La transformación del contexto político y económico argentino puso al sector privado, en un lugar de protagonismo casi inédito, al mismo tiempo que se despliega una relación con la opinión pública cargada de atributos positivos. Según estudios propios, la percepción de la población sobre la contribución que realizan las empresas al país más que se duplica entre 2018 y 2024.
Esta reconstrucción de imagen sucede espontáneamente como parte de un proceso natural sin acciones de comunicación proactivas, que conduzcan a objetivos de alguna estrategia, que hubiera sido interesante plantear por parte de las entidades empresarias. Contrariamente, es resultado, por un lado del fracaso en la percepción pública, del concepto de Estado presente y, por el otro, de la aparición de un liderazgo político al que le quedaría chico definirlo como promercado. Ambos constituyen factores clave que de un tirón ubican al sector empresario como motor del cambio. Hace pocos días, en una representación perfecta de los tiempos que corren, con el logo de una fintech argentina, UALÁ, de fondo y una claridad brutal, el presidente Milei destacó que prefiere ir a felicitarlos antes que inaugurar una obra pública y encontrando ese concepto, según todos los sondeos, un importante apoyo del electorado.
La reconfiguración del escenario corporativo en la construcción de imagen experimenta un cambio similar al que atravesó el país en la década del 90, período durante el cual las nuevas referencias marcarias conscientes de su irrupción en una estructura de opinión y comportamiento añejos, imprimieron características propias al nuevo vínculo.
Esta reedición, encuentra su punto de inicio a partir de la pandemia, cuando la opinión pública otorgó una nueva licencia a un sector privado que encontró su fuente de legitimidad, durante el aislamiento, en la victimización, en primer lugar, al mostrarse tan impactado como todos por los efectos de la inactividad, y en segundo término, en la cercanía al desplegar grandes esfuerzos para facilitar el acceso a bienes y servicios a familias que no podían salir de sus casas. Se experimentaron, entonces, cambios en el vínculo de manera natural al mismo tiempo que comenzó a definirse un nuevo sector privado integrado por actores de peso que movilizan recursos hacia diferentes regiones del país.
El petróleo, el gas, la minería, y otras industrias se unen al podio liderado por años por la actividad agropecuaria, entre los sectores que más contribuyen, para la sociedad, con la economía del país. En este sentido, el apoyo, así como en otras épocas, el rechazo de la opinión pública a la actividad de las empresas es clave.
Sería importante conservar esa familiaridad ganada durante la pandemia que fue de una importancia tal que dio impulso, junto a otros factores, a un cambio de ciclo político, así como también consolidar al sector privado como una legítima palanca de desarrollo y crecimiento. La narrativa oficial ayuda a la población a entenderlo y a desplazarlo del lugar de la desconfianza donde estuvo posicionado durante muchos años.
Esta deconstrucción no solo es positiva para mejorar el clima de negocios en nuestro país, sino que también es positiva para la sociedad, que poco a poco abandona el monocromo omnipresente que emana del sector público.
*Politóloga. Directora de CIO Investigación.