OPINIóN
En peligro

La trampa de la nostalgia digital

El anhelo de vidas ajenas, nunca reales para quien las mira a través de una pantalla, genera recuerdos que tampoco nos pertenecen. En qué consiste el vacío de creer que el presente es insuficiente y el futuro, incalcanzable.

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Relax. De vacaciones en la costa española, Lamine Yamal es un jugador que, como Messi, se formó en La Masía, la escuela de fútbol del Barcelona. Es la gran promesa del club. | instagram

Hace poco, mientras hacía scroll en Instagram, una imagen me golpeó con una nostalgia un poco extraña. No era un lugar que conociera, ni un tiempo que hubiera vivido. Era solo una escena acompañada de una frase sobre “la libertad que todos extrañamos”. Me di cuenta de que estaba deseando haber estado ahí, queriendo vivir algo que nunca fue parte de mi realidad. Así es la nostalgia digital: anhelamos vidas que jamás experimentamos, atrapados en recuerdos que ni siquiera nos pertenecen.

Pero, ¿de dónde viene este fenómeno? Esta nueva nostalgia no tiene raíces en experiencias propias, sino en una cultura que ha perdido la capacidad de imaginar un futuro distinto. Nos encontramos mirando hacia atrás, no porque extrañemos algo real, sino porque el presente parece insuficiente y el futuro, inalcanzable. 

Las redes se han convertido en un mecanismo para escapar de esa sensación de vacío. Cada foto retro, por ejemplo, nos recuerda una época que ni siquiera vivimos, pero que idealizamos como un refugio frente a la incertidumbre del ahora.

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Entre la realidad y el like

No es casualidad que nos sintamos atraídos por esas imágenes. Estamos diseñados para buscar la conexión. Sin embargo, esa búsqueda de comunidad se transforma en un ciclo de comparación constante. Nos comparamos no solo con las vidas que los demás proyectan, sino con versiones idealizadas de lo que nuestra vida "debería" haber sido. 

Las redes se han convertido en un mecanismo para escapar de esa sensación de vacío"

Vivimos rodeados de imágenes de momentos perfectos que nunca existieron y que, probablemente, no existirán para ninguno de nosotros. La dimensión digital no solo nos vende productos, también nos vende la ilusión de un pasado perfecto, algo que nunca podremos alcanzar porque, simplemente, no es real.

Vivimos en un estado perpetuo de insatisfacción, creyendo que el pasado —aunque no lo hayamos vivido— era mejor"

Lo que antes era un álbum de fotos privado, cuidadosamente seleccionado y compartido con pocos, se ha convertido en un flujo constante de imágenes diseñadas para generar nostalgia. No por lo que fue, sino por lo que podría haber sido. Es la venta de una autenticidad que nunca existió, un simulacro de conexión que nos hace sentir cada vez más desconectados. Vivimos en un constante déjà vu fabricado, donde cada imagen nos recuerda que algo nos falta, incluso si nunca lo tuvimos.

Simulamos presencias

Este tipo de nostalgia es peligrosa. No solo porque nos desconecta del presente, sino porque nos da una excusa perfecta para no enfrentar las incomodidades del ahora. Nos refugiamos en lo que percibimos como un tiempo mejor para evitar la incomodidad de un presente caótico. Vivimos en un estado perpetuo de insatisfacción, creyendo que el pasado —aunque no lo hayamos vivido— era mejor. Nos convencemos de que el mundo era más simple, las relaciones más auténticas, y los problemas más fáciles de resolver.

Esa nostalgia nos paraliza. Nos impide actuar en el presente con la misma energía que ponemos en recordar y revivir lo que nunca fue. Lo que alguna vez fue un recurso humano para recordar lo importante y aprender del pasado, hoy se ha convertido en un impedimento para vivir el presente plenamente. Zygmunt Bauman en su obra Modernidad Líquida nos recordaba que la vida moderna es transitoria, líquida, y que debemos aprender a navegar esa fluidez. Sin embargo, hoy esa fluidez se ha convertido en un río de imágenes que nos arrastra sin dejarnos un espacio para detenernos y simplemente estar.

A nivel personal, he caído en esta trampa más de una vez. He sentido una especie de melancolía por momentos que nunca me pertenecieron, deseando haber estado en lugares que solo existen en las fotos de otros. Y al igual que muchos, he pasado tiempo valioso recreando escenas en mi mente que no son más que una fantasía cuidadosamente construida por algoritmos y estrategias de marketing. Me he descubierto queriendo pertenecer a tiempos que no me corresponden, idealizando versiones de mí mismo que nunca existieron, solo porque alguien, en algún lado, decidió que esos momentos eran los que debía anhelar.

El desafío es brutal: aprender a resistir la seducción de ese pasado inexistente y, en cambio, volver a conectarnos con el aquí y el ahora. No necesitamos más filtros que nos hagan sentir nostalgia por algo que nunca tuvimos; necesitamos aprender a crear momentos en los que, cuando miremos hacia atrás, encontremos algo real que valga la pena recordar. Al final, la nostalgia no es el problema, sino el uso que hacemos de ella para huir de un presente que nos resulta incómodo o insatisfactorio.

Necesitamos aprender a crear momentos en los que, cuando miremos hacia atrás, encontremos algo real que valga la pena recordar"

Es ahí donde entra la tecnología, que no solo manipula nuestra relación con el pasado, sino también con el futuro. Las redes han transformado nuestras vidas en una carrera entre lo que fue, lo que pudo ser y lo que nunca será. Nos han vendido una nostalgia que nos desconecta de lo único que realmente tenemos: el presente. Y en ese proceso, nos alejamos cada vez más de lo que podríamos construir si aprendiéramos a habitar el aquí y el ahora, con sus imperfecciones y su complejidad.

Las redes sociales, lejos de ser solo herramientas, son mecanismos que moldean nuestra percepción del tiempo y del deseo. Mientras más tiempo pasamos deseando un pasado idealizado o soñando con un futuro filtrado, más nos alejamos del único lugar donde podemos actuar: el presente. Dejar de caer en esta trampa no es sencillo, pero es una decisión. Y esa decisión, al igual que el amor o la amistad, requiere compromiso. El compromiso de aprender a estar presentes, de resistir la tentación de vivir en la ilusión, y de aceptar que la realidad, con todas sus imperfecciones, es lo único que tenemos.