La misión histórica asumida por el presidente Javier Milei, supuestamente con la ayuda de las “fuerzas del cielo”, adquiere para él una dimensión no solo cultural sino también moral. A sus ojos, el “estado terminal de emergencia” del que habla el Decreto 2/2025, publicado en el Boletín Oficial, implica un retorno a las luces liberales de la antigua Constitución de 1853 para, mañana, recrear la “prosperidad”. La Constitución de 1853, que organizó el Estado argentino, se remonta a los orígenes de la nación argentina con la Revolución de Mayo, realizada, en particular, en nombre de la libertad de comercio. Esta afinidad ideológica lleva a Milei hoy en día a permitirse un uso discrecional de la Patria. Como si, en última instancia, se tratara de separar a los “argentinos de bien” de los adeptos, conscientes o inconscientes, del “populismo socialistoide” y, por extensión, de los “traidores a la Patria”. La entrevista del 4 de noviembre de 2024 con Amalia “Yuyito” González fue un momento clave de su concepción, que recurre al ostracismo como arma de poder. Esta nota se enfocará en mostrar en qué estado de ánimo el Presidente vive su propia gobernanza y cuál es la singularidad del mileísmo con respecto al movimiento peronista, menemista y kirchnerista incluidos.
La dimensión “moral” de lo económico. En Milei, lo económico, planteado como un dogma de esencia moral, es el criterio primordial de legitimación. Los resultados obtenidos en materia de lucha contra la inflación desde septiembre de 2024 juegan, en este sentido, un rol determinante. El éxito es difícilmente cuestionable. Aunque no se trate de un resultado espectacular.
Frente al principio de realidad de la economía, se ha iniciado un proceso de rutinización del carisma del personaje inusual que es Javier Milei. Portado por su dogma anarcocapitalista, el Presidente instrumentaliza la moral así como la libertad en beneficio de una causa. La del mercado como vector de riqueza material. Una causa alejada de los valores trascendentales del humanismo clásico. La combinación entre los resultados económicos y la instrumentalización de la moral ha tenido un fuerte impacto en todo el sistema político argentino. Todos los tropismos de afiliación política han sido trastornados. El primer movimiento histórico, la UCR, que ya servía de vagón de cola del PRO en el gobierno de Mauricio Macri, se dejó fascinar mayoritariamente por el brillo del faro mileísta. La UCR perdió su alma, aunque tal o cual de sus dirigentes parece querer que el río original, convertido en arroyo, recuerde su fuente. El movimiento peronista, que se inclina bajo el yugo cristinista, parece dividido en dos polos difícilmente conciliables, el de la provincia bonaerense y el del interior. A esto se suman los gobernadores que prefieren negociar, caso por caso, con el oficialismo sus intereses locales, al margen de cualquier afiliación partidaria. En cuanto al aliado natural que hoy es el PRO macrista, para evitar la fagocitación de sus adherentes y la fuga de sus cuadros, intenta, para preservar sus bancas parlamentarias, una alianza formal, sabiendo que LLA lo mantiene a distancia con una especie de desdeñosa indiferencia.
Milei privatiza la “Patria”. ¿Qué representa la denuncia mileísta de los “traidores a la Patria”? El 4 de noviembre de 2024, Milei participó en el programa de Amalia “Yuyito” González, de Ciudad Magazine. Había destituido a la canciller Diana Mondino. Milei evocó, respecto al voto argentino en la ONU favorable a Cuba (se trataba de poner fin al embargo de Estados Unidos), un “error imperdonable”, es decir, el no respeto a su política de alineación con Estados Unidos e Israel.
Tuvo, sobre todo, esta increíble afirmación: “Todas esas personas involucradas en esa decisión, estoy para echarlos a todos y hacerles pagar. Son traidores a la Patria... La política exterior la fija el presidente”. Precisaba además a sus blancos: “Los impulsores de agendas enemigas de la libertad”. Es cierto que se trataba de la Cancillería, pero, en el fondo, la frase tenía, implícitamente, un alcance general. Un vínculo directo entre la “Patria” y Él. O sea un pensamiento un poco parecido a la declaración del Rey Sol, Luis XIV, ante los parlamentarios, en la Francia de 1655: “El Estado soy yo”. En el mileísmo, existe esta insidiosa identificación que, en suma, constituye una privatización del concepto sagrado de Patria con, como correlato, una desviación inédita de la noción de libertad.
Mileísmo-kirchnerismo. La apuesta del mileísmo, al igual que en su momento el kirchnerismo, es la “verdadera batalla cultural”, lo que crea una fuerte correspondencia entre las dos ideologías antitéticas. En el mileísmo, el tema central es separatista y discriminatorio. Es la práctica discriminatoria la que permite al mileísmo preservar su esencia libertaria. La imprecación y el ostracismo son las armas de una estrategia discriminatoria. Milei necesita esta herramienta segregacionista para diferenciarse y continuar asegurando su dominio sobre los demás componentes del sistema político argentino. En su Conferencia de Acción Política Conservadora (Cepac) en el Hotel Hilton de Buenos Aires, dijo: “Somos escépticos del concepto de consenso y de diálogo, porque no nos interesa continuar con los famosos consensos de la política, que no son más que pactos para seguir viviendo eternamente del pagador de impuestos. Hemos venido a romper con los mal llamados consensos”.
