OPINIóN
Ciencia

Carta abierta de dos científicas argentinas

La ciencia como herramienta para construir un futuro mejor: reflexiones desde la vocación, el compromiso y el trabajo por el bien común.

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Científicas cruelty free. | Marie Claire

¿Quién dijo que todo está perdido? Nosotras venimos a ofrecer el corazón

Podríamos arrancar esta carta mostrando la evidencia científica que muestra la relación entre el desarrollo de los países y su inversión en Ciencia (y no, no es que hay que desarrollarse para invertir en Ciencia, sino que es al revés: hay que invertir en conocimiento y educación para poder desarrollarse).

Pero decidimos no hacerlo, porque la misma Ciencia nos dice que los seres humanos no tomamos decisiones en base a evidencia -o no solo en base a ella-. Las emociones y los valores que tenemos como personas individuales, moldeados en gran parte por la sociedad en la que vivimos, son los que, en definitiva, mueven nuestros hilos internos. Es por eso que, como científicas, decidimos no apelar a la evidencia científica para expresarnos hoy. Es desde esta posición completamente subjetiva y humana que queremos hablar a quien quiera leer estas líneas. Lo hacemos desde la necesidad de explicar quiénes somos y qué hacemos, y fundamentalmente qué cosas nos motivan para hacer lo que hacemos, aspecto que sentimos que hoy no se entiende en el debate público.

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Los científicos solemos tener un perfil bajo, pensando -tal vez, ingenuamente- que los otros valoran lo que hacemos, pero ha quedado claro en este último tiempo que esto no debe darse por sentado. Escribimos esto hoy para contar nuestro lado de la historia, siendo, además, conscientes de que estamos en medio de una batalla cultural, que -nuevamente por ingenuidad-, siempre pensamos que no sería necesario darla. Pero, lo hacemos porque creemos que no todo está perdido. Y porque venimos a hablar con el corazón.

Somos dos amigas que fuimos juntas a la escuela secundaria, y nos acercamos más aún cuando elegimos estudiar la misma profesión. Ambas quisimos ser Biólogas. Una más llamada por los procesos ecológicos y la Naturaleza que se despliega inmensa en bosques, pastizales, ríos y mares; la otra, convocada por la maravilla microscópica que subyace y maneja esa inmensidad. Ambas unidas por el amor al conocimiento (no hay nada más humano que la necesidad de "entender"), pero también por el convencimiento de que el conocimiento es la llave maestra para el desarrollo y el bienestar de la gente. Especialmente, cuando se pone a disposición de todos a través de la educación, y se transforma en bienes (materiales e inmateriales) y servicios que tocan nuestras vidas sin darnos cuenta. Ambas hicimos nuestras carreras de grado y doctorados en la universidad pública argentina, ya que de otro modo nuestros padres no hubieran podido costear los estudios de ambas familias numerosas. Por las vueltas de la vida (amor incluido), una se fue a la Patagonia. La otra emigró al exterior. Pero el faro de los sueños en común siempre estuvo encendido en esos primeros años de formación, a ambos lados del océano.

Por eso, ambas elegimos entrar al CONICET para dedicar buena parte de nuestra vida a la Ciencia pública (y decimos “buena parte” porque además del de “científico” tenemos otros muchos sombreros: somos mujeres, madres, esposas, hijas, amigas…). Lo hicimos ya doctoradas y con postdoctorados terminados, es decir, con más de 10 años de formación de excelencia para recién ingresar en el escalafón más bajo de la carrera científica. Ninguna de las dos eligió este camino porque no le quedaba otra opción "mejor". Para nuestra escala de valores, la mejor opción era -y sigue siendo- hacer ciencia para todos los argentinos, protegiendo los intereses de los que estamos y de los que vendrán. No negamos en lo absoluto el valor e importancia del sector privado, pero nosotras elegimos trabajar en el público, el de los bienes comunes. Y en todo caso, servir indirectamente a los intereses particulares -vale decir que lo que generamos lo puede usar cualquiera-.  

Generar conocimiento es como plantar un árbol. A vos te toca el esfuerzo de regarlo, cuidarlo de las hormigas y las heladas... Con suerte, vas a verlo florecer, pero seguramente serán otros los que van a poder sentarse bajo su copa.

Elegimos un camino escarpado, lleno de sacrificio, de entrega, de frustración, de permanente evaluación (por pares en el país y en el exterior), con pocos logros personales más allá de la satisfacción del “descubrimiento” cada tanto, la formación de los "hijos académicos" o cuando algo de lo que investigamos por años se traduce -unido al trabajo de muchos otros- en un producto con impacto social (por ej., una recomendación de mejor manejo de  los sistemas productivos o de los recursos naturales; una biotecnología que mejora el rendimiento de un cultivo que nos alimenta cada día o genera divisas para el país...). Dependiendo del tipo de conocimiento que se genera y de los múltiples factores externos a la Ciencia que hacen que ese conocimiento sea aplicado o usado en distintos contextos, esa satisfacción personal del “impacto social” puede disfrutarse o bien no enterarnos nunca cómo nuestro aporte sumó a algo.

