Cuando Nietzsche se pregunta quién soy se responde: yo soy un campo de batalla. Cuando el Progresismo se pregunta quién soy se responde lo mismo: un campo de batalla. Son partidos, historias, militantes, maneras de hacer las cosas, culturas, estilos, maneras de ver el mundo que, en su conjunto, constituyen ese horizonte común que es el Progresismo.
El yo como campo de batalla tiene dos opciones, o dejarse hegemonizar por una de esas personalidades en disputa, o hacer lo que el Grupo de Puebla está haciendo con su invitación a los progresismos latinoamericanos, que es impedir que una de las voces se totalice, porque sabe que, si eso ocurre, habrá sido, o porque las otras voces fueron derrotadas, o porque se dejaron domesticar. El sentido común no en la hegemonía de una de las voces, sino que en el horizonte que se ve más allá de sus diferencias, que es, sin duda, el de resolver, por fin, la desigualdad y la pobreza en nuestros países. No se puede tomar café mientras los niños mueren de hambre, decía Sartre. Pero también, el de reconstruir nuestras democracias y constituciones. Chile es el último ejemplo.
El progresismo, una víctima de la ‘década ganada’
El Grupo de Puebla invita a los mundos dispares progresistas a juntarse para exceder sus fronteras naturales y sus zonas de confort. Su atrevimiento es el de arrancarse de sus límites propios como si fueran lastres, para entender en los otros el sentido de lo común que une al progresismo. Pero va más allá.
Porque las diferencias no son grietas para el progresismo del grupo de puebla. Ni las que los separan entre ellos, ni las que se supone los separan de los que están en la otra vereda de la política. Las diferencias son en cambio sus fortalezas, porque el Grupo de Puebla quiere hacer política, y hacer política es, sobre todas las cosas, tender puentes.
Y es que, finalmente, como decía Borges, todos los precursores de Kafka se parecen a Kafka, pero ninguno se parece entre sí, y entonces, del nuevo progresismo esperamos que logre hacer de las diferencias potencias. Que ninguno se parezca entre sí, pero todos se parezcan en ese horizonte que es la utopía compartida. El Grupo como un mapa del Progresismo que marca los tantos senderos que, aunque bifurcados, quieren todos llegar a Roma.