El kirchnerismo también encierra un dogma. Un dogma totalmente opuesto al mileísmo en lo económico y en lo social. Pero con una concepción similar respecto al verdadero eje en la forma de gobernar. ¿Qué decía Cristina Kirchner en su discurso de 2012 por el 25º aniversario de la creación de Página/12 ? Ella hacía hincapie en “la verdadera batalla cultural” que se debe librar para afirmar una identidad. El deber era: “Defender lo nacional, volver a no sentirse avergonzados de decir Nación, Patria… Hemos recuperado la Nación, hemos recuperado lo popular para la democracia… Muchas veces nos han derrotado política y económicamente porque antes nos vencieron culturalmente. Por eso… hay una verdadera batalla cultural”.
El peronismo histórico practicaba la “bendición a todos”. La práctica de Perón, a la cabeza de su catch-all party, era, de hecho, completamente opuesta. Esto explica, por ejemplo, la incompatibilidad de fondo que se cristalizó durante el gobierno en 1973 con la Tendencia –Juventud Peronista, Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Montoneros–, que él había promovido durante su exilio. Frente a esta incompatibilidad, tras la masacre de Ezeiza y el asesinato de José Rucci (secretario general de la CGT), Perón, ya en el poder, rompió finalmente con los Montoneros el 1º de mayo de 1974. Estos últimos habían marcado su línea autónoma, estableciendo entre el peronismo y el verdadero justicialismo una línea de demarcación (“Si Evita viviera, sería montonera”). Respecto a su arte de liderar, Perón siempre mantuvo una constante que él mismo resumió en una fórmula condensada, una suerte de apotegma : “Si defino, excluyo”. Las instrucciones confidenciales que enviaba a sus delegados son reveladoras. En una carta a John William Cooke, escribió: “No debe olvidar que usted, en esta tarea, es una especie de Padre Eterno, que debe dar la bendición a todos por igual y, si toma partido en la lucha parcial de las pequeñas facciones, termina perdiendo a una de ellas, y eso no debe ser. Hay que arreglarlos a todos porque todos sirven para algo; todo es cuestión de encontrarlo”. Y añadió que, para realizar su misión, era necesario ser “transigente”. Nueve años más tarde, desde Madrid, Perón respondía a Cooke con su ambigüedad pragmática. Cooke le reprochaba no ser claro sobre el concepto de “lealtad” y sobre la variabilidad de la “ortodoxia” peronista. En su carta del 25 de enero de 1966 desde Madrid, Perón escribió: “Los ‘leales’ y los desleales cuentan solo para construir y debemos manejarlos a todos porque si no llegaremos al final con muy poquitos. Por otra parte, hay dos tipos de lealtad: la de los que son leales de corazón al Movimiento y la de los que son leales cuando no les conviene ser desleales. Con ambos hay que contar”.
El menemismo y el principio de inclusión. Durante su primer mandato, Carlos Menem lo implementó con los indultos de 1989 y 1990, con el antiguo enemigo de clase que representaba la UCeDé, e incluso con el sector angelocista de la UCR. Otra diferencia con el mileísmo, esencial con respecto a la fuente peronista: insistía en la “economía popular de mercado”, correlacionada con el ideal de justicia social. Esa era la paradoja de su lógica liberal. Tercera diferencia: la personalidad: Milei se presenta como el “cisne negro” o el “Terminator que viene del futuro” y parece dirigirse a los mejores. Menem cultivaba una identificación con la tierra, con las raíces profundas de la nación, una empatía con sus semejantes, simbolizada por la figura del caudillo Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos.
En relación con el mileísmo, la gran similitud reside en lo económico. Menem se presentaba como el iniciador de una “nueva era restauradora de la antigua prosperidad argentina”. La “liberalización de la economía” se tradujo en una victoria contra la hiperinflación. Los beneficios fueron espectaculares. En 1991, el PJ obtuvo en las elecciones legislativas el 40,7% de los votos y, en 1993, el 42,3% (rozando la mayoría absoluta en Diputados). El segundo mandato, iniciado en 1995, mostró otro rostro del menemismo. Detrás de la sonrisa del riojano se reveló una práctica autoritaria.
El cesarismo libertario en la constelación posdemocrática. El mileísmo aparece como una pieza clave de la gran constelación posdemocrática globalista de la que Elon Musk es a menudo presentado como la figura de proa. Lo que Emmanuel Macron ha llamado la “internacional reaccionaria”. Se trata, en todo caso, de una alianza cambiante y muy dispar entre la derecha conservadora autoritaria y el libertarismo anarco-capitalista. El punto en común es la adhesión, más o menos explícita, a un modelo autoritario para poder garantizar la defensa de los derechos individuales. Ya se ve que, en este nuevo espacio, la desinformación pesa más que el respeto por los hechos. Milei fue claro en su discurso en la Cepac sobre el tipo de “batalla cultural para cambiar el mundo” que quiere liderar.
Dejemos que cierre con sus palabras: “Roma no paga traidores. Tenemos que ser como una falange de hoplitas o una legión romana... El fuego se combate con fuego, y si nos acusan de violentos les recuerdo que nosotros somos la reacción a cien años de atropellos”.
El Presidente es un ser jupiteriano que impresiona blandiendo el rayo. Es un ser polifacético, cuya emotividad está siempre a flor de piel. Cuando entona la canción Libre de Nino Bravo se muestra conmovedor. Cuando habla de su pasión por la ópera, y comenta, al escuchar el primer aria de Nabucco, el Va, pensiero del coro de esclavos del pueblo hebreo en Babilonia, se muestra brillante. Cuando se proyecta como líder de una guerra que se ganará con fuego, se designa como la “sombra terrible” estigmatizada por Sarmiento.
*Doctor en Ciencia Política, Iheal (Institut des Hautes Études de l’Amérique Latine), Université Sorbonne Nouvelle Paris III.