Hace unos quince años conduje un programa de radio en el que tuve la suerte de tener una larga conversación con Ernesto Cardenal, el poeta y sacerdote nicaragüense, que justo visitaba la Argentina. En un momento de la plática intercambiamos impresiones acerca de cuál es el más justo de los sistemas de convivencia social. Cardenal expresó algo que me emocionó: “El mejor modelo es la familia”.
Lo que quiso hacer el poeta es brindar una conceptualización ética y no una recomendación desde la tontera de la moralina. Y agregó: “En los núcleos familiares dignos ni a los niños ni a los ancianos se les pide que sean económicamente productivos, porque unos y otros promueven algo que no es del orden asible, palmario y mercantil. Producen ‘ternura’”.
En la tradición judía ninguna muerte es un acto glorioso. Todo fallecimiento es un escándalo religioso. Nadie nunca se habitúa a la muerte. Y sepan que el mayor escándalo religioso se produce cuando hay que enterrar a un niño. Lo digo porque en mi tarea como rabino tuve que hacerlo muchas veces. El entierro de un niño sepulta la ternura y la poca inocencia que puede subsistir en un adulto. Es el acto de mayor sufrimiento existencial.
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Tenemos la necesidad –en este shabat– de reunirnos, creyentes y no creyentes, ante el mayor escándalo existencial: la muerte y el entierro de la inocencia, que paralelamente va de la mano con el hondo cuestionamiento de nuestros ideales. Solo el silencio, la música, y la poesía pueden aproximarse a describir lo que produce el escándalo del quebranto de la inocencia.
Kischinev, Moldavia, Imperio Ruso, 1903. La sangre judía derramada como agua deja de ser una tragedia esporádica, accidental. Un joven periodista llamado Jaim Najman Bialik es enviado por la revista Der Nister a cubrir el acontecimiento. Yoel Stern, director de la publicación, le pide cuatro notas a ser divulgadas de forma inmediata. El joven Bialik, munido de una estilográfica y dos cuadernos, llega al lugar. Toma su lapicera, pero surge en él una voz profética como un cruel trueno ante lo que ve. El poeta no puede callar, ni escribir cuatro notas. Brota un poema sobre la tragedia secular judía.
Levántate y marcha hacia el páramo de la matanza.
Ve a sus plazas y observa con tus propios ojos,
palpa con tus propias manos,
sobre la cal del muro la sangre coagulada,
los sesos endurecidos de las víctimas.
Encamínate hacia las ruinas,
salta por encima de los desechos,
atraviesa las paredes rotas ensanchado vacíos...
Las palabras del profeta sepultan la inocencia.
Es el hombre desgarrado de la ternura.
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Sin olvidar la época de la inquisición, ni la semana trágica, ni la Shoá, ni la bomba a la Amia, un poco más de 100 años separan el 7 de octubre del progromo de Kishinev al que evoca Bialik. La creíamos una referencia ya superada, pero, como insinuaba Simon Dubnow, la historia es cíclica. Solo algunas pocas situaciones cambiaron y unas cuántas continúan igual.
Y este shabat nos reúne en la necesidad de recapturar el tierno valor de la inocencia.
Todos los que estamos aquí reunidos tenemos allá hermanos, parientes, amigos.
El allá no es nunca más allá, sino es acá.
Somos hijos de la generación de un trauma y miembros de una nación que eternamente está siendo arrancada de su inocencia. Después del 7 de octubre ninguna inocencia es la misma, del mismo modo que ningún poema es el mismo poema, o ninguna plegaria es la misma plegaria.
Pido disculpas anticipadas si alguien se siente ofendido (está en todo su derecho de hacerlo), pero este rabino no es tan creyente. Perdonen mi ignorancia, pero no hemos pecado tanto como para tanto desasosiego.
Nos reunimos espontáneamente hoy porque los tiernos niños pelirrojos, así como los viejos, así como las víctimas del “Nova”, así como los miembros de los kibutzim eran todos inocentes. La inocencia duele.
Su único delito fue del orden ontológico. Haber nacido o elegido vivir como judíos en la tierra de Israel. O expresémoslo en términos más prosaicos: el delito de vivir en un kibutz, o de haber ido a escuchar música y bailar.
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Como religioso creo que nuestro papel de fe en la vida no es ser complacientes ni obedientes. Concibo la fe como una energía que nos debe impulsar a hacer del mundo un lugar mejor. Luchar para proteger la vida; y, en última instancia, la apelación espiritual de que la Metáfora Divina se manifieste en la historia y nos ayude a construir un espacio más armónico y menos peligroso. Con eso alcanza.
Desafiar la fe frente a la pérdida de la inocencia no es una blasfemia. Es la máxima prueba de fe. Del mismo modo que otra de las máximas pruebas de fe es vencer al fanatismo y al fundamentalismo.
Tanto desde mi convicción intelectual como de mi fe judía, creo que se puede vivir como judío fuera de Israel, pero no se puede vivir la vida judía sin la existencia del Estado de Israel.
Es difícil entender en su completitud el vínculo invulnerable que une al judío y lo judío con la tierra de Israel.
Aunque suene tautológico, conceptualmente es de un lazo que no puede conceptualizarse, porque trasciende el entendimiento. Es insondable; supera la geografía. Es de una familiaridad tal que trasciende cualquier cronología.

Aunque contradiga la idea bíblica de Caín, el concepto de exilio está vinculado a una interrupción que no es eterna. Porque se asienta en el anhelo de volver, de pretender retornar. Por lo tanto, es temporal, aunque los períodos de la historia sean muy extensos.
El exilio es el preludio a un regreso porque, en definitiva, es un término relacional: uno es exiliado de, y en esta relación siempre se pretende volver.
Y como escribió mi admirado A. B. Yehoshua, “cuando se abandona la significación del exilio, se produce el desapego”. Cuando se abandona la idea de exilio, se abandona la esperanza. Y es la esperanza lo que nos ligó a la tierra y no la tierra a la esperanza. El judío puede “desesperar”, pero no “desesperanzar”. Abandonar el vínculo esperanzador es negar nuestra identidad.
La angustia es una zona vertiginosa de nuestro espíritu. Y soy sionista porque es el movimiento que tiene como objetivo superar la angustia. No es el psicoanálisis. Es el sionismo. Nunca viví al sionismo como un movimiento político. Lo percibo como el retorno a nuestro refugio del desamparo del mundo en el que se asienta la esperanza, no como espera pasiva, sino como acción comprometida.
Ser consciente de perder la inocencia es un modo de recuperarla. Y se la redime estando juntos. Porque necesitamos consuelo de unos con otros. Recordando a quienes no están con vida –benditos sean sus nombres– y exigiendo el retorno de los secuestrados, busco en esa metáfora divina el consuelo y la misericordia en las palabras ancestrales, sabiendo que la respuesta adecuada a la muerte siempre es la vida.
*Extractos de las palabras pronunciadas por el rabino Goldman el 21.2.2025, en el Shabat de Memoria y Consuelo organizado por Tzavta Usina Cultural.