Digo “ausencia” y llegan a mi memoria, y tal vez a la del lector, los rostros de aquellos seres que, por algún motivo, no están.
La ausencia es un llamador, un extraño conjuro acaso más potente que el “abracadabra”. “Abracadabra” es la excusa de un truco, nos advierte que una ilusión está por venir.
La ausencia, en cambio, es un dolor que puede hacerse presente sin magia, un viento que nos empuja a encarar el día a día. Es una plegaria, una lágrima, un tesoro, una carencia árida y fecunda.
“Ausencia” es una palabra para la poesía. Borges busca un lugar para esconder su alma y que no vea la ausencia de la persona amada que “como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadadamente”. La ausencia se hace infinita. El ausente está lejos, en el tiempo, en el espacio. Está en otra vida, en otro lugar, en otra historia.
Para cada uno la ausencia tiene una carga distinta. La ausencia del ser querido, del amor que está lejos de nuestra realidad. La propia ausencia del lugar al que no pudimos llegar, del tiempo que perdimos y en el que nos perdimos.
Hay instantes, situaciones, donde se hacen presentes los ausentes. Hay sitios donde los ausentes se corporizan. Hay aromas, hay música, hay sabores, hay historias, hay costumbres y gestos, hay sentimientos, hay paisajes en los que la ausencia se palpa.
En variadas entregas de premios suele haber un segmento “in memoriam”, un homenaje a las personas fallecidas el último año.
Cada uno, cada quién, tiene su “in memoriam” de la vida y anual. Este año el mío es Willy Quiroga, Beatriz Sarlo, Sebreli, Nora Cortiñas, el Bocha Maschio, Paul Auster, Menotti y mi madre, la persona que hace más tiempo me conocía, la ausencia más presente.
En la mesa de Nochebuena no estuvo, ni estuvo uno de mis hijos, trabajando fuera del país, lo mismo que en muchas mesas y muchas familias.
Justamente, las mesas, las camas, los trabajos, los deportes, los cumpleaños, las fiestas, los nacimientos, los egresos, los temas para charlar, los consejos, los dolores, son algunos de los hechos y lugares donde la ausencia brilla por su ausencia. Como el sol eterno de Borges.
En términos íntimos, personales, los que no están suelen estar. Pero en ocasiones, visto colectivamente, como sociedad, quienes no están puede que hayan sido ocultados con intención, a propósito.
A (con el) propósito de una elección, a (con el) propósito de un rating u otras cifras, a (con el) propósito de una mentira o una indiferencia.
Las redes, las noticias, los reportajes, el algoritmo, nos van llevando (y vamos yendo) a ausentar al que no opina como yo. Y estas diferencias de miradas se van haciendo cada vez más finas, más sutiles, y el paso para negar al otro se hace más corto. El matiz de un color, la pulgada de un talle, una palabra mal escrita.
Discutimos el índice de pobreza que bajó, pero está mal medida (aunque se la haya medido así en otros gobiernos), poniendo énfasis en el porcentaje, y nos olvidamos de los pobres, del pobre. Los pobres, sean 38, 14 o 50%, están ausentes. Está el índice, no está el pobre. Lo mismo pasa con el trabajo y el trabajador, con el género y la mujer, con el déficit y los jubilados, con la minería y el ambiente, con la educación y los alumnos, con las excusas y la solidaridad.
Ayer cumplió años Serrat.En su tema A quien corresponda expone: que no sabemos quién es nuestro vecino, “que a los viejos se los aparta después de habernos servido bien”, que las cuentas no salen, que las reformas no se acaban nunca, que el mar está agonizando.
Y acá estamos nosotros, con deseos de prosperidad para 2025, año electoral, y dice el Nano “que no hay quien confíe en su hermano, que la tierra cayó en manos de unos locos con carnet”.
Hagamos un 2025 feliz para los que están y para los que no.
* Convencional Nacional UCR.