OPINIóN
Cruzada educadora

Sarmiento, también el bibliotecario

Al sancionar la Ley de Fomento y Protección de las Bibliotecas Populares, el gran maestro de los argentinos no sólo se ocupó de la educación sino también de los lectores. Con ella, el libro y la lectura fueron pensados como política de Estado.

Libros
Poder del libro | Freepik

Un día como hoy, pero de 1870, durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, se sancionaba la Ley de fomento y protección de las bibliotecas populares. Esta iniciativa suele ser considerada como un hito de relevancia en el amplio y variado conjunto de acciones llevadas adelante por el sanjuanino en pos de la educación argentina. Junto con tantas otras iniciativas tendientes a fomentar y organizar nuestra educación como un sistema, esta norma fue tal vez la primera que tuvo al libro y a la lectura como objeto de una política de Estado, aun cuando por ese entonces este se encontraba en pleno proceso de organización. 

En efecto, la apertura de espacios para la puesta a disposición de libros y para su lectura en los más diferentes rincones del país, trajo como resultado la primera y más decidida ampliación del público lector, una decisión que no podría comprenderse sin otras piezas claves de la relojería sarmientina en materia educativa, tales como la realización, el año anterior, del primer censo de población, la creación de escuelas, la formación de docentes y la puesta en marcha de todo el dispositivo organizacional que Sarmiento consideraba indispensable para el éxito de su cruzada educadora. 

Son bien conocidos los inmediatos efectos de esta ley: a los pocos años de entrar en vigencia, las bibliotecas lograron consolidarse como un referente cultural en cientos de pueblos del país, y todavía hoy constituyen un baluarte en el acceso a la lectura en las más recónditas y siempre postergadas ciudades del interior. Los miles de bibliotecarios arrastrando mediante carritos sus cajas de cartón conteniendo los libros que van comprando, es ya un elemento inseparable del paisaje otoñal porteño que engalana a la Feria del Libro de Buenos Aires.

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El 28 de octubre de 1845 Domingo Faustino Sarmiento inició un viaje para estudiar distintas organizaciones escolares

Fue tal vez Javier Planas quien en su excelente investigación en torno a los efectos y posteriores vicisitudes de esta ley, arrimó también algunas reflexiones en torno a la filosofía social que la inspiró y dio sustento. 

Porque más allá de sus efectos en tanto instrumento novedoso de política pública, abrevar en el espíritu y en las fuentes que la motivaron, contribuye a hacer más comprensible el proyecto de sociedad que Sarmiento tenía en la cabeza. 

Y cuando se hace referencia a “sociedad”, se quiere significar que no solo Sarmiento imaginó qué estructura debía tener el Estado, sino que también pensó en cómo darle forma a la vida civil y social de la Argentina de entonces. 

La lectura no es en Argentina “una gran causa nacional” como en Francia

Tal cono afirma Planas: “La normativa (…) generaba un modelo de gestación sustentado en las intervenciones de la sociedad civil. Como estímulo, el Estado brindaba una subvención igual al dinero recolectado por cada asociación, así como ofrecía tramitar la inversión de ambas contribuciones en libros y hacer el envío del material sin costo adicional. La autonomía administrativa de las bibliotecas y la libre elección de las obras constituyeron un aspecto fundamental” (Libros, lectores y sociabilidades de lectura. Una historia de los orígenes de las bibliotecas populares en la Argentina, p. 17).

La ampliación del público lector, una decisión que no podría comprenderse sin otras piezas claves de la relojería sarmientina en materia educativa"

Con gran acierto, Planas inscribe la iniciativa legal en varios de los escritos de Sarmiento sobre la importancia de la lectura comunitaria y, en particular, el artículo El espíritu de asociación, en el que deja transparentar el modo en que a su vez, lo había marcado su paso por los Estados Unidos y la seducción en la que había caído al tomar contacto con las páginas de la Autobiografía de Benjamin Franklin. 

Allí, el inventor y emprendedor norteamericano daba cuenta de esa “sensiblidad asociacionista” que varias décadas más tarde teñiría a su vez la propuesta sobre bibliotecas populares.

Bibliotecas: cerca de la utopía

Es sabido el lugar que los viajes llevados adelante por Sarmiento ocuparon en el proceso de moldeado de su modo de ver el mundo y, en particular, la seducción envolvente que le produjo el tomar contacto con la sociedad norteamericana durante aquellas recorridas reflexivas y críticas por otras sociedades. El viaje siguió siendo, entrado el siglo XIX y de la mano de los avances tecnológicos, la posibilidad de que ciertos aspectos de la utopía asuman criterios de realidad… 

De ello da cuenta el difundido volumen en el que mediante cartas, Sarmiento va narrando a diferentes íntimos sus experiencias tanto en Europa como en África y los Estados Unidos. 

En el caso de las del país del Norte, se trata en buena medida de las mismas que experimentó otro viajero reflexivo y contemporáneo suyo: Alexis de Tocqueville, quien recorrió aquellas costas en 1835 y en 1840. Al igual que el francés -que comparándola con el modo en el que la aristocracia blandió su sociedad civil por siglos la contempló como una de las matrices fundantes de la democracia americana-, nuestro filósofo social supo ver en esa pulsión asociacionista, un cemento indispensable para el moldeado de la nueva sociedad argentina. 

Sarmiento no sólo imaginó qué estructura debía tener el Estado, sino también pensó en cómo darle forma a la vida civil y social de la Argentina de entonces"

En su lúcido y bello La democracia en América, Tocqueville describió así ese espíritu que también deslumbraría algunos años más tarde a nuestro verdadero “Tocqueville de los Andes”: “Entre las leyes que rigen las sociedades humanas, hay una que parece la más precisa y clara. Para que los hombres conserven su civilización, o la adquieran, es preciso que la práctica asociativa se desarrolle y se perfeccione en la misma proporción en que aumenta la igualdad en las condiciones sociales (…). Así, el país más democrático de la tierra es aquel en el que los hombres más han perfeccionado el arte de perseguir conjuntamente el objetivo de sus comunes deseos y han aplicado al mayor número de objetos esa nueva ciencia. ¿Se trata –se interroga retóricamente Tocqueville- de un hecho accidental o existe, en efecto, una relación forzosa entre las asociaciones y la igualdad?”. 

De allí que entonces, prestar atención al sustento sociológico y filosófico detrás de la decisión de fomentar y proteger las bibliotecas, resulta significativo no solo para recordar que aquel debe estar siempre presente a la hora de la formulación de cualquier política pública. Sino porque hacerlo permite dimensionar, una vez más, la enorme consistencia y proyección del ideario de Sarmiento.

Parafraseando a Borges, no sabemos si “Sarmiento el soñador” efectivamente “sigue soñándonos”. De lo que no quedan dudas, es que sigue enseñándonos.
 

*Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM)