Muchas veces, en el afán de tener certezas, solemos recurrir a respuestas rápidas y simples a cuestiones complejas. Y en ese mismo afán encontramos argumentos “incontrastables” para sostener esas respuestas. Es esto lo que sucede siempre con esta pregunta: ¿El líder nace o se hace?
El liderazgo, para mí, reside, en primer lugar, en la capacidad de algunas personas de influir en otras, conduciendo las energías y la acción de estas hacia un logro individual o colectivo; en segundo lugar, tienen un profundo conocimiento de cómo funcionan las personas; y por último, han aprendido a auto liderarse antes de asumir el liderazgo frente a otros.
Entonces, la pregunta vuelve y se reitera. ¿Se nace con estas cualidades o se aprenden?. La respuesta no es simple, pero no es imposible. Y tratar de responderla nos lleva a analizar distintas situaciones y universos.
Hay ciertas personas que nacen con ciertas y determinadas cualidades de liderazgo que se pueden observar en su comportamiento desde niños interactuando con sus pares, sus padres o familiares; pero lo cierto es que esa evidencia no necesariamente tiene una correlación directa con un líder en la adultez.
También hay personas que aparentemente no denotan determinadas cualidades de “liderazgo” en su niñez, pero que por determinadas circunstancias de la vida, como carencias, accidentes, pérdidas de seres queridos, entre muchas otras, han ido adquiriendo estas cualidades y se convierten en verdaderos líderes.
Si bien en un caso lo innato está presente, hay clara evidencia de que muchos niños que parecían ser líderes, no son líderes en la adultez. Esto evidentemente tiene que ver con varias razones: la primera puede ser que simplemente no tenían esa vocación, más allá de sus condiciones naturales, ya que lo volitivo juega un papel importante, es decir, “el querer ser”.
La segunda razón es la falta de oportunidades para ejercerlo. Si bien tienen condiciones innatas, distintas circunstancias de la vida hacen que no lo apliquen, simplemente no tuvieron la oportunidad; y, por último, están aquellos que, teniendo condiciones innatas y queriendo serlo, no han cultivado esas condiciones con formación adecuada, entrenamiento y acciones para mejorarlas y potenciarlas.
En el segundo caso, se trata de personas que, no habiendo mostrado aparentes condiciones innatas, la vida les dio la oportunidad de “hacerse” líderes en situaciones extremas, sea de carencias, de opresión, por pérdidas tempranas de seres queridos, por haber sufrido accidentes o limitaciones de cualquier tipo.
Pero también podría darse en el caso de alguien sin condiciones de origen, que se lo propone y lo logra porque lo buscó, se “hizo”, se formó, se preparó.
Dicho todo esto, la respuesta es que un líder puede nacer o hacerse como tal, dependiendo de circunstancias innatas, externas y volitivas que van marcando el sendero de su evolución como líder, en cada caso.
Lo que sí parece ser una evidencia incontrastable es que todo aquel que llega a ser un verdadero líder, reconocido como tal por otros, sabe cómo funcionan las personas, logra inspirar a otros en la consecución de logros y que, ante todo, ha aprendido a conocerse y a liderarse a sí mismo.
Es aquí donde está la pieza fundamental del liderazgo y lo que distingue a los verdaderos líderes de aquellas personas que conducen un equipo meramente desde la formalidad de un cargo de “jefe” o “responsable”.
Si puedo conocer qué me motiva, qué me inspira, cómo deseo ser tratado, cómo deseo que me hablen; si entiendo que yo existo como el otro también existe; si valoro la transparencia en las relaciones de los demás conmigo, entre muchas otras cosas, entonces podré liderar a otros de una forma eficaz y genuina.
Con condiciones innatas o adquiridas, si el líder se conoce a sí mismo y a partir de ahí desarrolla su capacidad de auto liderarse, entonces estará más cerca de liderar a otros; solo deberá estar en el momento oportuno en el lugar correcto, y sucederá.
La historia muestra grandes ejemplos de liderazgo; en nuestro caso, entre los más obvios, el General San Martín o el General Belgrano; a nivel más global: Gandhi, Churchill, Mandela o Lord Shackleton, entre muchos otros.
Sus historias y epopeyas están llenas de muestras de liderazgo a partir de la autodisciplina, firmes propósitos, determinación, convicción, honestidad intelectual, manejo de las emociones y de los tiempos para cada cosa. Para saber si nacieron o se hicieron, hay que bucear en cada una de sus historias personales, todas muy atrapantes.
Lo cierto, visible y contundente es que lideraron a otros desde el autoliderazgo y desde ahí supieron cómo llegar al alma de las personas, conocer cómo funcionan y así inspirarlas a lograr grandes cosas en momentos críticos de la historia que les tocó conducir.
En las organizaciones es importante contar con herramientas para detectar el talento, diseñar planes de desarrollo y esquemas de compensaciones, desde ya. Pero más importante aún es detectar condiciones de liderazgo innatas o adquiridas para potenciarlas y así encontrar a los líderes que son capaces de llevar a las personas, los resultados y las empresas a otro nivel.
A poco de entrar en una organización, uno puede darse cuenta si está conducida por líderes o sólo jefes. ¿Cómo?: simplemente mirando sus resultados, sus proyecciones y su clima interno.
*Abogado especialista en negociaciones complejas, derecho laboral y recursos humanos, ex ministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires y coach ontológico.