OPINIóN
Irrefutable

La verdad: cómo Carlos Saavedra Lamas obtuvo el Premio Nobel de la Paz 1936

Pese a que el galardonado dijo que “no se había imaginado tal distinción”, hacía dos años que la negociaba en secreto. Los celos del presidente Agustín P. Justo, la ausencia de Julio A. Roca y la traición a Estados Unidos son solo una parte de una trastienda que quiso ocultarse. Y hay más.

Carlos Saavedra Lamas
Carlos Saavedra Lamas, el primer argentino y latinoamericano galardonado con un Premio Nobel (1936) | Archivo General de la Nación

Aún hoy, nada se sabe sobre cómo se obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1936. Lo que se conoce y se ha repetido hasta el cansancio es que se le otorgó al canciller Carlos Saavedra Lamas por su gestión para poner fin a la guerra entre Bolivia y el Paraguay, lo que no es sino una versión que nada tiene que ver con la realidad. 

En esta cuestión de los relatos que se trasmiten más o menos bien construidos, existe siempre una dificultad y un riesgo, y es que aparezca algún investigador que decida confrontar esas historias con datos y referencias que puedan aparecer en su búsqueda. Es ahí cuando pueden surgir evidencias, aparecer documentos y testimonios desconocidos que muestran lo que se ha querido ocultar. 

A los autores de ciertas versiones idílicas sobre el pasado difícilmente tales cosas les preocupen, porque es muy difícil cuestionar los mitos, que son pacientemente alimentados durante años, donde siempre hay repetidores dispuestos a seguir sosteniéndolos. Se trata entonces de confundir y silenciar al atrevido que pretende aclarar ciertas oscuridades y poner en evidencia venerables versiones falaces, muchas de ellas avaladas por historiadores de cierta autoridad y también por intelectuales y políticos a los que sólo les interesa mostrar aquello que coincida con sus concepciones, ocultando aquello que pudiera cuestionarlas.

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En esto de articular leyendas y relatos de variada especie no existen inocentes y cada uno construye lo que le parece de acuerdo a sus preferencias políticas o ideológicas, total la verdad no les importa, sólo cuenta lo que se quiere transmitir, para convencer a seguidores y prosélitos, y en otros casos continuar con viejos y venerables relatos.  

Conocemos muchas historias de esta particular forma de escribir sobre el pasado y el premio Nobel de la Paz otorgado en 1936,  es un claro ejemplo que me parece interesante mostrar.

La espléndida medalla de oro del Premio Nobel diseñada por Gustav Vigeland y acuñada por Erik Lindberg, terminó mal vendida en un comercio de la calle Libertad"

En todo lo escrito sobre las relaciones exteriores de la Argentina, se celebra la distinción que recibiera el entonces Canciller del gobierno del presidente Agustín P. Justo, que manejara la política exterior durante los seis años de su mandato. La versión oficial jamás cuestionada, es que el Pacto Antibélico de su autoría, y fundamentalmente el trabajo llevado a cabo por Saavedra Lamas para poner fin al conflicto del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935) fueron la justificación para que se le otorgara el premio. 

En esa época el canciller era un notable internacionalista que sobresalía por su enorme capacidad de trabajo, sus trabajos jurídicos, su versación sobre todos los asuntos que le fueron confiados desde que accedió muy joven a la función pública, y la brillante actuación que tuvo en conferencias internacionales, habiendo llegado a presidir la Sociedad de Naciones.

Cuando se conoció la noticia en Buenos Aires del otorgamiento del premio, el canciller se mostró sorprendido ante los distintos medios y en un conocido discurso pronunciado en la Facultad de Derecho frente a sus alumnos, hizo saber que no se había imaginado recibir esa distinción, ni realizar gestiones para obtenerlo. 

La versión oficial jamás cuestionada es que el Pacto Antibélico de su autoría, y fundamentalmente el trabajo llevado a cabo por Saavedra Lamas para poner fin al conflicto del Chaco entre Paraguay y Bolivia (1932-1935)"

Sin embargo, la realidad era muy distinta a las sorprendidas expresiones del ministro, ya que desde 1933 a los pocos meses de asumir el cargo había iniciado una silenciosa tarea ante distintos gobiernos para informarse sobre los pasos que fueran necesarios para conseguir su nominación. 

