OPINIóN

Perfil de un gobierno imaginario

Puede el Presidente Milei combinar un viaje a Europa con un resultado electoral continental, y puede también relacionar una foto de periodistas en un estadio de fútbol con la crítica al socialismo, para con eso activar una cadena de diálogos críticos a sus víctimas con la sola condición de parecer ser cierto.

Milei
El presidente volvió a referirse a las SAD. | x

Hoy podría describirse la existencia de una nueva especialidad, la de aquellos que se perfeccionan en la no presencia, porque el tiempo de las cosas, de la realidad, y de una experiencia efectiva en el mundo sobre la base de vivencias concretas, son solo peculiaridades de un tiempo ya sin importancia.

Para los analistas del mundo moderno, en especial aquellos que lo intentaban describir en su explosión en el siglo XIX y el XX, el aumento de los procesos de interacción, es decir del contacto masivo entre personas, y sus dificultades agregadas, suponían un interés particular. Ciudades abarrotadas, multitudes de obreros reclamando, grandes mercados de compras, conflictos urbanos de vecinos amontonados, guerras expandidas sobre ciudades, espectáculos deportivos frente a multitudes y campañas políticas masivas para pedir el voto, son solo ejemplos sencillos de los problemas que la sociedad moderna exponía a ser resueltos, al mismo tiempo que fungían como los escenarios crecientes de la vida cotidiana posible. Todo esto, absolutamente todo, ocurría entre personas presentes. Mucho de esto, hoy, ha perdido relevancia.

Con las redes sociales se puede comprender este derrotero sin mayores esfuerzos. Millones de personas en un instante se envían mensajes y críticas, elogios y comentarios, sin necesidad de estar presentes, porque es específicamente esa no presencia aquello que garantiza a esto como una acción con sentido. Bajo estas condiciones, la comunicación puede fluir sin estructura, sin un elemento de interacción basado en cuerpos en un momento “ahí”, sino solo como una comunicación que se encadena en lo dicho y acumulado, para desde allí avanzar. Puede el Presidente Milei combinar un viaje a Europa con un resultado electoral continental, y puede también relacionar una foto de periodistas en un estadio de fútbol con la crítica al socialismo, para con eso activar una cadena de diálogos críticos a sus víctimas con la sola condición de parecer ser cierto. Y, especialmente, puede prescindir de gestionar para solo dedicar tiempo a crear ilusiones encadenadas en redes sociales. Así, la burocracia sería solo el espacio de los antiguos, de los que se dedicarían a la administración para resolver los problemas del mundo real, ese que preocupaba a los gobernantes de otro tiempo.

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Milei no es el único en esta lejanía del universo de lo corpóreo. Cientos de miles de profesionales del mundo corporativo suben historias a Linkedin con imágenes en las que todos sus logros son maravillosos, sus compañeros forman equipos soñados, los cursos en los que participan son realmente transformadores y en donde sus carreras tienen únicamente un destino de éxito increíble, y en la que incluso, otros colegas, pueden participar de esa ilusión dejando comentarios de felicitaciones sobre procesos que desconocen en su totalidad. Las carreras profesionales, muchas de ellas, son ilusiones que solo adquieren un espectro de lugar deseado, en el sueño retroalimentado de las redes. Probablemente las charlas en las máquinas de café o en las cocinas de las oficinas, ofrezcan una panorama menos dulce, pero ya no es tan importante porque el Home Office resuelve esas pruebas problemáticas de consistencia, evitando su producción.

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Si esta actualidad es pensada en términos evolutivos no debería asombrar su consecuencia. El primer paso para que este presente de ausencias sea una actualidad distinguible fue la creación de la imprenta, y una de sus consecuencias, la obligación para fundamentar recursos que permitan indudablemente indicar a algo como verdadero. La presencia en un diálogo de dos personas o más permite aclaraciones, dudas, preguntas o agregados. Pero con la imprenta, la expansión de un texto, más allá de su origen, y al mismo tiempo, la exposición de ese texto a miles o millones de personas, pero sin la presencia de su creador, obligó a consolidar los argumentos para compensar esa no presencia de los cuerpos, y lograr que el texto se explique con fundamentos sólidos. Esa es justamente la verdad, que aunque no sea objetiva, y que hasta permita ser alternada posteriormente, requiere para ese momento concreto, argumentos sólidos.

