"Mi culpa es demasiado grande para poder soportarla.
… de tu presencia me esconderé; y seré fugitivo y vagabundo en la tierra…” Caín en GénesisIV,13-14
Luego de más de quince meses de implacable ofensiva en la Franja de Gaza, que según el relevamiento de la prestigiosa The Lancet provocó un saldo de 70.000 muertos (con mayoría de ancianos, mujeres y niños), el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu (alias “Bibi”), firmó el 19 de enero de 2025 un alto el fuego con su diezmada contraparte de Hamas, el grupo islamista que con el apoyo del propio partido de Netanyahu había tomado el poder en el enclave dos décadas antes. Se trata sin dudas de un paso alentador, pero la continuidad de la tregua es incierta, y la magnitud de la tragedia obliga a meditar sobre lo sucedido y lo por venir.
“La decisión fue tomada por un fiscal corrupto que intentaba salvar el pellejo… y por jueces parciales motivados por el odio antisemita hacia Israel”, afirmó “Bibi” el 21 de noviembre pasado, como respuesta a la orden de captura por crímenes de guerra dictada ese día por la CPI (Corte Penal Internacional) contra él y su ex ministro de defensa, Yoav Gallant, en relación con la masacre perpetrada en Gaza.
Ya en enero del mismo año la CIJ (Corte Internacional de Justicia) había dictaminado la necesidad de investigar si Israel estaba cometiendo un genocidio, y mereció igual respuesta por parte del gobierno extremista. La demanda -promovida por Sudáfrica- se basó en la Convención sobre el Delito de Genocidio sancionada en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Israel dijo que aquello era “un asco”, y trató al país africano -que superó el apartheid bajo el liderazgo de Nelson Mandela, su primer presidente negro, y buscó sanar sus heridas creando una Comisión de la Verdad y la Reconciliación- de ser “sostén del terrorismo”.
Netanyahu denigró una y otra vez a la ONU, es decir al organismo creador del Estado judío en 1947, procurando expulsar de la Franja a su Agencia de refugiados, y declarando “persona no grata” a su Secretario General. En esta especie de locura contra todo el orden jurídico mundial, el líder derechista llegó a comparar la sentencia de la CPI con la persecución antijudía que sufriera en la Francia de fines del siglo XIX el célebre capitán Dreyfus, sin reparar en el hecho de que son los herederos de los fascistas franceses que acosaron a aquel pobre capitán quienes hoy -encabezados por Le Pen- dieron apoyo entusiasta a las matanzas en Gaza.
El pueblo hebreo ha sido esencialmente diaspórico: su origen como tal no se dio en la “Tierra Prometida” sino entre el Egipto faraónico y las rocas del Sinaí. La Ley otorgada en el desierto a Moisés devino en la Torá y en los demás libros que fueron la verdadera “patria” del judaísmo.
Al analizar la parte del Éxodo donde Moisés recibe los Mandamientos, comenta Diana Sperling que toda la Torá gira en torno a un imperativo esencial: el de “no te apropiarás” (ni del poder absoluto, ni de la tierra que te es concedida, ni de tus hijos, ni de la vida de los otros).
Derivada de estos y muchos otros trazos del relato bíblico y de la tradición milenaria, la idea de que el alma de lo judío tiene mucho más que ver con la lectura, con el estudio y con la Ley que con la apropiación de tierras por la fuerza de las armas, convirtió al sionismo en un proyecto polémico, que fue objeto de intensas discusiones en las comunidades hebreas de la diáspora.
Muchas personalidades judías del último siglo como Martin Buber, Albert Einstein, León Rozitchner o Yacov Rabkin han dicho que la creciente militarización del proceso sionista (agravada con la ocupación ilegal de los territorios palestinos en 1967) acarrearía graves consecuencias para el conjunto de los hebreos del mundo. E incluso grupos de judíos ultrarreligiosos llegaron a condenar como “herética” y contraria a la Torá la mismísima proclamación del Estado de Israel. Sin embargo, todo este rico debate es asombrosamente soslayado por gran cantidad de intelectuales del judaísmo contemporáneo que apoyan sin matices no solo al Estado de Israel, sino la colonización ilegal de los territorios palestinos y la matanza indiscriminada cometida por las Fuerzas de Defensa de Israel desde el horrendo atentado de octubre de 2023.
