obra y, según palabras de Prokófiev, por poco se fueron a las manos.
De regreso a Europa, viviendo en los Alpes bávaros, compuso su ballet El ángel de fuego. En esos días, formalizó su relación con la cantante española Carolina Codina Nemískaya, casándose ante las autoridades alemanas.
Su carrera como compositor e intérprete continuó con creciente éxito, pero durante la Gran Depresión del 30 mermaron sus presentaciones y, por ende, sus ingresos. De hecho, comenzó a relacionarse cada vez más con creadores soviéticos. De esta época data la primera música compuesta para una película, El teniente Kijé.
En 1936, se estableció definitivamente en Moscú con Lina y sus dos hijos. Para congraciarse con el régimen compuso la gigantesca Cantata para el vigésimo aniversario de la Revolución. Sin embargo, la Comisión de Asuntos de Arte la prohibió “por usar textos que pertenecían al pueblo y ponerle música incomprensible”. La Cantata se estrenó recién en 1966, después de la muerte del autor.
Mejor suerte tuvo Pedro y el lobo, obra que fue ejecutada por años en nuestro Teatro Colón como una pieza de iniciación musical. También exitosa fue la musicalización de la película de Serguéi Eisenstein Aleksandr Nevski y el ballet Romeo y Julieta, que inicialmente fue criticado por su final que no respetaba la tragedia de Shakespeare. Prokófiev permitía que los amantes vivieran eternamente enamorados y eso parecía perturbar a los censores del régimen.
También compuso la música para el film Iván el terrible de Eisenstein, que no fue del agrado de Stalin. La película fue prohibida, el cineasta sufrió un infarto y Prokófiev tuvo un bajón anímico que se agravó por sus problemas económicos. Sus amigos tuvieron que asistirlo para que pudiera sobrevivir.
Stravinski decía que Prokófiev era un ingenuo político y Shostakóvich sostenía que Serguéi había vuelto con la intención de enseñarles a los soviéticos, pero que ellos terminaron enseñándole a él lo que era la corrección ideológica. Su final, según Shostakóvich, fue “el de un pollo en la cacerola”.
La Séptima sonata para piano está basada en un “lied” de Schumann que dice: “Los ruiseñores cantan su canción de anhelo desde la profundidad de la mazamorra…”. Curiosamente, esta pieza recibió un Premio Stalin.
El comienzo de la Segunda Guerra y la invasión alemana a la URSS lo volcó a componer textos patrióticos como La guerra y la paz.
También fue una época turbulenta en su vida sentimental, ya que inició una relación con la escritora Mira Mendelson (1914-1968), una ferviente comunista y decidió separarse de Lina. Para su sorpresa la aceptación del trámite de divorcio fue casi inmediata porque como se habían casado en Alemania, ese matrimonio era inválido para las autoridades soviéticas. Posteriormente, Lina fue acusada de espía y trasladada a un Gulag donde pasó quince años hasta su liberación y regresó a Occidente.
Prokófiev, como otros artistas, fue trasladado al Cáucaso, lejos de los riesgos de la guerra. El único que permaneció en Leningrado sufriendo los rigores del sitio alemán y ayudando con su obra a mantener el espíritu ruso fue Dmitri Shostakóvich, convertido en héroe nacional, aunque no por ello dejó de tener problemas con las autoridades.
La Quinta Sinfonía de Prokófiev simbolizaba la “agonía y el triunfo de la guerra” y era “el himno para el hombre libre y feliz… y la grandeza del espíritu humano que ha madurado dentro de mí”.
Poco después del estreno de esta sinfonía tuvo un derrame cerebral secundario a una hipertensión descontrolada. Sin embargo se recuperó y pudo escribir una Sexta sinfonía.
En 1948, Prokófiev, Shostakóvich y Aram Jachaturián fueron denunciados por “formalismo” y acusados de renunciar a los principios de la música clásica en favor de “sonidos confusos, angustiosos y cacofónicos”. Las autoridades prohibieron ocho obras de Prokófiev y también fue multado por una cifra importante que lo puso al borde de una grave situación financiera.
A fin de disculparse escribió una retractación pública donde confesaba su “deficiente comprensión de lo que nuestro pueblo espera”.
Trató de apaciguar a las autoridades con obras como La historia de un hombre común, la sinfonía concertante para violonchelo y la Séptima Sinfonía por la que volvió a recibir el Premio Stalin. Aun así no se le permitió viajar al extranjero, a pesar de que su música era cada día más apreciada en Europa y EEUU.
Como decíamos al comienzo, la muerte de Stalin eclipsó al funeral de Prokófiev. Como las masas invadían los caminos vecinos a su casa para despedirse del líder soviético, el féretro del músico debió ser llevado a pulso por las calles de Moscú.
Entre las escasas 30 personas que asistieron a su entierro estaba Shostakóvich, con quien había tenido una relación conflictiva. Sin embargo, poco antes de su muerte, le había deseado a Prokófiev que viviera otros cien años para seguir creando obras como su Séptima Sinfonía, que “hace que sea más fácil y alegre la existencia”.
Sus amigos solo le pudieron llevar flores de papel, porque todas las flores naturales habían sido confiscadas para el entierro del jerarca soviético.
El Pravda dedicó apenas la página número 116 de su edición del 6 de marzo al obituario del músico. Las 115 páginas previas estaban dedicadas a Stalin.