En el presente, esa obligación argumental y sólida se ha especializado en el ámbito del sistema de la ciencia, pero se ha descompensado en el resto de la producción social. Se puede expandir la comunicación en secuencias de cadenas y en interacciones sin los presentes, pero sin requerimiento alguno de verdad o de argumentos fuertes. Solo se necesita intención de sostener con comunicación, una comunicación previa.

La política y los medios de comunicación se van haciendo especialmente dependientes de esta demanda de procesamiento de temas. Quien comienza una campaña electoral pregunta a su consultor contratado sobre qué temas sería conveniente hablar, al mismo tiempo que los medios de comunicación se especializan en construir sobre asuntos puntuales instancias de repercusión sobre la base de la cantidad de lectores de una nota o sobre los supuestos puntos de rating. En este universo, por más que se la invoque, la verdad no tiene nada para hacer.

De cualquier manera, existe en todo esto una instancia problemática que se vincula a los momentos en que cierta realidad tangible hace su aparición “corpórea”, es decir, como una cosa observable y con capacidad de experiencia, que se expone ante todos como contraria a la acumulación comunicacional previa. En este tiempo presente, la realidad es una molestia que bloquea, y pone en riesgo, la secuencia ilusoria y autorreferencial en que se alimenta el mecanismo de reemplazo de procesos reales. Quien interrumpe esa imaginación cómoda merece la reprimenda, la acción violenta y el odio, como aquel que despierta sorpresivamente a alguien de una siesta señorial. No hay sitio más cómodo que el relax imaginado y especialmente lejano, como diría Norbert Boltz, recordando a Husserl, del “mundo de la vida”. Quien intente interactuar entre presentes o traer algo del mundo real, será atacado violentamente.

Javier Milei
Javier Milei

Milei es el presidente ideal, no de la crisis económica, sino de la personificación insistente en la construcción de secuencias idealizadas de mundos fantásticos. Su rostro es reemplazado por un león en cuadros pintados que él mismo expone, fue un superhéroe con disfraz en una convención de comics como el General Ancap, cantó vestido como Leonardo Favio en televisión abierta, fue Presidente de Argentina por unos pocos días y ahora es líder mundial de la batalla contra el socialismo. Uno de sus ministros, Petri, se viste de militar todas las veces que puede, en algunos casos de aviador, en otros como del cuerpo del ejército, Lila Lemoine es una especialista destacada en personificar figuras de historieta, sus diputados hacen de cuenta que han leído a Alberdi y Bertie Benegas Lynch es una versión simulada de su padre. Las críticas a este entramado imaginario, esas que por momentos osan realizar los economistas, no deben ser explicadas en su carácter cognitivo, basados en datos, sino como la amenaza de un adulto que interrumpe el juego imaginario de un niño.

La sobrecarga y la importancia de las áreas de comunicación en este gobierno se explican en estos mismos escenarios de procedimientos. La administración trabaja, tanto para sostener la tensión que resulta óptima con sus votantes, como para seguir sosteniendo en Milei el espacio de comunicación en que su personaje, y otros nuevos, puedan seguir sus vidas aparentemente reales.

Por suerte para los Presidentes, el café se lo traen los mozos, y la comida no hay que ir a calentarla al microondas. Con esto evitan la molestia disruptiva de escuchar la queja de los ministros, mientras esperan que en la máquina se termine de cargar ese café cortado. Mejor quedarse en la oficina mirando el teléfono, y así poder reenviar los mejores tweets, que realmente están buenísimos.