Carlos se levantó temprano, como todos los días durante los últimos cincuenta años. El reloj de su mesa de luz marcaba las seis en punto, pero ya no tenía apuro por salir. No más fábricas, no más herramientas en las manos. Solo un día más en la rutina de la jubilación, esa que muchos imaginan como descanso y que él vive como condena.
El jubilado argentino gana una miseria. No es algo nuevo, pero sí cada vez más indignante. Durante años, el sistema jubilatorio ha condenado a quienes trabajaron toda su vida a vivir con sueldos que no alcanzan para cubrir lo básico. No es digno. No es justo. Carlos lo sabe mejor que nadie: trabajó bajo el sol, la lluvia y el frío, sin la comodidad del home office ni la protección de una vestimenta adecuada. Lo único que tenía eran sus manos, esfuerzo y esperanza.
Mientras espera a que el agua se caliente para el mate, recuerda su juventud. No había internet para escribir cartas de amor a su novia, así que caminaba kilómetros hasta el buzón más cercano. Su vida fue una sucesión de sacrificios, como la de tantos otros. Pasó la dictadura, la guerrilla, los días oscuros donde la democracia parecía un sueño lejano. Estuvo en las calles cuando hubo que salir a defenderla.
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Marchó, protestó y luego celebró la esperanza con Alfonsín. Vio a la Argentina campeona del mundo y a Maradona hacer historia, pero también sintió la angustia de la Guerra de Malvinas y la impotencia de ver a jóvenes regresar en ataúdes. Pero la historia no fue generosa con el pueblo trabajador. Con cada gobierno de turno se multiplicaron los millonarios, mientras los jubilados quedaron en el olvido.
Hoy nos encontramos en un declive social sin precedentes. Los medicamentos son más caros que nunca, el sistema de salud es muy pobre e ineficiente y los beneficios en descuentos en trámites y servicios públicos son solo para los jubilados que cobran la mínima, como si la necesidad tuviera una única categoría.
Carlos apaga la radio. Las noticias son siempre las mismas. Escucha sobre la marcha de los jubilados y siente una chispa de esperanza. Pero pronto se entera de que la protesta fue infiltrada, manipulada por dirigentes políticos y punteros de clubes de fútbol. “Nos chorearon hasta el derecho a quejarnos”, piensa con rabia.
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Esta historia es la de Carlos, pero también la de miles de jubilados de bien que solo piden una jubilación digna, un PAMI que funcione, un país que los respete. Algunos todavía pueden seguir trabajando, muchos tienen la suerte de poder ser ayudados por sus hijos, todo es con gran esfuerzo y sacrificio.
Otros, en cambio, están en sillas de ruedas, conectados a respiradores, esperando la muerte en hospitales colapsados. Si antes tenían ilusión, ahora solo sienten tristeza. Si alguna vez creyeron que las cosas podían mejorar, hoy están perdiendo la esperanza.
Pero atención: los que piensan distinto no son el enemigo. Son simplemente personas con otra mirada. No permitamos que nos enfrenten entre nosotros. Porque mientras nos dividen, los problemas siguen sin resolverse. Y el jubilado argentino, una vez más, sigue pagando las consecuencias de un sistema que lo condena al olvido.
“No es cierto que la gente deja de perseguir sus sueños porque envejecen, envejecen porque dejan de perseguir sus sueños” - Gabriel García Márquez.