OPINIóN
Cambios

Los movimientos sistémicos en el mundo actual

En Argentina, “cada involución profundiza las dificultades, haciendo aún más difícil una evolución”, sostiene el autor. Sin embargo, siempre que “surge una crisis luego, esperemos, vendrá una renovación”, apunta.

Sismos en Mendoza y Chile: Google y Android dieron aviso con su sistema de alerta sísmica
Sismos en Mendoza y Chile: Google y Android dieron aviso con su sistema de alerta sísmica | Télam

Todo paradigma es contingente desde una perspectiva histórica y, salvo que ocurran disrupciones, su transición a otro suele implicar un cambio dialéctico de signo opuesto.

El cambio de paradigma suele ocurrir porque el éxito del paradigma previo transforma el entorno, volviéndolo obsoleto para las nuevas condiciones.

Los cambios proactivos ocurren cuando sus protagonistas internalizan las nuevas circunstancias, lo cual permite a la sociedad evolucionar. En cambio, los cambios reactivos ocurren cuando la modificación del entorno se percibe como algo externo, por los cual la gente no asume la responsabilidad de la transformación y, como resultado, la sociedad involuciona.

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Esto último es justamente lo que ha ocurrido con excesiva frecuencia en la Argentina durante mucho tiempo. Cada involución profundiza las dificultades, haciendo aún más difícil una evolución.

Por supuesto, existen múltiples matices entre ambos tipos de alternancia, pero, para simplificar, me centraré solo en ejemplos donde el cambio, ya sea proactivo o reactivo, se perciba con claridad.

La Revolución Francesa, por ejemplo, fue una reacción de espíritu romántico frente al despotismo ilustrado del siglo XVIII, pero cuyos ideólogos se basaron en el propio paradigma racionalista del antiguo régimen, así como en las revoluciones inspiradas en principios universales, como la científica-industrial inglesa y la independencia democrática norteamericana.

Las nuevas realidades creadas por este paradigma llevaron al estallido emocional del romanticismo, que trajo consigo una liberación tanto anímica como política, pero también generó caos.

El Imperio Napoleónico representó un cambio consciente que intentó imponer orden al caos. A pesar de su carácter imperial, su espíritu fue universalista, en oposición al del antiguo régimen. Por lo tanto, podemos afirmar que fue una alternancia evolutiva.

Evolucionar para adaptarse

La Restauración conservadora vino a imponer orden al caos dejado por la caída del Imperio Napoleónico, pero asumió una apertura social de la que ya no se podía retroceder, algo que el antiguo régimen no poseía. Por lo tanto, también fue un cambio evolutivo.

Como reacción a la Restauración europea surgieron las revoluciones liberales y el pensamiento socialista a mediados del siglo XIX, los cuales dieron lugar a los eventos relacionados con el progreso y el progresismo en la segunda mitad del siglo.

Podemos incluir entre estos eventos la expansión de las ideas liberales económicas a través de los imperios europeos, la Guerra Civil de los Estados Unidos, en la que venció el norte liberal, tanto en lo político como en lo económico y social, y la consolidación de varios Estados nación, como Alemania, Italia y también Argentina.

Un evento notorio de este período enfocado en el progreso, que continuó hasta entrado el siglo XX, fueron las migraciones masivas desde Europa hacia América.

Algunos sostienen que el éxito rotundo del progreso político, social y económico eclipsó la idea de Dios, lo que llevó a las personas a proyectar su necesidad de absoluto en esos logros.

Como sucede cuando algo se absolutiza, al principio genera una gran energía que impulsa cambios muy significativos, pero pronto se vuelve tan destructivo como antes había sido constructivo.

La cara destructiva de la fe absoluta en el progreso se manifestó en la primera mitad del siglo XX y sus secuelas. Esta fe generó las dos guerras mundiales que llevaron a la desaparición de todos los imperios, la gripe española facilitada por el caos posterior a la Primera Guerra, la Gran Depresión que evidenció los excesos del capitalismo y llevando a un proteccionismo generalizado, los fascismos totalitarios, como en Italia y Alemania, o autoritarios, como por ejemplo en España y Argentina.

Además, las revoluciones comunistas trajeron consigo guerras civiles, caos social y hambrunas que acabaron con un 20% de la población rusa y un 10% de la china.

Todos estos eventos nacidos de la fe ciega en el progreso provocaron la muerte de un 5% de la población mundial y un 8% de la europea. Este es un claro ejemplo de un cambio involutivo.

En la posguerra surgió un paradigma netamente universalista, que se implementó basándose en el principio de autodeterminación de los pueblos, en las instituciones internacionales y en la consolidación de las democracias liberales, el comunismo y los Estados descolonizados seculares, todos los cuales pusieron fin al paradigma de los imperios históricos de Oriente y Occidente.

Si bien la tensión entre democracias y comunismo fue enorme, la paz en general fue posible, entre otras razones, porque la guerra frontal se volvió imposible.

Como sucede cuando algo se absolutiza, al principio genera una gran energía que impulsa cambios, pero pronto se vuelve tan destructivo"

Occidente construyó sus nuevas democracias en gran medida basándose en el modelo del Estado de Bienestar, que equilibraba la economía de mercado con políticas sociales, sirviendo para la reconstrucción europea y como amortiguador contra el embate ideológico del comunismo.

