La pregunta-afirmación que desde hace unos meses –pongamos julio a esta parte- muchos se hacen es sobre la nueva anormalidad: el Poder Ejecutivo ejecuta múltiples medidas sin freno por parte del poder de control político que supone el Congreso de la Nación.
El Poder Ejecutivo ejecuta sin grandes resistencias por parte de los grupos de presión que son los Sindicatos y Cámaras Empresariales. Finalmente, el Poder Ejecutivo ejecuta sin grandes cambios en el estado de ánimo en la opinión pública ni en las asociaciones de la sociedad civil o influencers que pudieran ser opositores a sus políticas.
Podríamos afirmar entonces que han perdido legitimidad o la habilitación, momentáneamente, para generar una doxarquía frente a la agenda política oficial.
Si esto es así, estamos frente a la nueva normalidad, de esta final de década, normalidad administrada que sólo la tuvieron o las conocíamos de los grupos políticos peronistas y que nunca llegaron a tener siquiera en el mejor momento la Alianza ni el Pro.
Y es un dato no menor, en tanto, el Ejecutivo y la cuota de poder legislativa que dispone ocasionalmente a la fecha le ha permitido llegar a esta instancia sin tener que ser más que lo que en buena medida prometió, y por momentos, incluso darse el permiso de mostrarse un poco más conservador que lo liberal que se esperaba que fuera.
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Pero como en todos los casos, así como nadie tiene la fórmula para saber cuánto es la medida del peronismo en sangre tampoco vamos a encontrar cuanto es la medida de liberalismo o neo conservadurismo en sangre con exactitud. Todo depende del contexto y la efectividad de las medidas, o incapacidad de las resistencias para frenarlas, para que todo siga un curso establecido.
En este caso, un curso establecido sería mantener una gobernabilidad que para muchos era una química imposible de concretarse pero que por ahora forja pilares que no mueven la estructura del gobierno. Incluso, quién mueve esos pilares hacia adentro del gobierno es el mismo Milei cambiando funcionarios de modo continuo.
Entonces, la nueva normalidad parece haber regulado la capacidad de lobby de los grupos de presión e interés como muy pocos pudieron imaginar. Es un caso desviado de la norma política local sin lugar a dudas en tanto no hablamos del peronismo en el poder.
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Pero lo más interesantes, es saber si en esta dinámica, hay espacio para algo más que la política de outsiders o el alineamiento que se visibiliza de cuentagotas. Incluso, la emergencia de la fundación que dice nada tener que ver con Milei pero nadie le cree, tiene mucho de Carta Abierta o del Instituto Patria. Esperemos sume y abra el debate y no lo cancele para cimentar nuevamente una dogmática de pensamiento único: la historía terminó.
Si la democracia es alternancia, pluralismo, diversidad y lo deliberativo, debe emerger otra fuerza con capacidad de discutir la agenda pública de temas. Quizás es muy pronto para que ello ocurra, o no, hay que ver cómo pasar el verano. O quizás, es algo pronto y hay que llegar a la época electoral. O no, falta mucho, y hay que esperar el primer gran error del gobierno y que la gente comience a descreer después de las elecciones del 2025, como le pasó al Pro. O, tal vez, no ocurra nada malo en estos cuatro años y haya una reelección.
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Lo que no puede pasar es que, incluso, como bien reclaman desde el mismo riñón político de Milei y cada vez más sectores de la ciudadanía es que dejemos de avanzar en un posicionamiento positivo que sostenga una suerte de: debate sí, mentiras no, críticas si, relatos sesgados no. Y este es un punto clave y sustancial para la calidad de la democracia representativa y participativa.
Sin relatos y versiones relacionados a datos y evidencias no hay crecimiento, transparencia ni calidad en los procesos democráticos que justifiquen y habiliten a quienes busquen revalidar los títulos de representantes y gestores de interés en el corto, mediano y largo plazo institucional.
La pregunta inicial comienza entonces a responderse por el lado de las organizaciones de participación sin capacidad de renovarse ni regenerarse en habilitaciones ni en nuevas agendas de políticas públicas participativas que puedan cambiar la opinión dominante para una nueva doxarquía. Hoy tiene una oportunidad, pero no la ven: el presupuesto 2025.
Y el caso, más llamativo son los Sindicatos, mansos, a la expectativa, calculando el diciembre, y esperando calibrar el año electoral 2025 y como reconstruir el liderazgo político que encolumne a toda la demanda de mejoras laborales.
Por lo pronto entonces, el Poder Ejecutivo nacional tiene normal capacidad y renueva su habilitación de gestión, en cuanto puede, leyendo la opinión dominante frente a la anormal dispersión de micro oposiciones y grupos de presión, críticas sin sorpresas, sin sostén, sin creatividad y sin legitimidad aglutinante. Pero sobre esto último, Milei y compañía no tienen responsabilidad alguna, es un error no forzado - o acuerdos solapados- que nace y sostienen del otro lado de la red.