Fue así que, a partir del año 1934, instruyó a los diplomáticos más destacados del ministerio para que en su rol de embajadores o ministros antes países de Europa y Latinoamérica ejercieran influencia, y en su caso presionaran para obtener el apoyo necesario a efectos de obtener el codiciado premio. 

Daniel García Mansilla, Roberto Levillier, Felipe Espil, Ramón Cárcano, Carlos Quintana, José María Cantilo entre otros, fueron quienes llevaron esa tarea en forma “discreta y silenciosa”, como les había pedido el ministro para evitar filtraciones. 

A partir de 1935, se intensificaron los contactos reservados con diversos países para conseguir la nominación, y un años después el trabajo fue muy intenso, lo que determinó que una numerosa cantidad de países, académicos y personalidades le escribieran al Comité Nobel apoyando su candidatura. A pesar de la insistencia ante las autoridades, el Paraguay no se sumó a dar su adhesión, ya que el embajador de ese país sabía que el Gral. Justo había sido el factor fundamental para terminar la guerra, aunque el ministro había trabajado mucho en las negociaciones de paz. 

Pero como en estas cuestiones de los honores las influencias de los poderosos son fundamentales, resultaba necesario contar con el apoyo de los EE. UU, que no se había pronunciado al respecto. 

Sin perjuicio de las gestiones realizadas en Asunción que tuvieron resultado negativo y no obstante la considerable cantidad de países, personalidades e instituciones que auspiciaron su candidatura, Saavedra Lamas creyó finalmente que la proposición por parte del gobierno de los Estados Unidos era decisiva a la hora de conseguir el premio y desarrolló una enérgica ofensiva para obtenerla.

En medio de idas y vueltas y trámites para afianzar la nominación, el embajador argentino en Washington Felipe Espil le hizo saber al canciller que el Secretario de Estado de EE.UU., Cordell Hull, quería que un proyecto norteamericano (lo que sería después el TIAR) fuera presentado por la Argentina durante la Conferencia de Consolidación de Paz que se haría en Buenos Aires. 

Para el gobierno de EE.UU la influencia que tenía la Argentina ante los países latinoamericanos resultaba fundamental para aprobar el proyecto, y le pareció importante que pasara como una propuesta argentina que aquel apoyaría de inmediato, ya que la delegación presidida por el presidente Roosevelt llegaba en diciembre de 1936 a Buenos Aires para la Conferencia.

La respuesta de Saavedra Lamas a Espil no se hizo esperar y alentando las expectativas norteamericanas sobre la presentación, pidió como contrapartida que EE. UU. apoyara su candidatura al Nobel.

El embajador argentino en Washington Felipe Espil le hizo saber al canciller que el Secretario de Estado de EE.UU., Cordell Hull, quería que un proyecto norteamericano (lo que sería después el TIAR) fuera presentado por la Argentina"

A los efectos de acelerar las gestiones, en septiembre de 1936, el Subsecretario de Relaciones Exteriores Oscar Ibarra García habló del tema con el embajador norteamericano, pero el canciller no quedó conforme con la entrevista porque al conocer los resultados, entendió que se necesitaba una gestión directa ante el Secretario de Estado para que se ejerciera una influencia que juzgaba indispensable. 

Fue así que a pesar de las dificultades que planteaba la ausencia del representante diplomático de EE.UU en Oslo, dio instrucciones al embajador Espil con el fin de que entrevistara a Cordell Hull, pidiendo la intervención del ministro de Estados Unidos en Suiza para que hablara con el canciller noruego. 

Espil se movió con eficacia y de sus entrevistas con Hull obtuvo que éste diera las instrucciones necesarias al ministro en Suiza apoyando el pedido.  Además de la adhesión oficial del gobierno de Washington, Hull ordenó una gestión personal ante Hambro, presidente del Storting (parlamento) noruego, en un esfuerzo final para que nada se interpusiera en el camino de Saavedra Lamas al premio.

