OPINIóN

La paradoja de la batalla cultural libertaria

“Esperanza” en medio de una larga agonía argentina, se libra sobre todo en las redes sociales y los nuevos “medios de comunicación”, como los canales de streaming. Se dirige sobre todo a los jóvenes, su termómetro son las encuestas y busca polarizar.

Javier Milei 20240924
Javier Milei | AFP

La llamada “batalla cultural” parece ser el eje central de la retórica del gobierno nacional. En este artículo me detendré en indagar sus propósitos políticos, su naturaleza y las tensiones que lleva consigo a la hora de institucionalizarse.

El principal objetivo de la “batalla cultural” del gobierno es que la discusión política se encuadre dentro de ciertos límites impuestos. Podemos decir que la batalla cultural sería las reglas de disputa en la arena política. Bajo este argumento, el gobierno es quien pone las reglas y a la vez jugador, pero no el único-por más que quiera.

Esta batalla cultural encontró vía libre a partir de al menos dos acontecimientos: la cuarentena eterna y la crisis económica. No se puede entender la potencia de esta batalla si no se atiende a los efectos generados por el encierro y la incapacidad de un país de dar con un modelo productivo. La batalla (muchos del gobierno la llamarían Kulturkampf, ya que les encanta verse reflejados en la historia) se presenta como una esperanza en medio de una “larga agonía argentina”.

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“Argentina no tiene un presidente sino un troll en jefe”

Los medios en los que esta épica se desenvuelve con mayor éxito son las redes sociales y los nuevos “medios de comunicación” (los canales de streaming). El público “natural” son los jóvenes, principalmente varones. Sin embargo, hoy no está tan en claro quién es quién y posiblemente la “batalla cultural” sea más plástica de lo que suponen sus adeptos e ideólogos y quienes la aborrecen.

¿Para quién, en el mileísmo, se encienden las luces?

Un paralelo a esta batalla cultural podría ser la propuesta por el kirchnerismo que lo llevó al conflicto con el campo. Aquella se puede resumir en lo siguiente: si hay un sector de la economía que, producto de un momento “excepcional”, registró ganancias espectaculares, éstas deben ser distribuidas de manera tal que el resto de los sectores disfruten de la bonanza.

Dicha distribución se concentró en la creación de subsidios, principalmente a la energía. Pero más allá de las consecuencias de esa acción, la batalla cultural del kirchnerismo no sólo generó que la discusión política gire en torno a esto sino que les impuso límites a las gestiones venideras. Para ser más claro: el gran iceberg del macrismo fue el aumento de las tarifas de los servicios. 

La Kulturkampf del gobierno actual no sólo busca posicionar la discusión política más hacia la “derecha”, sino que propone refundar una sociedad y un país. Un país que ha tenido más intentos de ser refundado que cualquier otro de la región. Pero esta ocasión, que promete ser la última y la mejor -aunque todas prometieron lo mismo-, padece problemas cuando busca institucionalizarse. Claramente el problema es conceptual: la Revolución buscada por el oficialismo es enemiga de la institucionalización. O, en otras palabras, las instituciones rompen con la lógica revolucionaria.

La paradoja para mantener una Kulturkampf revolucionaria e institucionalizarse es que para que exista antimileísmo primero tiene que haber mileísmo"

Antes de institucionalizar sus creencias, el gobierno gira alrededor de las encuestas: es el termómetro por el cual la batalla se va configurando. Nada muy fuera de lo común, el problema es que el apoyo popular y las emociones son volátiles. Del amor al odio hay un solo paso, y del odio a la indiferencia también hay un trayecto corto.
Veamos un caso reciente. 

Hace muy poco un ministro del ex presidente Alberto Fernández expresó que la cuarentena se mantuvo porque las encuestas respaldaban la decisión, lo que me llevó a pensar si la caída en la imagen del ex mandatario se explica más por la duración del encierro o por la foto de Olivos. 

Los partidos del medio son un dolor de cabeza para un gobierno que prefiere mostrarse como 'antipolítico'. Nada nuevo bajo el sol"

¿De qué se hartó la sociedad? ¿Y de qué se va a hartar ahora? ¿Se cansará, por ejemplo, de la recesión, o de cuestiones menos imaginadas que derivan de la Revolución misma? La Kulturkampf puede generar resistencias no esperadas, logrando que Saturno se devore a su hijo.

No sólo el gobierno mismo gira alrededor de su épica, sino que las oposiciones también lo hacen. Esto se debe, principalmente, a que la batalla cultural polariza generando una nueva grieta, que se desarrollará en torno a la batalla misma. En otras palabras, el gobierno busca agotar la grieta “kirchnerismo - antikirchnerismo” para pasar a un “mileísmo - antimileísmo”.

Sin embargo, lo anterior es un deseo del gobierno: polarizar en dos bloques y que se supriman terceras voces. Los partidos del medio son un dolor de cabeza para un gobierno que prefiere mostrarse como “antipolítico”. Nada nuevo bajo el sol. Pero para que esto suceda la batalla cultural debe institucionalizarse y aquí volvemos al principio del problema.

La paradoja en la que se encuentra el gobierno -mantener una Kulturkampf revolucionaria e institucionalizarse a la vez- esconde el problema de la construcción de su bloque propio. Es decir, para que exista un antimileísmo, primero tiene que existir un mileísmo.Aunque esta unidad no necesariamente debeser definida exhaustivamente,debe al menos delimitar, en palabras de Carl Schmitt, quiénes son los amigos y quiénes los enemigos.