OPINIóN
Liderazgo hiperpersonalista

Javier Milei desobedece a Carlos Bilardo

A pesar de su declarada admiración por el "Narigón", el presidente incurre en errores impropios de la filosofía bilardista, como desatender la estrategia a largo plazo o la imprudencia en la exposición pública. El episodio con Libra evidenció un estilo de gobierno basado en la impulsividad.

milei bilardo
Otra vez, Milei demostró su pensamiento bilardista en el año electoral en Argentina | NA

Javier Milei se define a sí mismo como bilardista. En varias entrevistas ha expresado su admiración por Carlos Salvador Bilardo, el técnico obsesivo y meticuloso que llevó a la Selección Argentina a la gloria en 1986. Bilardo creía en el control absoluto, en la planificación extrema y en la premisa de que "lo único que importa es ganar". Sin embargo, hay una lección que Milei aún no ha aprendido del Doctor: la importancia de la estrategia a largo plazo y la prudencia en la exposición pública.

Bilardo era tan detallista que hasta en las fotos tomaba recaudos. Siempre con las manos hacia adelante y juntas, sin abrazar a nadie. Lo aprendió de los narcotraficantes colombianos con los que tuvo contacto en su paso por el fútbol de Medellín. La razón era simple: evitar que su imagen fuera manipulada para asociarlo con alguien con quien no quería ser relacionado. Milei, en cambio, parece haber desestimado esa enseñanza. Se saca fotos con quien se le cruce, habla sin filtros, sin medir consecuencias y sin proteger su imagen, lo que ya le ha traído serios problemas a nivel nacional e internacional.

Desde que asumió la presidencia, Milei ha mantenido una centralidad absoluta en la política argentina. Su estilo disruptivo, su manejo unipersonal del poder y su apuesta por el veto y los decretos de necesidad y urgencia (DNU) lo han convertido en un caso atípico en la historia del país. Pero el problema de gobernar solo es que, cuando se cometen errores, no hay nadie que los contenga.

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Su liderazgo hiperpersonalista le ha permitido avanzar en materia económica y posicionarse a nivel internacional, pero también lo ha puesto en el centro de la escena por motivos que no siempre son positivos. Su sobreactuación, su lenguaje agresivo y su uso de las redes sociales como campo de batalla lo exponen innecesariamente.

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Los líderes pueden construir su reputación por muchas razones. En el caso de Milei, el peligro es que su imagen termine definiéndose más por los escándalos y el ruido mediático que por sus logros de gestión. El episodio con Libra es una prueba de ello: un error grave, imprevisto incluso para sus críticos, que dejó en evidencia las consecuencias de un estilo de gobierno basado en la impulsividad. Cuando un presidente gobierna sin filtro, sin consultar a su equipo y sin calcular el impacto de sus palabras, el margen de error se incrementa exponencialmente.

Barack Obama, al asumir la presidencia de Estados Unidos, recibió una indicación clave: debía entregar su teléfono personal. No podía seguir manejando sus redes sociales ni comunicándose sin la supervisión de expertos en seguridad. No se trataba de censura, sino de responsabilidad institucional. Milei, en cambio, sigue gobernando con un celular en la mano, lanzando mensajes que pueden desatar crisis diplomáticas o financieras en cuestión de segundos.

El problema de un liderazgo unipersonal es que, cuando se empieza a cometer errores, no hay nadie más a quien culpar. Si Milei realmente quiere seguir el modelo Bilardo, debería seguir sus consejos ,el control absoluto no es solo una cuestión de poder, sino de estrategia.

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El bilardismo no se trataba solo de ganar, ganar ,ganar a cualquier costo, sino de pensar cada detalle, cada palabra, cada movimiento, para evitar que una foto —o un tuit— termine volviéndose en contra del propio equipo.

Javier Milei ha construido su gobierno sobre una base inusual en la política argentina: él es el único símbolo, el único vocero y el único sostén del proyecto. No hay una estructura de poder detrás consolidada , no hay una fuerza política estructurada y ¨thinks tank¨ que puedan tomar la posta en caso de que el líder no esté. El mileísmo es Milei. Y sin Milei, no hay mileísmo.

La historia argentina está llena de líderes que se creyeron imprescindibles. Algunos lograron dejar estructuras sólidas que trascendieron su figura; otros vieron cómo sus proyectos se desmoronaban en cuanto desaparecían de la escena.

Por eso es vital que Milei cuide su reputación, que, como una escultura de barro, es frágil, moldeable y requiere paciencia, precisión y constancia para darle forma. Un solo golpe puede dañarla de manera irreversible.

La confianza es difícil de ganar, pero fácil de perder. Los grandes estrategas entienden esto y actúan con cautela. No se trata solo de lo que hacen, sino también de cómo lo comunican, cómo lo percibe la gente y cómo protegen su imagen. Quienes descuidan su reputación o creen que pueden reconstruirla fácilmente suelen descubrir que, una vez que el barro se seca y se rompe, volver a moldearlo es casi imposible sin que queden grietas visibles.

Cuidar la reputación es un ejercicio de coherencia que Milei no puede darse el lujo de descuidar. Porque en un gobierno donde todo depende de una sola persona, el margen de error es mínimo, pero las consecuencias pueden ser catastróficas.