OPINIóN

Política exterior y democracia

Si deseáramos sólo relacionarnos, de manera subordinada, con los Estados Unidos y con Israel; si ignoráramos a nuestros vecinos y abjuráramos de tradiciones multilaterales largamente cultivadas; entonces, no sería necesario el Ministerio de Relaciones Exteriores, y alcanzaría con delegar lo que quede de sus competencias en la Aduana y en Migraciones. Habida cuenta del momentáneo prestigio del que gozan las herramientas motorizadas, no quiero andar repartiendo ideas.

Cancillería
Cancillería | CEDOC

El día 18 de marzo de 2025, La Nación publicó un Editorial referido a la decisión gubernamental de suspender los concursos de ingreso al Instituto del Servicio Exterior de la Nación. No haré ninguna defensa de mi gestión al frente del Ministerio específico, si acaso hubiera algún embate puntual. Cada uno de mis compatriotas tiene el derecho de opinar, y la función realizada en la cartera es el mío. Aludir, no es equivalente a defender.

Coincido con el editorial respecto de que, la estructura funcional de la dependencia fue enriquecida en 1963 debido a la creación del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), obra del ministro Carlos Muñiz, quien además fundó el Consejo Argentino para las Relaciones Exteriores (CARI), una organización moderna para vincular los sectores privado y público con los intereses de la Argentina en el mundo. Comulgo con que la memoria de aquel argentino es acreedora de que le rindamos un homenaje. Por todo ello, estoy en desacuerdo con la afirmación de que es innecesario convocar a un nuevo proceso de ingreso al Instituto, en el contexto del concurso 2025.

Llegué a la Cancillería con la voluntad de usar ideas serias y sustentables, para compartirlas con personas de religiones diferentes, de culturas distintas y creencias dispares que promovieran en conjunto acuerdos intelectuales y éticos; esto es, con un imperativo moral y relacional. Eso definió mi misión y conservo hasta hoy las convicciones. No me gustan ni la discriminación ni los acosos para mis programas y actividades, y me tomé seriamente mi obligación de dar cumplimiento a las leyes.

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Desde ya que es posible que existan quienes nieguen que aquella voluntad haya concretado logros. Por mi parte, yo no negaré que fui Canciller de un gobierno kirchnerista. Parafraseando a Martín Lutero, nada puede quitarme lo que verdaderamente importa, ya que mi fe permanece conmigo. Sí negaré, en cambio, que recibí la complicidad (“doblar junto”, “enredar”) de diplomáticos deshonrosos, o que haya agitado consignas que llevaron a mi país a la bancarrota, o que aventé operaciones calculadamente amañadas.

20250319 Captura de nota de La Nación
Editorial de La Nación

Los gobiernos democráticos tienen el derecho de desarrollar una agenda en materia de política exterior. El funcionamiento diverso, equitativo e inclusivo de los artículos 99 y 75 inciso 22 de la Constitución Nacional así lo establece. El alcance ejecutivo y legislativo de dichas normas les otorga un carácter representativo, es decir, vinculado al voto popular.

Aquella gestión contribuyó a fortalecer la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); a consolidar el MERCOSUR; a defender la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas; y a intercambiar ofertas en las negociaciones con la Unión Europea. También respetó las mejores tradiciones de política multilateral en derechos humanos, género y medio ambiente.

Todas estas acciones pueden, lícitamente, no haber sido de las preferencias de alguien, pero no amaestraron a los funcionarios del Servicio Exterior de la Nación para que adorasen dictaduras, que por lo demás, si son malas de izquierda, no son buenas por ser de derecha. Y que las hubo, las hubo, las hay y las habrá, por más que en una frase nominal, el sustantivo principal es “dictadura”, y "de derecha" es el modificador atributivo, que ofrece muchos sintagmas preposicionales, algunos más actuales que “de izquierda” o “de derecha”.

En política exterior, el texto de La Nación orienta el linaje a Estanislao Zeballos, José Luis Murature, Carlos Saavedra Lamas y Miguel Ángel Zavala Ortiz. Sería injusto o simple si no añadiera a Juan Atilio Bramuglia, Juan Carlos Puig, Dante Caputo y Susana Ruiz Cerutti. Con más menos que más, traté de que tuvieran su lugar en la colina de Ares por su rectitud y autoridad.

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Pienso que los alineamientos inmediatos ni son la rosa de los vientos que todo lo explica ni acatan la ley del Servicio Exterior de la Nación, que en su artículo 20 inciso b) establece como función la de promover los intereses de la República en la comunidad internacional. Es feliz la distinción que establece Juan G. Tokatlian entre los países que “hacen” política exterior, o sea, los que son sujetos pasivos de prioridades ajenas, y los que la “tienen”, defendiendo intereses propios.

Nadie que transite por los pasillos de la cancillería argentina puede soslayar la formación profesional de su capital humano, ingresado por riguroso concurso de oposición y antecedentes. Sostengo que no es abundante en el Estado argentino, con algunas excepciones, como los organismos de control, la Procuración del Tesoro y las FF.AA. En democracia, nunca se ha sometido a los diplomáticos argentinos a procesos sumariales por haber ejecutado una instrucción, es decir, por haber hecho su trabajo. Mi experiencia me dice que ése es un vergel al que cultivar, y la policía ideológica, el maltrato laboral y la ignorancia metodológica son pésimos abonos, orgánicos e inorgánicos.

El director del ISEN bajo mi gestión fue el embajador Horacio Basabe, un inmejorable profesional de carrera. Quien acaba de renunciar a su cargo en dicha institución, el embajador Renato Carlos Sersale di Cerisano, fue mi candidato a titular de nuestra representación en Sudáfrica. El actual Secretario de Comercio y Relaciones Económicas Internacionales, Luis María Kreckler, fue subsecretario del mismo ramo en esos años y ascendió a embajador por mi iniciativa. No es apropiado vincular a ninguno como faltos de otro mundo, salvo el de las redes sociales.

Si deseáramos sólo relacionarnos, de manera subordinada, con los Estados Unidos y con Israel; si ignoráramos a nuestros vecinos y abjuráramos de tradiciones multilaterales largamente cultivadas; entonces, no sería necesario el Ministerio de Relaciones Exteriores, y alcanzaría con delegar lo que quede de sus competencias en la Aduana y en Migraciones. Habida cuenta del momentáneo prestigio del que gozan las herramientas motorizadas, no quiero andar repartiendo ideas. Pero mi oportunidad de darlas ya pasó, y no deseo que el idóneo servicio exterior argentino lo padezca. Ni lo perdonarían el ministro Carlos Muñiz, Estanislao Zeballos o Juan Atilio Bramuglia.