OPINIóN
Análisis

Profetas de la decepción: el elitismo peronista y Milei como líder de un movimiento nacional y popular

La sintonía de una nueva teología política. Mientras la política de mayorías se vuelve más religiosa y mesiánica, el futuro de la soberanía política se vuelve más corporativa y feudal.

Rainer Ehrt - Mozart con la flauta mágica - 2005
Rainer Ehrt - Mozart con la flauta mágica - 2005. | Cedoc

"La religión es la poesía del pueblo, no importa cuán mala sea, y no es el opio. Cada vez más el pueblo simplemente no vota por su propio interés económico. Estamos en un camino que nos aleja de la democracia. Vamos hacia la plutocracia, la oligarquía y la teocracia porque las mayorías viven una realidad completamente separada y diferente de aquellos que pueden estar leyendo este texto”. Harold Bloom, Sobre Walt Whitman, 2011.

1. El elitismo del sistema político oligárquico frente a la razón mesiánica y popular.

Dado que los responsables políticos y económicos de la situación que vivimos no hicieron ni un efímero diagnóstico ni una superficial autocrítica de las acciones que llevaron a las encrucijadas vitales que sufriremos, es que este momento único tiene todo para profundizarse de una forma que será abierta y misteriosa. Ese misterio será intenso e invitará a un acto de fe, de revelación, como forma de esperanza trascendente, o uno de rechazo, de negación, como forma de autodefensa existencial.

El elitismo de la clase política se hace evidente cuando no reconoce a la sociedad que construyó en estas cuatro décadas. Sus reacciones al malestar de la sociedad con el sistema político siguen siendo profundamente soberbias, clasistas y distantes. No debe extrañar el elitismo de la elite (sic), pero no deja de sorprender la carencia de instintos de preservación y responsabilidad ante las tempestades políticas que se cosechan después de cultivar su abandono institucional. ¿Quién tendrá más sintonía y sensibilidad con las mayorías en un proceso de deterioro social inédito? ¿Quién conectará con la sociedad entrando en nuevos estadios de desesperación y con las juventudes que intuyen que sus padres las/os entregaron a un futuro de desintegración y violencia?

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En una economía en contracción sistémica todas las fuerzas políticas se vuelven manosantas. Quieren curar con la palabra la fractura social y la desconfianza colectiva. En ese nuevo mercado de religiosidades, entre falsos mesías, coach ontológicos e influencers del deterioro cognitivo, será difícil derrotar a los profetas de la decepción democrática.

El peronismo y el antiperonismo clásicos siguen perplejos por la sintonía social que tiene Milei. No saben cómo reaccionar al cambio de hegemonía -circunstancial o inicial de algo nuevo, ya veremos-, no entienden cómo hacerse cargo de lo que la sociedad les gritó al expulsarlos y -más peligroso- no pueden dejar de alimentar ese movimiento con sus indignaciones bobas, imposturas de la virtud y sus falsas promesas de multiplicaciones de panes.

Adiós a los derechos: donde había una necesidad, hay un resentimiento; donde hubo un derecho, habrá una necesidad

Una fracción importante de un electorado policlasista no votó el “Evangelio según San Mateo” sino el "Libro de Job". Reconocen y saben cosas que la clase política todavía niega. Las mayorías -y dentro de ellas, las juventudes sensibles- intuyen que el futuro es oscuro y votan en consecuencia, buscando elegir cómo encararlo, controlar cómo llegan a la tormenta perfecta. Se quieren salvar del apocalipsis, acelerándolo, saltando la introducción. Tienen las señales, saben que los traicionaron y esa desconfianza es su brújula.

Veremos el resultado de la miopía e irresponsabilidad generacional de una clase política que podemos simbolizar en el Pacto de Olivos (1993) y los errores de la reforma constitucional de 1994. La clase política que no resolvió el endeudamiento externo imposible, que no dio respuesta ni mejoró ninguna de las tres disfuncionalidades estructurales de la Argentina: la matriz productiva, el modelo de acumulación y el sistema político.

Del choque de esa generación de la democracia que le robó el futuro a la próxima, a sus hijos, sin proyecto ni diagnóstico, creyendo sus propias mentiras legitimantes y una nueva generación decepcionada por la democracia, que fue fragilizada con falsas promesas de más derechos en una economía en restricción sistémica, todo esto producirá el eclipse autoritario que puede traer una nueva religión de la política. O quizás una nueva religión que celebre el eclipse. Sea como sea: de aquellos lodos, estos Golems.