Se realizaron otras gestiones como las que llevaron adelante el ministro Olivera en Estocolmo, las de Ricardo Levillier en Ginebra, Daniel García Mansilla en España, y aún las del ministro de Noruega en Buenos Aires que   escribió privadamente a tres miembros del Comité Nobel pidiendo por el canciller. Muchas de ellas quedaron documentadas, pero de la mayor parte nada se sabe, por el silencio de los intervinientes. El resultado final fue que el día 24 de noviembre, Frederik Stang, presidente del Comité Nobel telegrafió a Saavedra Lamas informando que se le había entregado el codiciado premio.

EE.UU. había cumplido y solo quedaba que el canciller hiciera su parte, pero ocurrió todo lo contrario"

La noticia se divulgó por todas partes y las crónicas de los diarios del mundo entero reflejaron la personalidad del ministro, mientras este declaraba en Buenos Aires: “Estoy muy satisfecho y halagado por la alta distinción que se me ha conferido, con absoluta espontaneidad, pues no está demás que afirme que no he aceptado gestiones ni empeños que hubieran desvirtuado el significado enaltecedor del otorgamiento del premio de la paz”

EE.UU. había cumplido y solo quedaba que el canciller hiciera su parte, pero ocurrió todo lo contrario ya que en la Conferencia de Paz, no presentó la propuesta norteamericana, y ante su silencio lo hizo la delegación de ese país, y Saavedra Lamas se opuso tenazmente, lo que determinó la furia del Secretario Hull, y que las relaciones entre ambos quedaron deterioradas.

(...) Hasta que llegó a mis manos el archivo de Saavedra Lamas, donde en una voluminosa carpeta, que de acuerdo a las indicaciones debía ser destruida, se encontraban los telegramas cifrados"

Como señaló Félix Luna, el otorgamiento del premio provocó los celos de Justo, quien se creía merecedor del mismo e ignoraba las gestiones hechas en favor de su ministro, y le negó a Saavedra Lamas la posibilidad de recibirlo en un gran acto en el Palacio San Martín, ya que este había solicitado al Comité Nobel recibirlo en Buenos Aires, como culminación de su brillante carrera como hombre público.

El miércoles 9 de junio de 1937 en una reunión privada celebrada en el domicilio del canciller, en  la Avenida Quintana 127, el ministro de Noruega, Rodolfo Andvord le entregó la medalla de oro y el diploma en una reunión que contó con la presencia de casi todo el cuerpo diplomático acreditado en Buenos Aires, los delegados a la Conferencia de Paz, algunos de sus colaboradores inmediatos como Ibarra García, Ruiz Moreno, Bengolea y Furnkorn y unos pocos familiares. 

No asistió el Vicepresidente Julio A. Roca, ningún ministro, tampoco el intendente municipal y por supuesto el gran ausente fue el presidente Justo que se inventó un viaje a las provincias de Córdoba, La Rioja y Catamarca, demorándose en algunos lugares como Chilecito y Cruz del Eje, para regresar a Buenos Aires, a las pocas horas de entregado el premio. Esas noticias ausencias, evidenciaron el ambiente de frialdad que se creó en torno a Saavedra Lamas, y éste ya nada pudo hacer para recomponer una relación afectada por sus proyectos personales.

Aunque obtener el codiciado premio, fue tema de diplomáticos y muchas cancillerías que intervinieron, la espléndida medalla de oro del Premio Nobel diseñada por Gustav Vigeland y acuñada por Erik Lindberg, terminó mal vendida en un comercio de la calle Libertad por el hijo del canciller, y después de pasar por varias manos fuera del país, fue a parar a manos de un comerciante asiático que la compró por más de un millón de dólares en el año 2014.

Nada de esto se hubiera sabido, hasta que llegó a mis manos el archivo de Saavedra Lamas, donde en una voluminosa carpeta, que de acuerdo a las indicaciones debía ser destruida, se encontraban los telegramas cifrados, con la traducción adjunta de la Jefatura de clave de la Cancillería que mostraba en detalle la realidad de las negociaciones, las formas de presionar, y cómo poner a trabajar a los más destacados embajadores para una cuestión meramente personal, producto de una indisimulable vanidad, que siempre se puso de manifiesto en varios actos de su vida pública.