OPINIóN
El arte está de luto

Se fue “Yuyo” Noé, tendremos que asumir el caos y su muerte

En 1971, el artista plástico Luis Felipe Noé dejó de pintar “porque se había bloqueado” y decidió ir a un psicoanalista para averiguar qué le pasaba. La intimidad de una tela en blanco en busca del color, parte de un libro que dibujó los últimos años de su vida, junto al autor de la nota.

Luis Felipe Noé20250409
Luis Felipe Noé. | Cedoc Perfil

Se fue Luis Felipe Noé. Se fue Yuyo, un artista generoso y fundamental de la cultura argentina. En medio del caos que envuelve cada existencia, durante el año pasado nos encontramos en su casa atelier de San Telmo, donde en unas cuantas entrevistas construimos un libro que pronto, espero, verá la luz. Un libro que también, en su capítulo final, destiló sabor a despedida.

La idea de escribir el libro comenzó cuando asistí a una muestra de Yuyo en el Museo Nacional de Bellas Artes. No lo sabía, hasta que lo escuché de su propia voz. En un momento de la recorrida se detiene frente a una de sus obras, y así como al pasar, relata, con voz tímida y entrecortada, que hubo un tiempo en el que dejó de pintar porque se había bloqueado, una crisis existencial que detuvo su posibilidad de crear.

Luis Felipe Noé y Pablo Melicchio
Luis Felipe Noé y el autor de esta nota, Pablo Melicchio.

Y que entonces, por recomendación de un amigo psicoanalista, en 1971 inició una terapia. Y en el curso del tratamiento, dirigido por el doctor Gilberto Simoes, en una de las sesiones se sirvió de una hoja del escritorio y entre palabras comenzó a garabatear algunas formas. Sin que el profesional se lo propusiera, hizo de los dibujos un lenguaje, como los niños en la terapia. Y lentamente el bloqueo, la crisis, se fue diluyendo y Yuyo regresó al mundo de las artes.

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Cuando Yuyo relató ese suceso, mi voz interior me ordenó: “Tenés que escribir esa historia: la del artista bloqueado que no puede seguir pintando y que acude a un psicoanalista”. Ansioso, como suele sucederme cuando se me impone un proyecto, casi se lo propongo el mismo día de la muestra; pero no lo hice, me reprimí un par de años.

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Y el tiempo fue pasando y con el implacable paso del tiempo, la pandemia, la muerte de mi madre, el devenir de la vida, otros proyectos, luces y sombras. Hasta que llegó el momento de intentarlo, de ir en busca de esa historia del artista bloqueado y el efecto del psicoanálisis. Se lo propuse. Y Yuyo, como un niño con juguete nuevo, se entusiasmó de inmediato. Y así, luego de varios encuentros, se hizo el libro por venir. Incluso, en uno de los últimos encuentros, fantaseamos con la idea de la presentación, una presentación que si sucede, será sin su presencia física.

En estos meses en Yuyo se condensaron la vejez y la enfermedad; o más complejo aún, la conciencia de la vejez y la enfermedad que remiten, inevitablemente, a la conciencia de la muerte. Ya no las intermitencias de la muerte, la que se sabe y se niega, sino esa presencia empecinada que insiste con diversas amenazas, con achaques y golpes. Asumir el caos. Asumir la muerte.

Compartí con Yuyo, con sus cuidadoras y su familia, este tiempo marcado por el inevitable final. Quedará en mi memoria y en mi corazón todo lo vivido, los diálogos profundos, las risas y las pausas, sus obras definitivas y las inconclusas que desde hoy pasarán a ser parte de su obra completa. Quedan sus pinturas y sus escritos. Nos queda el recuerdo, esa otra forma de vida de nuestros muertos.

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