La teología política negativa se define por lo que rechaza. “No quiero saber nada con la casta”, “quiero algo nuevo”, y por ende su esperanza está en la pura negación de lo conocido, de los dioses fracasados de la democracia. De los que hicieron negocios con el catecismo laico de la democracia que ahora se está transformando en teocracia, teodemocracia. Dios existe por y para los que sufren. A más sufrimiento, más religión.

En la última campaña electoral, la clase política quiso seducir con recursos, consumo, con más de lo mismo, a sus votantes mientras lo que votaron las mayorías fue una forma de teología política. Se votó a una fuerza que prometía un ajuste cuyos resultados se ven en el más allá, que anunciaba dolor y sacrificio terrenal a cambio de una conquista celestial, en otro plano del tiempo y espacio. Ese salto al vacío es muchas cosas pero sobre todo es la negación de un pasado. “No quiero esto y por ende estoy dispuesto a saltar a lo nuevo”. La clase política ofrecía más de lo mismo con una canción gastada. Pura desorientación con un perfume más liberal y promercado.

En los funerales de la República sus hijos se reparten el patrimonio: ¿cuánta democracia permiten las políticas de la supervivencia?

Así, ese elitismo insensible e insulso “de la casta” profundiza su distancia con las mayorías que viven un malestar material sin igual pero también que parecen desarrollar una nueva fe política, una guerra santa a la “política”. A ambos lados del abismo hay brutales superegos y traumas que no dialogan. Los políticos tradicionales se ríen y siguen subestimando al fenómeno social que los derrotó y los puso en el margen. No sabemos si la fe de las mayorías es coyuntural o si será sostenida en el largo plazo. Estamos en tiempos de misterio, locura y misticismo, entre alquimistas, brujos y mesiánicos.

A pesar de todo, la clase política sigue siendo, todo parece indicar, la principal responsable de ese malestar para las mayorías que están en sintonía mesiánica. Las mayorías en esa sintonía piensan, sienten y actúan diferente. Tienen sus decepciones históricas como alimento y además hay un lenguaje psicológico de grupo, un lunfardo del populismo anticasta, un plebeyismo antipolítico.

La razón mesiánica puede ser una reacción a la razón democrática decepcionada después de 40 años de promesas incumplidas. La democracia derrotada abrió una transición política hacia una forma de teología política que promete detener la decadencia histórica con un salto cualitativo. La razón mesiánica es también una nueva sensibilidad, un sentir que desarrolla nuevas intuiciones populares. Es una revelación. El salto puede ser cualitativo pero no sabemos hacia dónde y hacia qué será. Sabemos que será decadente y empobrecedor pero no sabemos cómo será resignificado por el propio mesianismo político.

Los presidentes suelen autoderrotarse. Las últimas elecciones del 2015, 2019 y 2023 dan diferentes ejemplos del mismo proceso. El peor enemigo de Milei es Milei, sus manifiestos impulsos autodestructivos y los de su entorno. Todavía no sabemos si será el líder de un movimiento nacional y popular. Lo necesita para consolidar un gobierno que no se debilite en legislativas y pierda la próxima presidencial. Sin red de contención la salida pacífica de un proceso de transformaciones que parecen revolucionarias como el que se inició puede tener varias amenazas.

Sin un movimiento político amplio y un proyecto de cambio institucional, el Gobierno de Milei será pasajero aunque resulte exitoso en sus medidas de corto plazo -en parte ya lo es-, en su transformación social, institucional y en la destrucción del Estado desde el mismo Estado. Milei está haciendo una reforma “de hecho” en las prácticas del sistema político a nivel federal pero resulta todavía difícil entender la profundidad y perdurabilidad de su conexión con lo nacional y popular.

2. La ética mesiánica y el espíritu del anarcocapitalismo

Al pueblo se le pide estoicismo popular y esperanza sacrificial para tiempos donde para ella “no hay plata”. A las corporaciones se les otorga voluntad de poder desnuda para el saqueo acelerado de los recursos de una sociedad abandonada.

