Esta Semana Santa central para la fe de los cristianos nos invita a celebrar, desde la memoria creyente, la Pascua de Jesucristo, su Pasión y Resurrección.
Las palabras, símbolos, acciones, diálogos, silencios, que cargan de significado estos días pascuales, nos invitan a redescubrir con asombro la vida y misión de Jesús de Nazaret. Hacia él dirigimos nuestra mirada, cargada de nuestras experiencias cotidianas con sus búsquedas, sus anhelos, sus sueños…nada de lo plenamente humano queda fuera del encuentro con la Pascua del Señor.
Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se les ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. (Hb 12,2).
Fijar la mirada en Jesús es el desafío permanente de la vida creyente, no para mirar sólo al pasado sino para preguntarnos si es posible que nuestro modo de ver la vida puede abrirsea “lo nuevo” que nos sugiere la esperanza. El mensaje inaudito de la Pascua es la posibilidad de pasar de la muerte a la vida. Mensaje audaz, incómodo, revolucionario. Porque ese paso sólo se logra apostando al amor. La única apuesta que cambia radicalmente la vida.
Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo. No es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión. (Francisco, Desiderio desideravi, 12).
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Por el bautismo somos invitados a vivir la vida en clave de Pascua, un gran don y una gran responsabilidad para el creyente. Pero vivir haciendo memoria no es vivir de memoria, por eso cada Semana Santa es una nueva oportunidad de redescubrir los símbolos, abrirnos al asombro de la Presencia, buscar con esperanza el don que Dios nos ofrece, su propia vida. Pensando el Vía Crucis, Romano Guardini sugiere que “siempre tiene algo nuevo que decir al que lo reza. Y si alguien se acostumbra a llevar sinceramente al Vía Crucis experiencias personales, azarosas preocupaciones y perplejidades, recibirá a menudo insospechada luz e inesperado consuelo”.
El recorrido por la Pasión nos recuerda que Jesús, el Cristo, murió como vivió, entendiendo la vida como entrega y servicio, haciendo de la compasión y la solidaridad dos claves no sólo para entender la realidad, sino para transformarlas. Una humanidad nueva recomienza desde los lugares más apartados, desplazados, marginados de la realidad. Primero ha sido el pesebre de Belén hasta terminar en el Gólgota de Jerusalén. Ambos lugares nos recuerdan la fragilidad de la vida, y cómo el amor se abre camino desde lo pequeño considerado despreciable.
Este recorrido a través del dolor y el sufrimiento requiere que también estemos dispuestos a reconocer la Vida que renace, resucita. Una nueva mirada también implica reconocer los signos de esa vida en nosotros, pero cómo hacerlo, cómo comprender que la resurrección también es una propuesta para cada uno y para la humanidad. Necesitamos “abandonar la convicción de que es imposible resurgir de los fracasos y delas derrotas con un corazón confiado, dispuesto a recomenzar y a reabrirse a los demás”, en particular a quienes nos han herido.
Con el apóstol Tomás somos invitados a tocar la vida, a vencer nuestros miedos y la parálisis de las frustraciones recurrentes, para poder afirmas que la bienaventuranza de la vida nueva es para quien elige emprender un auténtico camino, un encuentro vivo y apasionado con el Resucitado, que se realiza siempre en la comunidad de los hermanos, pero respetando plenamente la sensibilidad única de cada uno.