OPINIóN
Celebridad

Porqué logró Einstein atraer multitudes valiéndose de la física y la matemática

Durante su visita al país atrajo multitudes de intelectuales pero también de un público que jamás había pisado una universidad. Qué lo convirtió en un icono cultural del siglo XX. ¿Por qué su fama perdura hoy? Habría que preguntarse qué condiciones hacen hoy célebre a alguien. ¿El mérito y el saber están en esa lista?

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Albert Einstein. | X @AGNArgentina @cordobadeantano

En marzo de 1925, invitado por la UBA y la Asociación Hebraica Argentina, Albert Einsten llegó a Buenos Aires para brindar una serie de conferencias sobre su Teoría de la Relatividad. El evento fue ideado por el ingeniero francés Jorge Duclout, profesor de la Facultad de Ingeniería de la UBA, y contó con el apoyo de Leopoldo Lugones, quien había tenido contacto con el físico alemán en el marco del Comité de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones.

Además de Buenos Aires, el periplo argentino de Einstein incluyó las localidades de Tigre y Ezeiza, y las ciudades de La Plata, Rosario y Córdoba, cuyas universidades lo distinguieron como visitante ilustre. Era agasajado en cada una de las estaciones en las que se detenían los trenes que lo llevaban de un lugar a otro. La asistencia a sus conferencias era multitudinaria.

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Sus auditorios estaban compuestos por intelectuales provenientes de disciplinas muy diversas, pero también por un público sin formación académica que decidía acercarse a escuchar a ese profesor alemán de tono afable que era precedido por una fama difícilmente equiparable. “La visita a la Argentina del hombre más genial de nuestro tiempo (…) constituye un acontecimiento de extraordinaria importancia, y cuanto se diga al respecto no será nunca una exageración”, publicó en marzo de ese año el semanario Mundo Israelita.

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Einstein, quien había publicado en 1916 Fundamentos de la teoría general de la relatividad, y quien había ganado el Premio Nobel de Física en 1921 por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico, era tratado en la Argentina de la década del ’20 como toda una celebridad. Y con el tiempo llegaría a convertirse en uno de los más reconocibles íconos culturales del siglo XX.

En nuestro tiempo, “celebridad” se convierte en sinónimo de “fama” y no está necesariamente vinculada a logros"

Ahora bien, avanzando 100 años en el tiempo y asumiendo las lógicas hegemónicas que orientan nuestros consumos culturales en este siglo XXI, no deja de resultar sorprendente que un científico, más precisamente, un físico alcance el estatus de “celebridad”, por más relevantes que hayan sido sus aportes.

Acompáñeme en este ejercicio mental: componga el ranking más largo que pueda de las “celebridades” que hoy pisan la tierra; hablamos de personas reconocidas, influyentes y que por algún motivo merecen admiración –si no siente ganas de realizar esta tarea, no se haga mayor problema: puede encargársela a una IA–.

Luego cuente en qué lugar de ese ranking aparece el primer científico o el primer intelectual. ¿Tuvo que pasar los primeros 100 puestos? ¿Tuvo que pasar los primeros 200? ¿Acaso más? Todo indica que, en estos tiempos que corren –y muy por el contrario de lo que ocurría a comienzos del siglo pasado–, la categoría de “celebridad” parece reservada a gente que detenta otro tipo de méritos, muy distintos de los que podía mostrar un personaje como Albert Einstein.

Einstein: “Mi ideal político es la democracia. A cada uno se le debe respetar como individuo, pero a nadie se le debe idolatrar"

Que no se asuste el amable lector. Estas líneas no buscan establecer ningún reproche melancólico para con la época que nos toca transitar ni menos aún suscribir la perezosa idea según la cual todo tiempo pasado fue mejor. Antes bien, de lo que se trata es de utilizar aquellos años ’20 como una suerte de espejo en el que reflejar estos años ’20, los nuestros, para luego intentar el juego de las 7 diferencias. En esa clave, una primera pregunta: ¿Qué condiciones deben darse para que una persona se convierta en celebridad?

