OPINIóN
Poder obsoleto

Ni primeros ni últimos, simplemente iguales

El debate que provocó la presencia de asesores de Fabiola Yáñez en su cumpleaños de 2020, en Olivos, en pleno aislamiento obligatorio, permite reflexionar sobre la institución de las primeras damas.

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Ingresos. Varios colaboradores de Fabiola Yáñez asistieron a la residencia en pleno ASPO. | cedoc

Las recientes revelaciones sobre el listado de ingresos a la Residencia Presidencial de Olivos en medio de la “fase 1” del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, en 2020, resultado del imprescindible ejercicio del derecho de acceso a la información pública, que nos permite saber más allá de los que nos quieren contar, pusieron el foco en la institución de la Primera Dama y los recursos que insume el desempeño de su tarea. Ello, a partir de la presencia de asesores de Fabiola Yáñez durante la noche de su cumpleaños y, unos meses antes, en el de su pareja el Presidente Alberto Fernández.

Protocolo. La figura de la Primera Dama o del Primer Caballero (rol ejercido en la Argentina por Néstor Kirchner) que incluso puede ser desempeñada por familiares directos (hijos, sobrinos, etc.), es de índole meramente protocolar, pensada como un complemento en la construcción de la imagen presidencial, pero sin funciones escritas ni responsabilidades concretas. Ni la Constitución Nacional, ni ninguna otra ley, otorgan al “partner” del presidente ese estatus. En las pocas regulaciones en que se la menciona (Decreto 640/2002: Acciones de la Dirección General de Ceremonial y Decreto 648/2004; y Objetivos de la Secretaria General y Acciones del Secretario Adjunto, ambos de la Presidencia de la Nación) las contadas alusiones a la “Primera Dama”, a la “Esposa del Señor Presidente de la Nación” o a la “Esposa del Primer Magistrado” han quedado anticuadas y deberían transformarse a términos más inclusivos como “acompañantes” o “parejas” del Jefe de Estado.

Esa construcción, cuyos primeros antecedentes se remontan a la democracia norteamericana de finales del siglo XIX y que se expandiera con fuerza en América Latina a partir de 1930, recoge cierta reminiscencia del ideal de la pareja real, teniendo en cuenta que, si bien la mayoría de nuestros países adoptaron formas republicanas de gobierno, fueron durante siglos colonias de países monárquicos; y, al mismo tiempo, influencias conservadoras y religiosas destinadas a exhibir las virtudes de una familia perfecta. Sin embargo, y en pleno siglo XXI, con el creciente protagonismo de las mujeres en la vida pública y la evolución de las democracias, resulta ser una institución envejecida, patriarcal, discordante y carente de sentido.

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Argentina. En nuestro país, las “primeras damas” han tenido una variada presencia, siendo el caso de Eva Perón el más emblemático y rupturista al adquirir dimensión histórica propia y plasmar con sus acciones y palabras que prefería ser recordada como “Evita”, y no como la “esposa del presidente”. Otras, ni siquiera son recordadas.

Las más de las veces, volcaron sus acciones a la ayuda social y a la caridad, teniendo como destinatarios a los sectores más postergados de la sociedad. En algunos casos, actuaron como herederas políticas confiables de sus esposos. Han sido insumo de cierta prensa del espectáculo con los llamados “duelos de estilo” (vale recordar el de Juliana Awada con la Reina Leticia en la visita del ex Presidente Mauricio Macri a España en 2019) y también objeto de ataques de franjas más conservadoras de la oposición cuando fueron la expresión de gobiernos populares. Pero mayoritariamente -y como denominador común- han estado al servicio de ciertas formas de asistencialismo, las campañas electorales, y han sido funcionales a las necesidades de la política y del poder.

Instituciones. En materia de calidad institucional, es dable preguntarse cuánto de transparente tiene el ejercicio de esa función sui generis que no proviene de un cargo electivo ni de una designación formal, sin normas específicas que lo regulen, sin la afectación de recursos directos que puedan fiscalizarse y sin obligaciones precisas.

Muchos dirán que sería aconsejable su regulación. Pero cabe recordar el caso del Presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien, en 2017 tras acceder a su cargo, postuló la idea de crear un “estatuto oficial para la Primera Dama” a fin de darle entidad y transparencia al ejercicio de ese rol. Sin embargo, su plan causó un gran revuelo y la reacción airada de la sociedad francesa que no estaba dispuesta a avalar más recursos ni estructuras, ni consentir modificaciones por decreto para crear un título oficial.

Una pregunta es inquietante: ¿Es acaso la aceptación del rol de Primera Dama/Primer Caballero/Pareja del Jefe de Estado, la primitiva muestra de un nepotismo inaceptable que luego se extiende casi con naturalidad a otras áreas de gobierno y a otros funcionarios?

Al que le tocare ejercer ese rol, tiene la potestad de aceptarlo o rechazarlo. Pero si decidiese ejercitarlo se convierte en funcionaria/o público (aun si salario), al utilizar recursos del Estado en viajes, asesores, prensa, eventos, imagen, etc. Quien se vuelve una figura pública por su propia elección, debe tolerar que los reflectores del interés público posen sobre sí.

Obsolescencia. Es notorio entonces el tinte asistencialista y conservador ejercido en sus tareas por la actual Primera Dama, en contradicción con las acciones del gobierno que encabeza Alberto Fernández liderando las temáticas de género, inclusión, diversidad e igualdad y que han llevado a la Argentina a un lugar de avanzada en el reconocimiento de los derechos de buena parte de la agenda feminista.

Quizás, sea tiempo de renunciar a ciertas formas obsoletas del poder y potenciar la ejemplaridad, combatir toda suerte de nepotismo, y acentuar la transparencia -y la eficiencia- en el uso de los escasos recursos del Estado. Valen como ejemplos, el caso de Beatriz Gutiérrez Müller -esposa del Presidente de México Manuel López Obrador-, quien desistió del rol de “Primera Dama” señalando que había que “poner fin a esa idea” y que “no hay mujeres de primera ni de segunda”; o el caso de Joachim Sauer, esposo de la Canciller Alemana Ángela Merkel, quien decidió mantener su bajo perfil y dedicarse a su labor académica dando clases de fisicoquímica. Ni primeros ni últimos, simplemente iguales.

*Director del Observatorio de Calidad Institucional de la Universidad Austral.