Todo se degrada. Lenta e inexorablemente vivimos y observamos en los últimos tiempos la pendiente que nos lleva a un sótano del que cada vez será más difícil salir. Cuanto más abajo caigamos, más medios humanos, logísticos, económicos y esfuerzo e inteligencia tendremos que aplicar para emerger. La cultura, la educación, la salud, la economía, el entramado social, y también aquello que tiene un lugar en el podio de la preocupación de la población, la seguridad.
Vivir del relato, de las ambigüedades, del decir qué hago, pero en realidad no hago, del maquillar situaciones que llevan al hartazgo y que quedan tapizadas de cadáveres en el Gran Buenos Aires, el hacer política con la seguridad en lugar de políticas de seguridad, tiene sus consecuencias.
Ser funcionario público, funcional a sus propios intereses políticos, tampoco suma herramientas y soluciones a lo que verdaderamente preocupa a la población.
Nadie quiere ser cadáver al final del día, pero pareciera que aquellos que tienen la responsabilidad en materia de seguridad creen que, con la épica, con la flema encendida, con una voz gruesa y ronca, y con un maquillaje de las situaciones y las estadísticas, pueden seguir convenciendo que hacen las cosas bien y que son los dueños de la verdad.
La realidad es otra, vecinos deteniendo y atando delincuentes a los postes, o propinando palizas a motochorros, nos indican que algo huele mal en ese ministerio.
Seguridad: nadie quiere ser cadáver al final del día
La seguridad es una construcción social. Ese modelo de funcionarios que exaltan aquello de lo que carecen (especialmente el conocimiento en seguridad pública y lucha contra el narcotráfico), está perimido. Hay que ser fuerte y duro en la lucha contra la delincuencia, dentro del marco de la ley, y hacer notar cuando esa justicia no nos acompaña en el esfuerzo de cuidar al vecino, y señalar quiénes dentro de esa justicia poco o nada hacen para mejorar la situación.
En la provincia de Buenos Aires, el ministro de seguridad debe ser ministro y no otra cosa. No debe ser ni creerse policía, aunque alguna vez haya disparado un tiro mientras sostenía el bisturí de cirujano en un quirófano.
No puede ni debe salirse de ese marco de hacedor de las políticas públicas de seguridad a aplicar, y observar el cumplimiento cabal del Plan Integral de Seguridad y Convivencia de la Provincia en concordancia con los planes de seguridad aprobados por los municipios que la integran.
Por supuesto que nada de eso existe, y si existe no se lo dio a conocer a la población ni al periodismo. O, en su defecto, no es de aplicabilidad y seguimiento.
¿Para qué sirve esta estructura de seguridad en la provincia? ¿Para qué tenemos un ministerio de seguridad enlatado en contenedores metálicos en el predio de Puente 12, formando allí mismo un grupo supuestamente de elite llamado UTOI que parece ser más un capricho y una guardia pretoriana del ministro? ¿De qué sirve?
¿Alguien sabe quién es el Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires? ¿De la policía más grande y numerosa de la República Argentina? Con un ministro que se cree funcionario policial, no puede haber casillero que se le escape de llenar. Los ocupa todos. Nadie puede hablar a menos que sea él.
Eso es raro, ¿no? A menos que tenga una finalidad manifiesta de ser él y solamente él la vedette de la obra.
Seguridad y "emboscada" a Sergio Berni
El ministro Berni haciendo gala de su soberbia corta la avenida Gral. Paz bajando con su helicóptero, y dirigiéndose solo hacia una pequeña multitud que con razón estaba enardecida por la muerte de un compañero a manos de delincuentes.
Este ministro que vimos dolido y golpeado, avasallado en su hombría, luego de repuesto en lugar de decir y reconocer que había cometido un error en la forma de acercamiento a la muchedumbre encendida, endilga culpas al presidente de la República y al ministro de seguridad de la Nación, porque no se llevó adelante el Operativo Centinela con la GNA (Gendarmería Nacional Argentina) como él había pedido años antes.
Cuando el dolor de los golpes aún persiste, parecería bueno sacarse las culpas de encima.
La violencia no es justificable de ninguna manera. Debe ser condenada desde todos los sectores de la vida pública. Pero ir en forma soberbia a paso seguro a la jaula de los leones heridos y dolidos, no es de persona normal e inteligente, a menos que la necesidad de protagonismo amerite recibir ante las cámaras de TV, varias dentelladas y golpes con furia desenfrenada contenida ante las mentiras e inacciones de años anteriores de esta misma gestión.
El que busca encuentra. El ministro encontró protagonismo que fue a buscar ante las cámaras, pero esta situación le valió perder la autoridad que él creía tener, y que en verdad carece.
Es cierto que a esta gestión le faltan luces, que no brilla, que está alejada de la población que la sigue observando como parte del problema y no de las soluciones. Una pena. Ya son varios años perdidos. Ninguna gestión de seguridad en la provincia de Buenos Aires dejó una Policía o Seguridad Pública mejores que las que recibió.
Lo mismo sucede con el make up de la formación y la capacitación de la fuerza y de los aspirantes a ingresar a la institución.
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Durante la última década y media, esta policía como otras del interior del país fueron el pañuelo que vino a secar las lagrimas de la desocupación. Y así estamos. El ministro en sus verborrágicas alocuciones prometió incorporar 40 mil nuevos policías entre el año anterior y éste. Cosa imposible.
Nadie forma un buen policía sin dos años de instrucción, y en este caso en particular, en esta provincia, menos. Cada vez tenemos más personas que se uniforman de policías que policías con vocación de servicio, mas allá de lo mal pagos y considerados que estén dentro de la administración provincial.
*Especialista en seguridad pública, analista en inteligencia delictual y lucha contra el narcotráfico.