Allá por 1920, la condición de celebridad era una suerte de agregado que aparecía luego de haber realizo un aporte significativo para la sociedad –aunque, por supuesto, no en todos los casos–, un resultado muchas veces deseado –pero otras, no tanto– que llegaba para quienes habían alcanzado logros destacables en sus ámbitos o disciplinas.

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Aunque aquí la efeméride nos invite a concentrarnos en la figura de Einstein, huelga decir que no sólo los científicos eran célebres en aquella Argentina de comienzos del siglo pasado. También lo eran Carlos Gardel y Julio de Caro, el ya mencionado Leopoldo Lugones y Ezequiel Martínez Estrada, Guillermo Stábile y Luis Ángel Firpo, Marcelo T. de Alvear e Hipólito Yrigoyen.

En nuestro tiempo, “celebridad” se convierte en sinónimo de “fama” y no está necesariamente vinculada a logros. Celebrable es aquel que es famoso, y viceversa, lo que configura una especie de círculo vicioso ciertamente ridículo. Pero hay algo que debería resultar todavía más llamativo: la celebridad ha dejado de ser una instancia que llega como un agregado a un logro, para convertirse en un fin en sí mismo.

Esto nos conduce a una segunda pregunta: ¿qué es exactamente lo que hace una celebridad en tanto celebridad? ¿Para qué utiliza una celebridad su condición de tal?

Einstein se sirvió de la celebridad que le valieron sus aportaciones para divulgar sus revolucionarias ideas en el campo de la física más allá de las fronteras propias de la disciplina, pero también para difundir otro tipo de mensajes vinculados a lo que él creía que la humanidad debía buscar como destino. Su profusa obra está compuesta por textos estrictamente científicos, pero también por ensayos filosóficos que trasuntan un profundo humanismo.

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Si para muestra basta un botón, alcanza con recorrer las breves páginas del ensayo con el que Einstein participó de la compilación Living Philosophies publicada en 1931, de la cual también participaron autores de la talla de Bertrand Russell o John Dewey.

Einstein se sirvió de la celebridad que le valieron sus revolucionarias ideas en la física para difundir otro tipo de mensajes vinculados a lo que él creía que la humanidad debía buscar como destino"

En esa página, el Nobel alemán reivindica la necesidad de cultivar la capacidad de asombro como motor imprescindible de la cultura y del bienestar del ser humano: “La experiencia más hermosa que podemos tener es la misteriosa. Es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos”. En ese mismo texto, Einstein escribe: “Los ideales que siempre han brillado ante mí y me han llenado de alegría de vivir son la bondad, la belleza y la verdad. Lograr un objetivo de comodidad o felicidad nunca me ha atraído. Un sistema de ética construido sobre esta base sólo sería suficiente para un rebaño de ganado”.

Por si esto fuera poco, también reflexiona sobre los vínculos entre celebridad y democracia, arrojando hacia su futuro –nuestro presente– una advertencia que no podría ser más vigente: “Mi ideal político es la democracia. A cada uno se le debe respetar como individuo, pero a nadie se le debe idolatrar. Es una ironía del destino que yo haya recibido tanta admiración y estima innecesarias e inmerecidas. Tal vez esta adulación nace del deseo insatisfecho de la multitud de comprender las pocas ideas que, con mis débiles poderes, he propuesto”.

Releer estos pasajes permite explicitar esta lección postrera que nos deja la obra y figura de Albert Einstein: él había llegado al lugar de celebridad a partir del resultado de su impresionante trabajo como físico. Ser celebridad no había sido su objetivo. Tampoco está claro siquiera que lo deseara. No sentía que tuviera ninguna deuda para con su lugar de célebre. Él no estaba al servicio de la celebridad, por el contrario, se valía de ella para difundir un mensaje. La celebridad no era para él un fin en sí mismo. Era una responsabilidad.


*Profesor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Investigador del Centro de Estudios sobre el Mundo Contemporáneo UNTreF. Prof de “Posthumanismo y Transhumanismo” (Editorial Teseo online)

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