La razón mesiánica parece afirmar: “Te vas a salvar si vencés tu miedo, si la ves y saltás al vacío para salvarte”. A las mayorías se les pide una revelación mística o un estoicismo popular que promete el fin de la decadencia pero dará pobreza, nuevos resentimientos y traumas potenciados. O sea, más decadencia salvaje y posiblemente violenta. En ese ciclo se consolida la fuente de un nuevo movimiento social que crece a base de nuevas decepciones y cada vez más extremas esperanzas dialogando. Los profetas del resentimiento irracional se multiplicarán por derecha y por izquierda.

A las corporaciones se le concede la voluntad poder a través de estudios jurídicos que traducen los intereses de los nuevos señores feudales al lenguaje que antes traducían los operadores judiciales orgánicos del peronismo y radicalismo. Hoy esos operadores son operadores orgánicos de las corporaciones, no de los partidos políticos. Ese desplazamiento no es menor e implica un debilitamiento considerable y simultáneo del Estado y de la política democrática. De las formas hipócritas se pasa a acciones cínicas. Antes los partidos tenían “ocultos” operadores y asesores para tamizar intereses corporativos y traducirlos sin romper la ilusión de la democracia y la república (sic) pero sí debilitando materialmente lo público y el patrimonio generacional.

La ética mesiánica del sacrificio es la base del actual espíritu social del anarcocapitalismo. Quizás más anarco-feudalismo o anarco-extractivismo para las miradas corporativas que con ayuda de esos operadores afines históricamente al peronismo y al radicalismo extraerán recursos en provincias dejando literalmente “zonas de sacrificios”.

La performatividad del mal: el diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico

El capitalismo falleció y quedó en Estado zombie hace varias décadas en el mundo. En un país que cada diez años (1975, 1981, 1991, 2001, 2024) se habilitan Estados de excepción para que las corporaciones financieras y bancos expropien la propiedad privada de las clases medias y populares es difícilmente un sistema al que podamos llamar capitalista. Muchos podrán decir que justamente esa estafa reiterada es el capitalismo en Argentina. Eso es tan sesgado como cierto.

La destrucción de lo público comenzó con los desleales guardianes de lo público que al jurar como jueces supremos o ministros de Economía suelen hacer el acto religioso desacralizado de jurar por Dios y los santos evangelios, la Patria y la Constitución Nacional. Muchos de los “intelectuales públicos” son intelectuales privados que traducen el interés privado de corporaciones al lenguaje del derecho, de la Corte o del interés mediático para instalar agenda de legitimación.

Esos intelectuales orgánicos aceleran la descomposición de lo público para legitimar la depredación privada de los nuevos príncipes del Estado feudal en formación. Poner en el radar a las corporaciones que van a reemplazar al Estado y sus nuevas configuraciones sería avisar que hay una convencional constituyente invisible que hace cuatro décadas está construyendo una soberanía privada y corporativa.

El mesianismo popular que practican los que apoyan a Milei todavía parece tener mucho de ingenuo -aunque también tenga intensa crueldad alimentada de traumas y resentimientos apenas escuchados- y está lleno de personas con ganas de creer en algo más que los valores tradicionales de las religiones políticas que le prometieron república y justicia social.

Del nihilismo performativo de esta generación, de la decepción generalizadas con las viejas ideologías políticas, sus ritos, catecismos, templos y santos protagonistas se puede pasar a un movimiento de creencias políticas tan nuevas como intensas.

Creer y actuar son parte de un combo político todavía misterioso en lo que vivimos. Además de creencias extremas con una apasionada ignorancia habrá que estar atentos a las acciones extremas. Cabe recordar que -en sintonía- hace unos pocos años, un movimiento social progresista comenzó actos de violencia regenerativa que tiene una directa conexión funcional -no causal- con el momento político e institucional que vivimos. La fe en la construcción política con el miedo y la violencia, con pánicos sintéticos, sólo reforzará la entropía social y la necrosis de la acción pública y de los lazos sociales. El silencio sobre esas violencias nos hace estar en este momento, prolongado otro proceso de violencias que quizás sean más demenciales que refundadoras.

3. Sintonía para un nuevo desequilibrio estable

El sistema político parecía querer autodestruirse a través de múltiples vías no siempre sutiles. Lo advertíamos en esta nota haciendo un balance del 2022.

Guerras judiciales, robo de recursos y tiempos del futuro, destrucción de la educación pública, negocios groseros con servicios públicos vitales, corrupciones estructurales, privatización indirectas, endogamia incestuosa de las familias políticas, envejecimiento y senilidad de la elite, alquiler de influencers políticos para disputar el “público liberal” y el vaciamiento que terminó en la plena espectacularización de la política.

Milei tiene un proyecto político y está en el gobierno. La oposición a Milei está fragmentada y esas oposiciones no tienen un proyecto político alternativo con posibilidad de entrar en sintonía con un pueblo que seguirá enojado con el sistema político. La oposición perdida solamente busca encontrar errores letales para un gobierno caótico que está lleno de defectos y que no tiene ni quiere gestión del Estado. Quizás encontró uno de ellos con la investigación sobre los alimentos retenidos iniciada por Ari Lijalad en el portal El Destape, con amplia cobertura y efectos políticos concretos. Sin embargo, el show del escándalo y la indignación son herramientas con las que la fuerza política que gobierna se gestó y fortaleció. Nació y creció con ellas.

El Estado y su sistema político bajó de todas las formas posibles sus defensas, abandonó a sus electorados y abrió sus territorios para ser colonizados y parcelados de diversas formas. Las elites políticas tradicionales se aislaron de la sociedad en guerras narcisistas infantiles y esa debilidad invitó la apertura de un nuevo concurso -o una purga salvaje- para la circulación y depuración dentro de esas viejas elites.

Entre serpientes y jaulas
Entre serpientes y jaulas - Rainer Ehrt - Mozart con la flauta mágica - 2005

El sistema institucional ya era disfuncional y estaba en descomposición. Lo que está haciendo Milei es acelerar el desarme del Estado y usar esa descomposición para transmutar el sistema político en uno nuevo más acorde a sus formas religiosas de la políticas, la económica y la cultura, o sea, en sus términos mesiánicos. Los Milei son alquimistas que aprovechan el compost político no para regenerar o componer sino para degenerar y descomponer todo hacia otro punto, un nuevo punto de desequilibrio estable.

El nuevo desequilibrio creado por Milei será mayor pero como el sistema político ya sabe sobrevivir en desequilibrios (deudas impagables, desafíos generacionales, violencias, operaciones, batallas de expedientes, narco política, etc), necesita estabilizar su nuevo desequilibrio. Milei puede intentar ser el nuevo artista del desequilibrio. Como esos artistas orientales que hacen torres de piedras en equilibrio. Un artista de un nuevo desequilibrio más frágil que el anterior pero estabilizado precariamente por un tiempo tan breve que requiera nuevos golpes de efecto y ajustes extremos.

Las viejas elites partidarias hace años tienen una insensibilidad absoluta a las mayorías que decían representar y de las que se nutrían sus inmensos privilegios. Parte del peronismo hace años performaba justicia social en los barrios sin cloacas y volvía a Puerto Madero, a sus countries y hospitales privados. Parte del “republicanismo” repetía retóricas de institucionalidad, defensa de la Constitución y principios cívicos cínicos mientras hacía antiperonismo clásico y tenía prácticas antirepublicanas como las que entraron en crisis en Misiones. Se vivía de la circulación bipartidaria que puede estar mutando. Claramente está mutando al habitar en las sombras dentro del Gobierno. Ambos sectores partidarios parecen hermanos gemelos separados al nacer cuando vemos sus peores defectos.

Las trampas económicas del mal absoluto fueron el objetivo principal detrás del horror del mal absoluto

Las nuevas elites están llenas de viejas elites y sus defectos. Sin duda. La diferencia es que tienen a un líder con una inédita conexión popular como representante del malestar, una encarnación de la bronca que tiene la sociedad ante décadas de falsas promesas, ante la ausencia de un proyecto político de largo plazo.

A más extremas sean las circunstancias que tengan (tengamos) que vivir las mayorías, más crecerán las fuerzas que representan y dialogan con esa bronca visceral. Esas fuerzas serán cada vez más religiosas. Dado que las fuerzas clásicas tienen viejas promesas sin recursos, será muy difícil llegar a votantes con carencias estructurales que no quieran escuchar malas noticias. Quienes construyan narrativas de contención potentes aunque vacías ganarán la batalla de las ilusiones que alivian los problemas ya sin soluciones

El equivalente a la purga de las elites son los ciclos de empobrecimiento y embrutecimiento que sufrió y sufrirá la sociedad. No hay espejo posible entre sociedad y sistema político. La sociedad fue transformada por 40 años de promesas incumplidas y ni siquiera se toman en cuenta los desafíos inescapables -ambientales y geopolíticos- que tenemos en el horizonte. Quizás la posibilidad de vivir cuarenta años más sea otra promesa incumplida. La última promesa.

Para aquellos, como la clase política tradicional y la actual gestión, que se mienten a sí mismos como carta de navegación, como plan de gobierno, no hay desafío existencial ni amenaza nuclear que los persuada.

El sistema político tradicional posee una incapacidad analítica estructural, la que combina con una capacidad de negación casi infinita. Esa capacidad de negación adaptativa -o su opuesto, su incapacidad de respuesta eficiente a problemas concretos- es la clave para que los abandonos institucionales sean vistos como logros de una gestión pública de la destrucción del Estado.

Miopía generacional
Miopía generacional / Rainer Ehrt - “El león y el colibrí” - 2010.

Algunos políticos profesionales parecen orgullosos de ser viejos rockeros con sus épicas del pasado frente a la música actual; el trap por ejemplo. Lo que antes también sucedió con la cumbia y la música electrónica. Se ponen en un lugar distante y superior para juzgar a una sociedad que los consagró a ellos -industria discográfica y sistema político mediante- en el pasado y ahora están -por decisiones electorales y/o de gestión de lo público- en un lugar cómodo y seguro mirándola con nostalgia y desprecio. El análisis de las metáforas sobre la precariedad y calidad de la actual industria política y el sistema discográfico quedan para otra ocasión. Lo importante es que perdieron la sintonía y que desentonan incluso tocando sus clásicos.

4. La soberanía corporativa y el constitucionalismo invertido

De la delegación legislativa a la delegación ejecutiva. Vivimos un momento constitucional de reformas paraconstitucionales. El ciclo de la reforma constitucional de Menem fue el siguiente: de la práctica política exitosa al texto constitucional engañoso. Menem consolidó sus reformas paraconstitucionales con ayuda del debilitado radicalismo primero, por la mayoría automática de la Corte Suprema (decretos de necesidad y urgencia, privatizaciones, etc) después y finalmente con el Pacto de Olivos y la reforma constitucional de 1994.

Los DNU y decretos delegados fueron constitucionalizados en 1994 con la falsa promesa que ganarían un control legislativo efectivo. Hoy sabemos que no hay control legislativo ni control judicial efectivo. No hubo y no habrá. Ni siquiera hay autopsias judiciales. La supremacía presidencial derrota a la constitucional. La estrategia fue primero hacer las reformas operativas, ejecutarlas y después acomodar en la Constitución alguna de esas reformas, sobre todo si reforzaban a un poder ejecutivo imperial. Todo con ayuda de la Corte o su silencio selectivo.

Muy pocas de las reformas de 1994, tres décadas después, funcionan conforme a la letra de la Constitución y las promesas políticas del pacto secreto “de dos” firmado en Olivos. Los presidencialismos ejecutivos y judiciales, el Presidente de la Nación y el Presidente de la Corte, imponen sus supremacías.

Por un lado, la Corte sigue manejando el presupuesto de todo el Poder Judicial, se aprovechó la desorientación y autodestrucción del sistema político para imponer su propio diseño del Consejo de la Magistratura y así realizar una reforma endogámica de un poder judicial desacoplado del resto del sistema político en decadencia. No sería extraño que un familiar cercano del Presidente de la Corte pudiera estar concursando en el Consejo de la Magistratura que su familiar directo rediseñó y preside.

La Constitución de la crisis: la supremacía presidencial vence a la supremacía constitucional

En ese escenario, el Presidente de la Corte -seguidor del mismo equipo de fútbol del Presidente de la Nación- quizás tenga algunos incentivos para no declarar inconstitucional ningún decreto de necesidad urgencia o delegado si no quiere que alguien cercano a él sea vetado por el Poder Ejecutivo en la terna de su cargo judicial meritocrática e imparcialmente concursado. En ese hipotético escenario, debería tirar gas y abandonar su supuesto compromiso con la Constitución Nacional.

En realidad, todos los jueces supremos tienen, quieren y necesitan postulantes apadrinados, que serán futuros jueces aliados. Así se reproducen las tribus judiciales en tiempos de debilidad institucional. La fortaleza como juez no está en la magistratura ni en las garantías institucionales -inamovilidad en el cargo e intangibilidad de las remuneraciones- que la Constitución establece sino en otras garantías operativas y fácticas en tiempos de primitivismo tribal.

Por otro lado, el poder ejecutivo sigue sin control de su producción legislativa vía decreto. Si su fragilidad institucional aumenta, debido a una gestión cada vez más caótica, tiene más vías legislativas autónomas para imponer sus decisiones y vetar las ajenas.

Estos seis meses de Gobierno sin freno institucional alguno son, en sí mismos, un momento de transformaciones institucionales, un momento constitucional. El sistema político y constitucional está mutando, transmutando en otra cosa. Ya sabemos que la preocupación de muchos por las formas republicanas y la calidad institucional era totalmente falsa, otra de las decepciones sociales que nos trae a este momento fallido y oscuro de la política.

El colapso de todos los remedios institucionales, la ausencia de los frenos y contrapesos para controlar decretos que son obviamente inconstitucionales evidencia que están las condiciones óptimas para que la salida de una futura “crisis” sea a través de un autoritarismo en gestación. No hay consecuencia política alguna por violar la Constitución, la que cada vez es más irrelevante y la sociedad no está pensando en más democracia como la solución de sus problemas económicos y angustias múltiples.

Somos testigos de la era de jueces que se niegan a declarar inconstitucional lo que evidentemente es inconstitucional. Como en la dictadura pero en democracia, o en una democracia cada vez más zombie. Los jueces son agentes activos de la desconstitucionalización y la destrucción del Estado.

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La frase suprema “la política tiene que resolver los problemas de la política” es de un cinismo notable. La dice un representante del peronismo judicial que representa a la elite judicial en conflicto con la otra tribu judicial federal. A ninguna de las dos tribus judiciales les importa las oscuras perspectivas que tiene la sociedad por delante. Ambas están desacopladas de sus obligaciones constitucionales, de sus responsabilidades institucionales con lo público, lo que anuncia caos y respuestas anárquicas, o sea, desgobierno y guerra de tribus judiciales.

Las elites judiciales, las elites económicas y las elites tecnológicas -en parte las políticas- comparten un primitivismo tribal. A pesar de estar repletas de personas inteligentes y hábiles, lúcidas y estudiosas, sus prácticas e incentivos como megasistemas sociales cuasi cerrados que resisten el control y crítica social externo los hacen operar sobre la realidad de forma brutal y salvaje con miradas miopes y lesivas con sus entornos. Además, esas tres esferas padecen de personalismos, narcisismos y verticalismos excesivos que multiplican los conflictos y aumentan la inestabilidad sistémica. Las catástrofes (judiciales, económicas, tecnológicas y políticas) evitables que veremos en las próximas décadas serán resultado de ese primitivismo tribal.

Repetir ese ciclo exitoso de Menem, volviendo al hilo, es lo que puede hacer Milei. Cabe señalar una diferencia sustancial. Hoy hemos pasado de una delegación legislativa a una delegación ejecutiva. Hay nuevas formas de soberanía política que incluyen a actores centrales que no son la sociedad, el pueblo, ni las mayorías. Un nuevo soberano construye su propia Estatalidad híbrida. Fue una transición gradual gestada en los últimos 40 años pero que ahora se hace nítida y transparentemente.

La soberanía pública sin mucha hipocresía es delegada para construir la soberanía corporativa de negocios privados. Los proyectos del Poder Ejecutivo directamente son redactados por las corporaciones y sectores empresarios que de forma literal se benefician. Esto sucedía pero no de formas tan grotescas y con delegaciones ejecutivas directas. Los grupos económicos regulan por decreto su propio mercado y nadie observa que eso es inconstitucional conforme los artículos 1, 29 o 42, entre otros, de la Constitución Nacional.

El Presidente y sus entornos son agentes habilitantes del accionar de corporaciones privadas para el diseño de sus territorios, agentes y clima de negocios. Los monopolios naturales o económicos regulan sus propios mercados monopólicos, se quitan los pocos frenos retóricos y otros actores molestos. Se desarman las instituciones de control cooptadas y neutralizadas por la política para ellas.

La Constitución de la democracia delegativa: liderazgos cínicos y negocios en los funerales de la República

Las decisiones del Presidente son redactadas por las corporaciones a las que beneficiarán y todo es parte de una nueva forma híbrida de estatalidad. Todas las fuerzas políticas de la democracia poco a poco permitieron la privatización de lo público hasta la fragilidad estructural, hasta su parálisis absoluta, hasta esta transmutación privada.