A partir del debilitamiento y la caída del comunismo en los años 80, y con Europa ya fortalecida tanto política como económicamente, el Estado de Bienestar dejó de cumplir su función estratégica, dando paso al nuevo paradigma liberal, que fue modelado proactivamente.

Con su epicentro en Estados Unidos, este nuevo paradigma se expandió por todo el mundo en todas las dimensiones de la vida humana, dando lugar incluso a una nueva espiritualidad más libre.

La cultura liberal, por otro lado, también dio lugar al progresismo cultural, ambiental e identitario, más propio de las izquierdas, dado que la izquierda había perdido su proyecto político-económico. El liberalismo triunfante también acabó con el proyecto político del conservadurismo.

En Argentina, esta transformación se reflejó en la política democrática de Alfonsín, la economía liberal de Menem y el progresismo social de los Kirchner. Su contracara negativa se manifestó, en el mismo orden, en la crisis del Estado protector, la exclusión social, y la pobreza y corrupción generalizadas.

Entre el paradigma del Estado de Bienestar y el liberal, Occidente vivió un ciclo de oro que dio hasta hoy 80 años de paz y desarrollo. En cuanto a números mundiales, desde 1950 la esperanza promedio de vida mundial pasó de 45 a 75 años, el alfabetismo pasó de 45% al 90% y la pobreza extrema pasó de un 60% a un 8% y el ingreso per cápita se multiplicó por 5.

Específicamente, durante los 35 años del ciclo liberal, se produjo un aumento más que significativo en el nivel de desarrollo mundial. Desde 1990 hasta hoy, la pobreza extrema pasó del 38% al 8% de la población mundial, el alfabetismo pasó del 75% al 90%, la esperanza de vida promedio creció de 65 a 75 años, el ingreso per cápita se multiplicó por 3 y el poder adquisitivo per cápita se multiplicó por 4.

La distribución del ingreso se mantuvo relativamente estable a nivel mundial, reduciéndose en promedio la desigualdad entre países y aumentando la desigualdad dentro de los países, lo cual es normal cuando crece el ingreso total.

Pero debido a su naturaleza competitiva, el liberalismo también produjo Estados, regiones y sectores sociales inviables. Estos se concentraron especialmente en América Latina, el mundo islámico y África, lo que provocó masivas migraciones hacia los países más ricos.

Occidente, confundiendo universalismo con multiculturalismo, dio lugar a un exceso de relativismo cultural y abrió sus puertas a estas migraciones sin gestionarlas e integrarlas adecuadamente. Como resultado, comenzó a sentir que las migraciones disolvían sus valores universales, generando serias tensiones étnicas.

Hoy, el paradigma liberal también está siendo víctima de su propio éxito. La globalización, al unificar el mundo en base a reglas abstractas (democracia institucional, economía de mercado y derechos universales), generó una crisis en las identidades locales y concretas. Estas reaccionaron con nacionalismos, el regreso a la relación religión-estado, proteccionismo y movimientos exacerbados de identidad corporal y étnicos. Un cambio reactivo.

En respuesta a la aristocracia del Partido Comunista Chino, Estados Unidos desarrolló una plutocracia de carácter localista"

China y Rusia, por ejemplo, una vez adoptado el capitalismo, decidieron que ya no formarían parte de la cosmovisión liberal. Estados Unidos percibió el ascenso de China como una amenaza y surgió la pregunta: “Si China es tan eficiente y además ‘feliz’, ¿realmente sirve la democracia?”.

Parafraseando a Deng Xiaoping: no importa si un gato es democrático o antidemocrático, lo importante es que cace ratones. Así, en respuesta a la aristocracia del Partido Comunista Chino, Estados Unidos desarrolló una plutocracia de carácter localista. En este momento, Europa está pensando qué hacer.

Pero siempre estará la historia: surgirá una crisis y luego, esperemos, una renovación.

Sin embargo, es importante dejar en claro una diferencia: las crisis acompañadas de renovaciones proactivas son parte esencial de la cultura liberal. Las naciones que adoptan esta forma de vida, adquieren una flexibilidad que les permite transformar el viejo paradigma en uno nuevo sin excesivos traumas. Hablamos de la destrucción creativa. Esto no es posible en los modelos y culturas más rígidos, donde los cambios suelen ser más trágicos.

A diferencia de Occidente, el modelo asiático se basa en la armonía y el sentido práctico, lo que lo convierte en un innovador científico y tecnológico. Sin embargo, al no internalizar la destrucción creativa, no es un creador de paradigmas.

La mayoría de los países de América Latina, África, Asia y también Rusia, a falta de ese sentido práctico, están en general anclados a sus tradiciones, las cuales les generan orgullo, pero también son un síntoma de no haber logrado superar traumas históricos significativos.

Muchos de estos países están observando ambos modelos. En Argentina, en particular, el liberalismo ha sido posible en cierta medida, no solo en los gobiernos que se asumieron como tales, sino también en el aspecto rebelde de la cultura popular. Por otro lado, la tradición de obediencia, orden jerárquico y sentido práctico oriental nos es totalmente ajena.

Por lo visto hasta ahora, los cambios de paradigma a partir de crisis y renovaciones son inevitables en la historia, y su frecuencia es mayor en la historia moderna.

Si los líderes argentinos comprenden cómo funcionan estos cambios en las naciones que adoptan la cultura liberal y cómo operan en las que no lo hacen, tenemos alguna esperanza de evolución. Si no, no.

*Planificación estratégica

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