OPINIóN
opinión

¿La transición energética amenaza a la industria petrolera?

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Nuevas metas. Alemania, China y Francia van hacia la electromovilidad. | afp

¿Qué pasó para que, luego de ignorar por décadas las advertencias de los científicos y de los movimientos ecologistas, todo el mundo aparezca hoy preocupado por lo que le va a ocurrir a la Tierra?

Veo tres razones que permiten esbozar una respuesta a esta pregunta. 

La negación del cambio climático, como principal indicador de la política pública de Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump, puso el tema definitivamente sobre el tapete mundial. Se hizo más visible que nunca. Parece un contrasentido. Pero Trump lo hizo. Y no lo digo yo. Lo dice el filósofo francés Bruno Latour.

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El calentamiento global dejó de ser una arenga teórica, lejana, de “cuidado del planeta”. Hoy se vive el cambio climático como una verdadera catástrofe que afecta a los territorios y personas en forma concreta y cercana. Ya los incendios, las sequías, los terremotos, la escasez de agua, no ocurren solamente en lugares “incivilizados”. Pasan en nuestra ciudades, en nuestros campos, en nuestras casas. Afectan a la seguridad, a los sistemas alimentarios, hídricos, económicos, políticos y sociales, acá y ahora. El problema inmigratorio es consecuencia también de la degradación del planeta. 

El covid-19 mostró, como nunca antes, que vivimos todos entrelazados y que no hay forma de encontrar soluciones a las amenazas de cualquier tipo sin abordajes colectivos. 

El mundo recién parece dejar de lado la retórica y poner en marcha medidas concretas para frenar la catástrofe que nos lleve al fin del mundo. Eso explica por qué se está viviendo una transición acelerada hacia la electromovilidad, que tendrá profundas implicancias, y no solo para el sector del transporte. A diferentes velocidades, con países y regiones que han tomado la delantera –Alemania, China, Francia, Noruega, estado de California, entre otros– y cuyas experiencias sirven a los muchos países que, como Argentina, están iniciando ese camino, el avance en la adopción de vehículos de emisión cero es ya una tendencia imparable. En algunas décadas, y a escala planetaria, los vehículos ya no serán como los conocimos. La era del motor a combustión se está acabando, y con ella la utilización de combustibles fósiles para movernos. 

Las proyecciones sobre el crecimiento de los vehículos eléctricos a nivel mundial son contundentes. Un informe publicado hace pocos días por Bloomberg, en ocasión de la COP26 celebrada en Glasgow, da cuenta de que los pronósticos sobre el crecimiento de la flota de esos vehículos están siendo revisados al alza. La Agencia Internacional de la Energía, que hace dos años estimaba una flota de 86 millones a fines de 2021, incrementó un 7% su pronóstico anticipando que el número será finalmente de 91 millones de unidades. La propia Bloomberg, que en 2019 estimaba una flota de vehículos eléctricos comerciales y de pasajeros de 495 millones de unidades en 2040, corrigió sus proyecciones a 677 millones de unidades en 2040, un alza del 36,7%. 

Esta es una tendencia que se vio reflejada en la reciente COP26 mediante la firma del Acuerdo de Glasgow sobre Emisión Cero de Vehículos, mediante el cual un número importante de actores –países, regiones y ciudades, fabricantes de automóviles, inversores, y empresas dueñas de grandes flotas– se comprometen a trabajar para eliminar los autos a combustión para 2035 en los mercados más avanzados y para 2040 en el resto del mundo. Aunque faltan firmas de actores relevantes, se destacan entre sus firmantes países importantes como el Reino Unido, México o Turquía, ciudades como Buenos Aires, Nueva York, San Pablo y Seúl, fabricantes como Ford, General Motors y Mercedes-Benz, y empresas propietarias de grandes flotas como Siemens, Uber o Tesco. 

Más allá de las cifras, los acuerdos internacionales y los actores involucrados, lo importante es tener en claro que esta tendencia se profundizará, impulsada por una serie de factores. Los incentivos gubernamentales para promover la adopción de vehículos eléctricos. Los avances tecnológicos en el desarrollo de baterías –el componente que más incide en su precio– cada vez más baratas, con mayor autonomía y que se cargan más rápido. La creciente disposición favorable de los consumidores, producto de la progresiva disminución de las barreras a la adopción (precio, rango de manejo, infraestructura de carga) y de una mayor conciencia medioambiental. Por último, el acompañamiento de la industria automotriz, cuya apuesta por la electromovilidad se refleja en una mayor cantidad de modelos y menores precios.

¿Puede esta tendencia poner en jaque a la industria petrolera? 

Está claro que la electrificación repercutirá en la demanda de petróleo por parte del sector del transporte por carretera: vehículos de pasajeros, autobuses y transporte de carga. Al explicar este sector aproximadamente la mitad de la demanda global de petróleo, el impacto en el mediano y largo plazo será significativo. Aunque es importante mencionar que  la sustitución total del petróleo en sectores como el transporte marítimo, la aviación o los camiones sigue siendo difícil de alcanzar –sin mencionar su uso en el sector industrial y petroquímico–.

Las principales economías del mundo aparentan estar comprometidas en reemplazar los combustibles fósiles, y el crecimiento y abaratamiento de las energías renovables es imparable. Si a esto le sumamos un avance sistémico de la electromovilidad, se puede entrever un escenario de riesgo para el sector petrolero. 

*CEO y presidente de LUFT Energía, Con la colaboración de Tomás Kroyer, de la Red de Movilidad Sostenible 2030.