Ahora bien, el ataque de Hamas se inscribe a su vez en otra historia, iniciada cuando la sombra de Netanyahu comenzó a dominar el escenario israelí en 1995. Basta visitar la magnífica exposición del Rabin Center en la Universidad de Tel Aviv para constatar que “Bibi” (entonces líder opositor) fue instigador fundamental del asesinato de su antecesor Yitzhak Rabin. Un crimen que, cometido en aquel año, otorgó a Netanyahu y a su círculo el control político durante las siguientes tres décadas.
Adam Raz, historiador del Instituto Akevot de Tel Aviv, afirma que desde entonces “Israel es la tierra de Bibi”, y que éste trató de alejar del campo de lo posible aquella paz cuyos cimientos estableciera Rabin junto a su ex enemigo Yasser Arafat. Netanyahu no solo profundizó en estos treinta años la colonización violenta e ilegal de las tierras palestinas, no solo humilló a los árabes -dice Raz- excavando túneles en la zona de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, sino que operó para fortalecer a Hamas y debilitar a los palestinos moderados. En su afán por eternizar el estado de guerra, ha llegado al abominable extremo de organizar -según también declara este investigador, con información confirmada por exministros israelíes como el laborista Ehud Barak y el ultraderechista Avgidor Lieberman- “cada mes, desde el verano de 2018 hasta octubre de 2023”, la entrega de “maletas”con “millones de dólares en efectivo” a través del cruce de Rafah.
La Declaración Balfour fue el comienzo del conflicto palestino-israelí
Estos dólares provenían de Qatar y su destino era sostener a la organización islamista en Gaza. Recuerda Raz que luego de los ataques del 7 de octubre se produjo, con la aprobación de la mayoría de la sociedad israelí, “una masacre, un genocidio, un crimen contra la humanidad” y que “este crimen ayudó a Netanyahu a eliminar la oposición interna” convirtiendo “al público israelí en cómplice del crimen”.
Analiza Santiago Kovadloff en El enigma del sufrimiento que la culpa insoportable que atormenta a Caín (ver el epígrafe que encabeza estas líneas) tiene su origen antes del asesinato de su hermano, cuando el primer criminal bíblico rechaza la oportunidad otorgada por el Eterno para enmendarse de su extravío inicial: no haber dado -a diferencia de Abel- lo mejor de sí en el momento de entregar su ofrenda. En lugar de retractarse, Caín decide eliminar a quien sí había hecho lo correcto. Este punto nos lleva a una reflexión final sobre el problema del arrepentimiento, del perdón y de la búsqueda de la verdad.
No parece casual que haya sido precisamente Sudáfrica la que presentó ante la CIJ una denuncia por genocidio contra el actual gobierno de Israel. La ya citada Comisión de la Verdad fue creada a partir de la Ley por la Unidad Nacional y la Reconciliación promulgada por Mandela en 1995, el mismo año en que las balas alentadas por Netanyahu acabaron con la vida de Rabin.
La Comisión promovió que tanto víctimas como victimarios contaran su versión de los hechos, en el marco del lema de quien fue puesto a cargo del proceso, Desmond Tutu, primer obispo negro del país: “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesiones no puede haber perdón.”
Ante los tribunales presididos por el obispo las víctimas expresaron sus dolorosas historias y tuvieron la posibilidad, luego de escuchar las confesiones de los criminales, de perdonarlos o no, pero en todos los casos la oportunidad de conocer la verdad salió a la luz y dio sus frutos.
Por su historia y por su presente, Medio Oriente es sin duda uno de los “ombligos del mundo”. Y el mundo demanda que la verdad y la paz advengan de una vez por todas en Medio Oriente. El conflicto entre Israel y Palestina ya tuvo un Nelson Mandela de dos cabezas: las de Yitzhak Rabin y Yasser Arafat. Es necesario y urgente volver a los precarios pero imprescindibles pasos que ellos dieron tres décadas atrás, para hacer realidad lo que debió haber sido y no fue cuando hace casi ochenta años la comunidad de las naciones, representada en la ONU, decretó la Partición de Palestina: dos Estados para dos Pueblos.