Una parada militar –o desfile– es una forma de solemnizar una celebración republicana, y la del 9 de Julio dio lugar a comentarios altamente positivos, pero también a algunos injustos cuestionamientos, que siguen relacionando la presencia de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) con la última dictadura militar, evidenciando un desconocimiento de la historia de los últimos cuarenta años. Todo desfile es una muestra de unidad nacional, y el del Día de la Independencia de este año tuvo la austeridad acorde con la situación actual de aguda crisis económica que vive nuestro país.
Recuerdo los dos más importantes desfiles de nuestra historia. El primero, el 9 de julio de 1953, presidido por el presidente Perón, con la presencia del presidente chileno general Carlos Ibáñez del Campo, y la participación de más de 30 mil soldados. El segundo, más imponente aún, el 25 de mayo de 1960 –presidido por Frondizi– con motivo del sesquicentenario de la Revolución de Mayo. Se realizó también en la avenida Del Libertador y contó con importantes delegaciones militares extranjeras. Aviones Vulcan del Reino Unido sobrevolaron el cielo de Buenos Aires, en 1982 lo harían en Malvinas. El 9 de julio de 1989, en la Avenida de Mayo se realizó el primer desfile en el que participaron los Veteranos de Guerra (VGM), el palco de honor estaba en la Casa Rosada y encabezó el acto el presidente Menem, que había asumido el día anterior.
Hoy, la situación es distinta. Vivimos en un contexto internacional complejo, multipolar, explosivo, incierto e impredecible, de las múltiples y concretas amenazas sobre nuestro apetecible vacío geopolítico –joya de materias primas– para satisfacer necesidades económicas, expansionistas o demográficas, y carecemos de un poder militar capaz de imponer una mínima disuasión creíble para enfrentar lo expresado. En 1949, Charles De Gaulle dijo: “Jamás se ha conseguido hacer una política de gran generosidad, si se ha renunciado a ser fuerte”. Algunos políticos ignoran que las FF.AA. no responden solamente a la eventualidad de un conflicto determinado, su existencia radica en tanto y en cuanto existe el Estado, y este tiene conocidos objetivos estratégicos vitales que proteger.
En el presente siglo, paulatinamente, nuestras Fuerzas sufrieron una desatención por demás objetiva. A pesar de ello, desde el advenimiento de la democracia nuestra sociedad las valora por su profesionalidad, vocación de servicio y respeto a las instituciones republicanas. Según Poliarquía, “tienen la imagen más positiva, y más alta, y los Partidos Políticos la más baja” (Clarín, 20 sep. 2023), a pesar de algunos intentos políticos de vulnerar lo expresado por Davenport y Stockdale: “La profesión militar carece de máxima dignidad y jerarquía cuando las decisiones militares se basan en consideraciones puramente políticas e ideológicas” (Ética militar, pág. 17). Recuerdo que en 1954 Perón dijo: “Las FF.AA. no pertenecen a un determinado partido o sector, ni pueden servir de instrumento a la ambición de nadie. Pertenecen a la Patria, que es el lugar común, y a ella se deben por entero”. En 1955, Frondizi manifestó: “Creadas, sostenidas e integradas por el pueblo argentino para la defensa de la soberanía y de la Constitución Nacional, no deben intervenir en política”.
Reitero que cualquier medida de prevención de conflictos debe estar respaldada por una real fuerza disuasiva, acorde con la vocación de paz de nuestro país. Para ello, quienes tienen la responsabilidad política de conducir el Estado deben actuar con sentido predictivo y valorar en su justa medida la misión, el dimensionamiento, la estructura, el despliegue y las capacidades de las FF.AA., para lograr un consensuado y real sistema integrador de defensa nacional.
* Exjefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.
