En las discusiones que suscitan el complejo tema de la maternidad subrogada o alquiler de vientres uno de los principales asuntos controvertidos ha sido aquel que se vincula con la autonomía de la mujer gestante.
La ética kantiana cimienta su postulado en que la moralidad de las acciones no se basa en sus consecuencias sino, por el contrario, en si cumplen con el deber moral; por ende, las acciones son moralmente correctas si se rigen por principios que puedan ser universalizados.
Desde esta perspectiva, que parte de una posición clara respecto a que todo ser humano debe ser tratado como un fin en sí mismo y nunca como un medio para alcanzar los fines de otro, la importancia de la autonomía y dignidad de las personas cobra un sentido riguroso.
Así las cosas, es dable enfatizar que en la práctica de la maternidad subrogada se observa una violación a este principio pues la mujer que presta su cuerpo para ello se encuentra siendo utilizada como un medio para cumplir el propósito y el deseo de terceras personas.
Aceptar esta acción viola el imperativo categórico, ya que se observa una cosificación de las mujeres y una posibilidad cierta de explotación de ellas debido a que en la gran mayoría de los casos, las gestantes acceden a las prácticas por razones socioeconómicas, facilitando así que sus decisiones se encuentren viciadas por un estado de necesidad.
De esa manera, utilizando a personas vulnerables se estaría logrando una comercialización no sólo del cuerpo de la mujer sino también de la persona por nacer, volviendo esa acción moralmente reprochable, independientemente de la intención del sujeto.
Hay, entonces, una afectación al valor intrínseco de la dignidad humana en tanto se configura una dominación total y absoluta sobre el cuerpo y la vida de la mujer gestante por parte de aquellos que recurren a éstas vías para satisfacer su deseo personal de ser padres.
Utilizando a personas vulnerables se estaría logrando una comercialización no sólo del cuerpo de la mujer sino también de la persona por nacer"
Sin hesitación puede decirse que hay una posición de esclavitud durante el tiempo de embarazo donde quien tiene el poder puede establecer un control sobre la vida diaria de esta mujer. Pero al mismo tiempo, también hay una afectación a la dignidad de la persona por nacer, ¿qué diferencias habría entre el pago por la entrega de ese bebe y el pago que se hacía en la antigüedad por la compraventa de esclavos?
Si la ética kantiana se basa en principios universales que puedan ser de aplicación igualitariamente a todas las personas, no podría convalidarse entonces actuar de una manera en la que pueda ser moralmente correcto considerar algunas de ellas simplemente como medios para lograr un fin externo.
Ahora bien, no podemos obviar que existen posturas que confrontan estas circunstancias, en particular relacionadas con la autonomía de la voluntad de la gestante para así ayudar y beneficiar a otras personas en la satisfacción de sus deseos y en la beneficencia o felicidad que ello puede generar.
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En ese aspecto, se argumenta que las mujeres han de tener la libertad y el derecho de poder decidir sobre su cuerpo y su capacidad reproductiva y, por ende, que si ellas deciden o se ofrecen a gestar para ayudar a otro a que pueda cumplir con el deseo de tener un hijo, es moralmente aceptable.
Incluso, independientemente de si el fin es altruista o por la conveniencia de algún beneficio propio, puesto que en ambos casos no solo corrobora la aplicación del principio de autonomía sino que además se logra mayor beneficencia a la mayor cantidad de personas posibles.
Aunque podamos llegar a aceptar la factibilidad que esta práctica pueda generar una mayor beneficencia y felicidad a un grupo importante de personas que se vean frustradas en su posibilidad de procrear, la misma no permite justificar éticamente la subrogación de vientre si ha interferido en su motivación alguna incentivación, motivación o compromiso particular que ponga en duda el valor moral de la actuación de las partes.
La voluntad fácilmente puede ser motivada ya sea desde su inicio o durante el proceso y ante eso, cuando el deber se transforma en deseo, se pierde el valor moral absoluto. Por ende, si hubiera que analizar cada caso concreto para poder dilucidar si se obró conforme el deber o conforme el deseo sería imposible cumplir con la formulación de un imperativo categórico kantiano y por tanto inviable justificar éticamente esta práctica.