Generar conocimiento es como plantar un árbol. A vos te toca el esfuerzo de regarlo, cuidarlo de las hormigas y las heladas... Con suerte, vas a verlo florecer, pero seguramente serán otros los que van a poder sentarse bajo su copa. Pero, ¿no es esta entrega -absurda en términos mercantiles- algo propiamente humano? ¿No lo hemos hecho siempre así y por eso hemos avanzado como sociedades? ¿No nos sentamos cada día bajo los árboles que plantaron los que ya no están? ¿En qué punto del camino nos quisieron convencer -y compramos- de que solo aquello que es monetizable en el cortísimo plazo es aquello que “vale”?

Con esto no queremos decir que los científicos hacemos lo que se nos ocurre, sin pensar en el impacto y en aportar a la resolución de problemas. El estereotipo del científico loco, aislado del mundo y de su sociedad, es solo eso, un estereotipo. La inmensa mayoría de nosotros somos muy conscientes de las necesidades y problemáticas de nuestro país, y es por eso justamente que elegimos trabajar donde lo hacemos. Pero entendemos que los problemas son múltiples, que cada problemática tiene miles de aristas, y que cada uno de nosotros puede aportar desde su experticia a un rompecabezas mayor. El punto acá es que nuestro motor interno no es la comodidad, ni la gloria personal ni el reconocimiento, sino sumar un grano de arena -o unos cuantos, en el mejor de los casos- para resolver los problemas y mejorar la calidad de vida de la gente. 

No pretendemos que todos entiendan en detalle lo que hacemos cada día (aunque se los podemos contar, si quieren), de la misma manera que nosotras no entendemos lo que hacen en miles de espacios y empresas humanas en las que no trabajamos. No entendemos los detalles técnicos para construir un puente u operar un cerebro, pero entendemos las grandes razones que mueven al constructor y al médico. Y su necesidad en la sociedad. Y sabemos también que, más allá de sus razones y necesidad, hay Ciencia detrás de cada cálculo y material que forma una pared o la tela de la ropa que vestimos, cada fuente de energía que usamos, cada fármaco, cada vía de comunicación, cada alimento que comemos, y un infinito etcétera… Porque los científicos somos jardineros que plantamos semillas y somos también constructores. Parados sobre los andamios de las ideas de los que nos precedieron, co-construimos la montaña siempre inacabada de conocimiento humano, esa montaña de donde surgen las soluciones para los problemas que nos aquejan, y que es también fuente de asombro, disfrute y felicidad. Porque no solo de pan viven los seres humanos, y no solo los bienes materiales satisfacen a las sociedades y garantizan la paz y la convivencia.

Vivimos en un mundo extremadamente complejo, con enormes desafíos ambientales, tecnológicos, de salud (física y mental), sociales e institucionales. No es con menos cabezas dedicadas a pensar soluciones, ni con menos educación superior accesible a la ciudadanía, que vamos a resolver estos desafíos en el mundo real. Más que nunca hay que invertir en ellos; no fustigarlos y destruir sus bases funcionales y su imagen ante la sociedad. Y esa inversión tiene que venir de todos los sectores, del privado y del público. Pero el rol del Estado es irrenunciable. Se necesita un equilibrio de fuerzas entre los intereses particulares y el bien común. Creemos que solo el conocimiento democráticamente distribuido, junto a valores de justicia, solidaridad y empatía, pueden dar lugar a una sociedad autodeterminada, que no compre espejismos vendidos por nadie, especialmente cuando los mismos solo pueden hacer brillar a unos pocos “salvados”. Al fin y al cabo, las principales cosas que nos definen como seres humanos y que hacen que nuestra existencia valga la pena, escapan a la urgencia y valuación que mueve a la sociedad de consumo en la que corremos todo el día como ratones en la rueda. Entre ellas, pensar y pensarnos como individuos y como conjunto no es tarea superflua; es una acción vital y necesaria. Descubrir y transmitir conocimiento son herramientas transformadoras. Así como es el arte en todas sus manifestaciones.

A esta altura del partido, nadie en su sano juicio puede dudar de la necesidad de cambios profundos en nuestro país. Pero el rumbo siempre debe ser hacia adelante. Debemos ir hacia un futuro mejor, no hacia el pasado. Debemos mover las velas buscando el viento que nos conduzca hacia un futuro de encuentro, de respeto, de diversidad, de paz, de diálogo, de conocimiento (científico y de otros tipos). Un futuro donde protejamos los bienes comunes que sustentan el bienestar de todos. Con Esperanza, por ese futuro trabajamos cada día, con el mayor compromiso.

*Licenciada y doctora en Ciencias Biológicas, investigadora en el área de Biología Molecular de Plantas, aplicada a las Ciencias Agrarias.

**Licenciada y doctora en Ciencias Biológicas, investigadora en el área de Ecología y Ecofisiología Forestal, aplicada al Manejo Sustentable de Bosques, Plantaciones y Arbolado Urbano.