Las elites políticas y económicas que diseñaron el Estado para habitarlo como casta en el siglo XIX tienen en sus herederos actuales a una necroelite con un proyecto caótico y dual. Primero, privatizar todo aquello que de la herramienta llamado Estado le sirva. Segundo, destruir el resto del Estado social para bloquear la posibilidad de que las fuerzas sociales puedan salir de la distracción, de las guerras culturales autolesivas y se organicen colectivamente en resistencia.

Vox corporatio, vox dei. Para que esa nueva estatalidad exista tiene que consolidarse las necropolíticas de un nuevo constitucionalismo invertido: el nuevo soberano para los que trabaja el sistema institucional y su elite son las corporaciones. El Dios fallido de la vieja teoría del Estado, el soberano destronado, el pueblo, la sociedad, las mayorías seremos (serán) las nuevas comunidades originarias molestas a las que tarde o temprano habrá que darle algún tipo de control o solución. Hasta ese momento, que tengan show y distracción en el ecosistema de pantallas.

Mientras la política de mayorías se vuelve más religiosa y mesiánica, el futuro de la soberanía política se vuelve más corporativa y feudal.

5. Esperar un milagro político de dioses crueles.

Carl Schmitt, al iniciar el tercer capítulo de su libro Teología Política, escribió: “Todos los conceptos centrales de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados. Lo cual es cierto no sólo por razón de su evolución histórica, en cuanto fueron transferidos de la teología a la teoría del Estado, convirtiéndose, por ejemplo, el Dios omnipotente en el legislador todopoderoso, sino también por razón de su estructura sistemática, cuyo conocimiento es imprescindible para la consideración sociológica de estos conceptos. El Estado de excepción tiene en la jurisprudencia análoga significación que el milagro en la teología. Sólo teniendo conciencia de esa analogía se llega a conocer la evolución de las ideas filosófico-políticas en los últimos siglos. Porque la idea del moderno Estado de derecho se afirmó a la par que el deísmo, con una teología y una metafísica que destierran del mundo el milagro y no admiten la violación con carácter excepcional de las leyes naturales implícita en el concepto del milagro y producido por intervención directa, como tampoco admiten la intervención directa del soberano en el orden jurídico vigente”. (Teología Política, Capítulo III, 1922).

Los profetas de la decepción democrática pueden estar construyendo algo efímero o un nuevo movimiento en forma de religión del resentimiento, instrumental de una revancha de clase o puede derivar en algo más fuerte, en un movimiento más oscuro, una religión de la muerte.

El poder de la flauta de los profetas del odio se alinea con la sociedad abandonada y enojada. La obra teatral La flauta mágica tiene muchas facetas de análisis. Una de ellas es la historia de cómo enseñar coraje, virtud y sabiduría. Esto contrasta en una época posnormativa, en tiempos crueles y cínicos.

La complicidad del sistema político en la venganza social de la oligarquía contra el pueblo argentino

La flauta mágica, como los cantos de sirenas, representa el poder metafórico de controlar las voluntades ajenas. Hacer bailar a voluntad, hechizar a una tripulación, hacerlos saltar al precipicio. Ambas son metáforas y mitos populares que tienen varios miles de años.

Interpretar el salto al vacío que hemos realizado en noviembre pasado es difícil. Sobre todo porque no sabemos si todavía lo hacemos desde el precipicio, ya desde el aire o en el más allá. Todos se pueden arrepentir, el lazo social creado por las fuerzas del cielo puede ceder o expandirse. No lo sabemos. Ahora, lo que sabemos es que hacer el salto hacia lo nuevo tiene efectos irreversibles, que refuerzan tendencias históricas en contextos internacionales complejos. Esos costos los pagarán (pagaremos) con tiempo y recursos de las nuevas generaciones que serán todavía más pobres.

Estamos en un tiempo de primitivismo extraordinario donde una generación de padres están entregando a una generación de hijos a desafíos sociales y políticos dramáticos, a situaciones sin precedente. Los están sacrificando. Hay un sincretismo, un elemento religioso y sacrificial, en esa entrega nacida de la incapacidad de coordinar una respuesta política alternativa que distribuya responsabilidades, imponga obligaciones y construya algo diferente. En este contexto, muchos escapan de sus compromisos y de las consecuencias esperables de sus acciones esperando un milagro político que no sucederá.

 

Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.