El modelo económico liberal —sin considerar la justicia en las relaciones humanas— requiere para incrementar ganancias una fuerza de trabajo con bajos salarios, sin derechos, dócil y móvil. Las corrientes migratorias constituyen uno de los pilares de dicho modelo porque generan esa fuerza de trabajo vulnerable. Y además ejercen una continua presión para que no mejoren las condiciones laborales.
Estados Unidos, según cifras oficiales, en diciembre de 2023 tenía 9 millones de vacantes y 6 millones de desempleados en búsqueda de trabajo rentado. La escasez de mano de obra hoy es cercana a los 3 millones de trabajadores. Esta brecha se estima que aumentará los próximos años, porque la población envejece y las familias estadounidenses tienen menos hijos (Bureau of Labor Statistics).
Sin embargo, el presidente electo Donald Trump confirmó que su plan de deportaciones masivas de inmigrantes indocumentados implicará el uso de las fuerzas armadas (TheWhasington Post, 18/11/24). Pero esta afirmación tiene un límite: el flujo migratorio es necesario para sostener un ritmo creciente de actividad económica.
Estados Unidos es un país de inmigrantes desde sus orígenes, y a ellos les debe la existencia. De México proviene su principal corriente migratoria, por cercanía geográfica y vínculos históricos. Constituyeron la población originaria de los Estados apropiados a México, tras su invasión en 1847 y el Tratado Guadalupe Hidalgo de 1848.
Hoy, en los desplazamientos de México y Centroamérica, opera una poderosa estructura ilegal, el coyotaje, ligada muchas veces a las redes del narcotráfico. Pero son funcionales al modelo económico estadounidense, porque hacen más vulnerables a los migrantes junto a las políticas de Trump: construir muros y recurrir a las fuerzas militares.
Uno de los puntos centrales de su campaña estuvo basada en que los migrantes indocumentados han invadido el país y que la mayoría de ellos son criminales. Sin embargo, los cruces fronterizos no autorizados han disminuido un 70% este año y varios estudios muestran que los indocumentados cometen en promedio menos crímenes violentos que las personas nacidas en los Estados Unidos (Ran Abramitzky, 2024).
Según informa Los Angeles Times del 15 de junio de este año, el arzobispo Timothy Broglio, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (USCCB) abordó el tema en Louisville, Kentucky. Allí cuestionó la prolongada espera que sufren los trabajadores religiosos para obtener visados e hizo referencia a los recientes ataques de funcionarios del gobierno contra el trabajo religioso en la frontera. También señaló el intento del secretario de Justicia de Texas de cerrar una organización católica, sin ánimo de lucro, que gestiona una red de refugios para migrantes desde hace décadas.
¿Qué ocurre en el capitalismo mundial?
¿A quiénes conviene esta situación? Los empleadores individuales y las grandes corporaciones —ahora en el gobierno electo— impulsan las legislaciones antiinmigrantes, el desmantelamiento de los programas sociales y del sindicalismo. El capital financiero global y la destrucción de las industrias manufactureras nacionales constituyen el origen de la crisis migratoria (con redes narcotraficantes) por la que atraviesan los países periféricos.
El 7 de noviembre pasado el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, sostuvo que la política de las migraciones debe ser cuidadosamente elaborada, alejada de toda mirada ideológica. Ante la promesa electoral de Trump, de realizar la mayor deportación masiva de inmigrantes ilegales latinoamericanos, dijo: "Nosotros estamos por una política sabia hacia los migrantes y, por tanto, que no llegue a estos extremos” (Vatican News, 7/11/24).
El Papa Francisco aborda con preocupación esta problemática. En el punto 169 de la nueva encíclica, Dilexit nos, recuerda que en el imperio romano muchas personas pobres, forasteros y necesitados, encontraban en los cristianos respeto, cariño y cuidado. De allí que el emperador apóstata Juliano -quien sabía que los cristianos eran respetados y seguidos por ese motivo- decidió fundar en todas las ciudades alberges para competir con los cristianos, y atraer el respeto de la sociedad. Pero no logró su objetivo porque detrás de estas obras faltaba el amor cristiano que permitía reconocer a cada persona una dignidad única.
Las soluciones a los problemas surgidos por las migraciones masivas tienen que considerar la dignidad humana. Un modelo socio-económico “eficientista”, expulsor de personas, está reñido con la humanidad.